El silencio
Josefina Reyes Quintanar
Una de las presencias que muchos temen es el silencio, pero no por ello deja de ser buscado por otros. Estar presente en esta realidad es estar saturado de ruidos, aún y cuando nos encontramos solos, nuestros pensamientos son interrumpidos por el sonido de una notificación al celular, alertas, alarmas o simples ruidos externos de la cotidianidad. Un poco de silencio se ha vuelto un lujo, por eso lo atesoramos cuando de vez en cuando se manifiesta.
Esos lapsos silenciosos pueden enfrentarnos con nosotros mismos. No sólo son las voces externas las que nos pueden llegar a atormentar, son las internas las de mayor cuidado. Ese es uno de los fines de la meditación, acallar nuestra mente, dejar de lado lo que los pensamientos nos están comunicando todo el tiempo, como se dice comúnmente “callar a la loca de la casa”. El silencio es el aliento de la vida espiritual. Es ese punto en el que, al obtener un verdadero silencio, podemos prestar atención a lo que verdaderamente nos quiere comunicar Dios, si es que se cree en él. Es buscar la conexión con la naturaleza. Un viaje hacia la introspección.
Es también necesaria la presencia del silencio en una conversación. Pocas son las personas que poseen el arte de escuchar, ya que la mayoría espera solamente su turno para poder responder, maquinando sus palabras en la mente en lugar de prestar realmente atención a lo que el otro intenta comunicar. Vivimos en una sociedad obsesionada con hacerse oír, con demostrar que sabemos más creyendo que tenemos algo importante que decir. Se requiere coraje y mucha paciencia para ser el escucha de otro. En esta época en donde pareciera que la comunicación es más fácil, es más imperante el sentimiento de desconexión emocional.
En Redmon, Estados Unidos, en las profundidades del edificio 87, que es la sede de Microsoft, esta empresa creó una cámara anecoica que rompió con todos los récords de silencio. A estas cámaras se les llama anecoicas porque no producen ecos. Este lugar, considerado como el más silencioso del mundo, no esta abierto al público, pero es utilizado para hacer experimentos. Es una sala diseñada para absorber totalmente las reflexiones producidas por ondas acústicas o electromagnéticas en cualquiera de sus cuatro paredes, esta aislada del exterior de cualquier fuente de ruido o influencia sonora externa.
Lo curioso de este lugar es que no hay ser humano que soporte estar dentro de ella por más de 45 minutos, ya que crea una tensión tal en el cerebro que empieza a llevarnos a la locura. Cuando se elimina totalmente el sonido pareciera que nuestros oídos hacen todo lo posible por encontrar una nueva fuente de sonido. La voz deja de sonar porque deja de rebotar en las paredes, si alguien intenta decir algo ahí dentro es una sensación parecida a gritar en una almohada. Es entonces que se empieza a escuchar el latido del corazón, la respiración o el sonido de las propias tripas. En este espacio el bendito silencio dejó de ser sinónimo de paz y se convirtió en algo capaz de alterar la mente hasta el punto de quebrar nuestra percepción y razonamiento de las cosas.
El silencio es el lienzo sobre el cual se pintan los pensamientos, una tabula rasa que espera pacientemente ser inscrita por las meditaciones del alma. Es el eterno compañero de la contemplación y ha habitado entre nosotros desde el alba de la conciencia, es un espacio lleno de posibilidad y revelación en donde el alma se encuentra a sí misma. El maestro de la reflexión profunda. En la modernidad, el valor del silencio va quedando en el olvido, cuántos no vemos por las calles con audífonos cubriendo las orejas, con ese afán de enajenación del mundo. Aún así, el silencio sigue siendo esa dimensión esencial que nos espera, recordándonos que en la quietud puede residir la clave para una comprensión más profunda de nosotros y del universo que habitamos.