Dolores de cabeza para el nuevo gobierno

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Filosofando

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La explosión habida ayer en Tlahuelilpan, Hgo., por el derrame de hidrocarburos derivada de uno de los tantos robos clandestinos de energéticos mediante la ruptura de los ductos para su ordeña, es una de las muchas secuelas indeseables dentro de la corrección del huachicoleo, que ha emprendido el actual gobierno. Se habla de 66 muertos y de 76 heridos por lo menos. Desde el día de ayer, nuestros reporteros de Partidero estuvieron subiendo a la red videos en los que se observa claramente a una multitud, en parte alegre sí, pero con una alegría desprevenida, que recoge en cubetas y bidones litros y litros de carburantes derramados por la cuenca de un arroyo.

La nota clave difundida por estos días sostiene que los miembros de las fuerzas armadas mantienen cercados y bajo riguroso control castrense los puntos álgidos de los ductos, para evitar no sólo el robo de líquido transportado, sino su perforación. Al hacerse ésta de forma clandestina lo más probable es que se realice de manera hechiza, sin cuidado alguno y sin tomar las providencias necesarias para evitar una tragedia. Según informa hoy mismo el periódico La Jornada, en momentos previos al desaguisado los soldados se habían replegado para evitar un enfrentamiento, se supone que con los huachicoleros. Luego sobrevinieron los derrames y el posterior estallido, dejando una alta cauda de muertos y heridos a su paso.

Si este siniestro doloroso hubiese ocurrido en cualquier momento de los tres sexenios anteriores, de los que se afirma que fueron condescendientes con el huachicol, que lo solaparon y hasta sacaron raja de él, se hubiese calificado tan sólo de un descuido, de los bajos fondos del crimen organizado y sus torpes manejos. Pero ocurre justo en los momentos más apremiantes en los que desea el gobierno de López Obrador poner un alto en serio a estas prácticas de saqueo e impunidad en el sector energético. Las voces descalificadoras, listas para ponerle taches de todo al gobierno moreno, lo tildaron de descuido e impericia. Para ellos, en automático, no sólo la secuela trágica sino el descuido en completo ha de ser cargado a los operadores del régimen. Seguramente había que esperar, de acuerdo al trasfondo de estas mentalidades obtusas, que la fuerza castrense no se hubiese amedrentado ante la presencia armada de quienes perforaron. Suponen, aunque no lo digan, que los militares debieron haberlo impedido aun abriendo fuego, para luego inducir a la deshumumanizada manu militari, como nuevo cargo. Habría habido víctimas, dirán, pero se habría evitado el derrame de hidrocarburos y su posterior estallido. El repliegue militar fue un error. El derrame es otro error. La jubilosa invasión de la población a participar en la recolección de gasolina gratuita es un error más. El estallido del carburante no es un error sino una reacción natural y previsible; pero ninguno de los presentes, las víctimas directas, la acató. Es error pues de los espontáneos ladrones, que pagaron un costo muy alto por su desatención.

¿Cuántos cuadros trágicos más nos faltan de ver en esta lucha prolongada por volver las cosas a su sitio, aparte de seguir escuchando las letanías de los detractores? Cuando don Lázaro Cárdenas dio aquel valiente paso de expropiar el petróleo, vivió el país también una serie de secuelas duras con el fin de hacer tronar la medida, que a la larga resultó benéfica para el país. Las acciones contrarias a la expropiación provinieron entonces del extranjero, porque no eran nacionales los beneficiarios de aquellas empresas. Hubo quienes les sirvieron de comparsa, como aquel general potosino, Cedillo, que invitó a la rebelión en contra del Tata y se levantó en armas. No tuvo mucho éxito su asonada, sofocada prácticamente en la propia cuna. Pero de que hubo reacciones absurdas, las hubo.

Ahora andamos en bretes similares. Hay intereses de extranjeros emboscados en estos robos. Pero quienes más se señalan son los beneficiarios locales, aquellos que no paraban en sus cánticos y loas a la privatización. Obrador ya ofreció su versión de que el huachicol es mera cortina de ruido y humo para desviar la atención del hurto masivo practicado a nuestra otrora empresa estrella. No sabemos mucho todavía del atraco de nuestros buques, ni del saqueo que sufren los pozos, ni del desvío del gas, aceites y otros derivados del oro negro. No sabemos mucho. Tal vez pronto seamos informados de los montos concretos de toda esta depredación, para fincar la responsabilidad de peculado a quienes la realizaban y también a quienes la soslayaron.

Poner punto final a una situación anómala no resulta sencillo. Genera verdaderos dolores de cabeza. Aunque haya responsabilidad directa de quienes dirigen las operaciones y cometan errores, hay que entender que hay mucha gente involucrada, demasiada tal vez. Lo peor que estamos constatando es que los daños les repercutan hasta en quienes no quisiéramos ver sirviendo de coro griego en estas tragedias, nuestras empobrecidas masas populares. Insistimos: pagar con la vida es un costo demasiado elevado. Siendo las víctimas nuestros pobres, es un costo aún más doloroso.

Saliendo de los energéticos, hay otras desavenencias. La manifestada con la gente que lidera a nuestros pueblos originarios, el EZLN. La que sobrevendrá de derogar la mal llamada reforma educativa y muchos más, que se tornarán fuentes de conflicto. Falta pues mucho por meter al orden. El nuevo gobierno tendrá que buscar los analgésicos necesarios para torear los dolores de cabeza por venir.

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