Puntos y Contrapuntos
Criterios
Es una pregunta recurrente, cíclica, inquietante en el gremio de los comunicadores: ¿está en crisis el periodismo? ¿Tiene sentido una profesión cuyas recompensas son simbólicas, en su reconocimiento a la trascendente labor social que realizan periodistas y medios de comunicación profesionales, honrados y valientes, pero ingratas en los aspectos laboral y salarial?
¿Tiene sentido una profesión determinada por sus precariedades laborales y salariales, cuyo ingreso mínimo por ley está tasado, para 2019, en 7 mil 442 pesos con 70 centavos al mes y representa un ingreso anual de 89 mil 312 pesos con 40 centavos?
¿Cuál es la utilidad y el valor social del periodismo que verdaderamente se compromete con la verdad y con la gente, en un mundo plagado de riesgos y calamidades?
El periodismo que no está comprometido con la verdad y con el servicio a la gente no tiene razones morales, vocacionales o éticas que lo justifiquen, porque no es útil a sus comunidades.
En ese espacio en el que el periodismo se compromete con la gente, la libertad de expresión y el derecho a la información son valores fundamentales que no se negocian: se exigen, se conquistan, se ejercen y se defienden, hasta con la vida misma si es necesario.
Esos valores sociales están estrechamente relacionados, pues gravitan en el compartido espacio donde se vinculan la obligación, la responsabilidad y el compromiso ético y vocacional de los periodistas, obligados a transmitir lo que su inteligencia y sus sentidos han percibido y documentado, con la necesidad de miles, de millones de personas que quieren saber qué es lo que sucede en su entorno y reclaman su derecho a estar bien informadas.
Siempre ha habido poderes formales y fácticos que pretenden conculcar esos derechos, porque tienen claro que la fragilidad de un sistema de medios de comunicación sometido por las urgencias económicas, los amagos, las amenazas, las demandas o las agresiones físicas y hasta de muerte, preserva una sociedad de privilegios en la que no hay lugar para los pobres, los desvalidos y los marginados. En las sombras y en la ignorancia se incuban los más deleznables abusos y las más agraviantes impunidades.
En el cumplimiento estricto y profesional de sus deberes, los periodistas son un peligro para poderes arbitrarios y abusivos, porque generan bienes intangibles, que nutren y fortalecen a la sociedad, al cumplir estrictos imperativos vocacionales y éticos que les comprometen en el servicio a la gente.
El periodista investiga, sustenta, argumenta, observa con profunda curiosidad los asuntos públicos, descorriendo el velo en los espacios opacos o sombríos y llevando luz a los rincones más oscuros, donde se refugian las alimañas que envenenan la vida pública y la pudren.
Los actuales no son buenos tiempos para los periodistas y para el periodismo socialmente comprometido, en un mundo en el que prevalecen y se imponen los poderes malignos, que se nutren del dolor y de la fragilidad de los desvalidos, de los que están sedientos de justicia y de consuelo.
México sufre. Nada extraño es que apenas el pasado martes 28 de mayo del 2019 el Papa Francisco –líder mundial de la Iglesia católica– haya expresado que, ante tanta maldad, violencia y dolor, pareciera que “sí, que realmente el diablo le tiene bronca a México”.
Sin embargo, nuestros demonios son muy terrenales e identificables, tienen rostros, nombres, y sus trapacerías son cotidianamente desnudadas por periodistas tenaces y valientes.
El país está destrozado y padece uno de los momentos más oscuros de su historia, devastado por la avaricia de quienes convirtieron el dinero y los bienes públicos en un botín, con el que se han financiado, durante décadas, los negocios sucios, al amparo del poder.
EL DESASTRE
En un país de tantas carencias, en forma impúdica y desconsiderada el mandatario panista Felipe de Jesús Calderón Hinojosa gastó en publicidad oficial, entre 2007 y 2012, un total de 56 mil 365 millones. Mientras que el priista Enrique Peña Nieto, para el mismo propósito, destinó 60 mil 236 millones, entre 2013 y 2018. En total, 116 mil 602 millones de pesos despilfarrados (Artículo 19, Informe 2018, presentado el 2 de abril del 2019).
El dolor tremendo también conmueve al país. En México hay 35 mil cuerpos sin identificar en los servicios médicos forenses del país, en fosas comunes y en panteones ministeriales, precisó el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación (SEGOB), Rafael Adrián Avante Juárez (El Universal, jueves 5 de abril del 2018).
Al presentar el plan de Implementación de la Ley General en materia de Desaparición forzada de personas, el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación del gobierno federal, Alejandro Encinas Rodríguez, afirmó que en México hay más de 40 mil desaparecidos, más de mil 200 fosas clandestinas y 26 mil cuerpos sin identificar (La Jornada, lunes 4 de febrero del 2019).
Pocas instituciones son confiables para los mexicanos. Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto México cayó 33 peldaños en el Índice de Percepción de Corrupción elaborado por Transparencia Internacional. En 2012, cuando inició su mandato, el país se encontraba en la posición 105 del ranking. Para 2018, al finalizar su administración, llegó al puesto 138 entre los 180 países evaluados (El Financiero, martes 29 de enero del 2019).
México se colocó también en el último lugar entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –un organismo internacional integrado por 36 estados– en el Índice de Percepción de la Corrupción 2018, quedando por debajo de países como Grecia o Hungría (El Financiero, martes 29 de enero del 2019).
La corrupción es un cáncer profundamente enraizado, que se nutre y se fortalece con las complicidades. El 13 de marzo del 2018 fue presentado el “Índice Global de Impunidad México 2018 (IGI-MEX)”, realizado por especialistas de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), quienes advirtieron que el sistema de seguridad y justicia en México estaba colapsado por la carencia de un adecuado entrenamiento y preparación de policías, agentes y agencias del Ministerio Público. Mientras que en 2016 el promedio nacional del índice de impunidad era de 67.42%, en 2018 subió a 69.85%, afirmó el rector de la UDLAP, Luis Ernesto Derbez Bautista.
Además de la inseguridad y la violencia, también el hambre martiriza al pueblo. Los datos más recientes publicados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), recuperados el jueves 7 de febrero del 2019, señalan que hasta 2016 había en México 53.4 millones de pobres, que representan el 43.6% de la población del país. De ellos 9.4 millones de personas viven en pobreza extrema, el 7.6% de la población total del país. La población total estimada es de 121 millones 559 mil personas.
La brutal desigualdad también lacera a la gente. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) informó que los niveles de desigualdad en Latinoamérica se habían estancado desde el 2012. La secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena Ibarra, explicó que México es uno de los países en los que la riqueza está muy mal distribuida, pues de todos los activos financieros del país, el 80 por ciento son propiedad de sólo el 10 por ciento de la población (Sinembargo.com, 30 de mayo del 2017).
LA TAREA
Este es el complejo y catastrófico escenario al que todos los días se enfrentan el pueblo, los periodistas y los medios de comunicación comprometidos con la gente. Nadie dijo que la lucha por construir un mundo mejor fuera fácil, porque nunca lo ha sido.
Al recibir el Premio Nobel de literatura, Albert Camus pronunció su discurso de aceptación de tan distinguido reconocimiento, en Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 1957.
Reflexionó: “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.
“Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir.
“Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.
“No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica”, concluye la cita de Albert Camus.
En estos tiempos oscuros y de canallas, de ideologías extraviadas e irreconocibles, es esencial el trabajo profesional, inteligente, sereno y valiente de los periodistas, que ponen luz en los rincones más oscuros de la vida pública, para que la gente pueda aspirar a conocer la verdad sobre los hechos y las circunstancias que afectan su vida cotidiana.
LA ESPERANZA
Víctimas de sus propios demonios, los periodistas comprometidos con su profesión asumen con singular determinación –y a despecho de su propio bienestar, tranquilidad y seguridad– la ingrata tarea de defender a la sociedad de los monstruos que la acechan.
En tránsito permanente entre sus fragilidades humanas y sus precariedades económicas, salariales y laborales, pero inspirados por la vocación y la convicción ética de sus responsabilidades, el único privilegio que los periodistas comprometidos con su profesión no pueden permitirse es rendirse frente a la adversidad, tanto la que les afecta personalmente como aquella que pretende doblegar o someter a la sociedad.
Un periodista no es un académico ni un intelectual, ni aspira a la erudición; se guía por los impulsos de su corazón y de su conciencia. Su tarea está más determinada por las dudas que por las certezas.
El cumplimiento estricto de los deberes no implica mérito relevante o extraordinario que obligue a reconocimiento alguno. Al asumir los imperativos vocacionales y éticos de su profesión, el periodista sólo debe aspirar al reconocimiento de la utilidad social de su trabajo.
La calidad de la democracia de un país es directamente proporcional a la calidad de su sistema de medios de comunicación, a su independencia, a la gallardía con la que ejercen su derecho a la libertad de expresión y cumplen el imperativo ético de corresponder honrada, leal y valientemente a la confianza de sus lectores o audiencias, garantizando, con su trabajo profesional y riguroso, el derecho de la sociedad a estar bien informada.
Finalmente, la dureza rigurosa, precisa, áspera y en ocasiones hiriente del trabajo periodístico, aunque parezca contradictorio, está siempre inspirada en la esperanza de que un mundo diferente y mejor siempre será posible.