Entre lo estratégico y lo simbólico: la primera visita de AMLO al exterior

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Como hemos visto, todo aquello que involucre algún hacer o decir por parte del Presidente Andrés Manuel López Obrador acarrea respuestas cargadas de emociones. Si bien las emociones nos llevan a movernos en el apoyo, en la crítica o la acción ciudadana frente a nuestros gobiernos, en ocasiones empañan nuestro juicio respecto al quehacer político de personajes y administraciones.

Sobre la idea de la visita de AMLO a Washington – su primera visita al extranjero- se cernieron sólo malos augurios. Por un lado, se advertía sobre la volatilidad discursiva del Presidente Trump (misma que permanece y siempre planteará un riesgo). Por el otro, se dijo que era el peor momento para la visita por estar EEUU en época electoral; se dijo que se corría el riesgo de una humillación por parte del mandatario estadounidense y que era un error reunirse con el presidente en funciones y no con Joe Biden; en suma, se planteó como un equívoco casi absoluto para la política exterior de la 4T. Lo sucedido ayer, mostró que en muchos espacios de análisis faltó considerar que también existían condiciones para capitalizar la visita.

Como en política nada es seguro para nadie, la 4T esperando lo mejor pero preparándose para las críticas, informó una y otra vez en voz de la Cancillería que se trataba de una visita de trabajo con motivo de la entrada en vigor del TMEC y no de una visita de Estado. Varios aspectos hicieron evidente que así sería. La duración menor a tres días de la visita, la delegación que se anunció acompañaría al presidente que evidenciaba los intereses económicos y de negocios y hasta la cena oficial con mucha menor pompa que una cena de Estado.

Para que distingamos, en la fiel tradición diplomática de la bonhomie en una cena de Estado se dejan de lado los asuntos serios e intereses entre las naciones y se pasa más bien un buen rato. En cambio, lo que vimos ayer fue una cena donde se hicieron presentes los intereses comerciales y económicos de ambos países en voz de prominentes empresarios que declararon sus intenciones de inversión y de negocios. Aún así, diversos análisis buscaban engrandecer las posibilidades de fracaso durante la visita cuando era evidente que al tratarse de una visita oficial con una agenda más bien escueta, las posibilidades de tropiezos y sonrojos quedaban muy disminuídas. La agenda dejaba poco margen de error y tiempo para preguntas incómodas, como vimos.

Justo en torno a la famosa cena es dónde más quedan detalles por emerger lo que permitiría hacer un completo balance final de la visita, sin embargo, y aún con esos importantes detalles faltantes, es posible esbozar algunas lectoras en torno al viaje del presidente de México al exterior dividiéndolo en dos dimensiones: aquella de lo estratégico y la dimensión de lo simbólico.

EN LO ESTRATÉGICO al escuchar de nuevo o releer el discurso que se preparó desde el gobierno de México para que fuera pronunciado por López Obrador en el Jardín de las Rosas,  la estrategia se ciñó a aquella vieja máxima que dicta que cuando se tiene una relación bilateral espinosa entonces elevarla en el discurso al rango de relación histórica y de Estado – que no de administraciones- permite establecer un tono de altura moral frente la situación de facto de la relación.

Acá podemos preguntarnos entonces, ¿por qué seguir esta estrategia de entendimiento y no de confrontación como algunos clamaban días antes de la visita? Pues es simple más no sencillo, la relación México – EEUU ha sido siempre una de claroscuros, con episodios álgidos y otros más amables. Lo que vimos ayer fue una administración que está al tanto de los agravios – recientes y antiguos- y al mismo tiempo es consciente del apoyo recientemente recibido por parte de la administración Trump en dos temas cruciales: el respaldo en el proceso de negociación con la OPEP Plus en el con el apoyo de Estados Unidos se evitó reducir la producción petrolera a la mitad como se nos solicitaba y, desde luego, la gestión del propio Presidente Trump para que a nuestro país llegaran 600 ventiladores para la atención de pacientes Covid. Ambas acciones se reconocieron, como es debido.

EN LO SIMBÓLICO estamos ante dos personalidades y dos administraciones que se han devuelto uno que otro golpe. Desde el AMLO candidato que denunció ante organismos internacionales la idea del muro fronterizo, a un Trump presidente que esgrimió – con lamentable éxito- amanezas arancelarias contra nuestro país atándolas al tema migratorio y que sin embargo recibió una inesperada respuesta por parte de la Secretaría de Economía cuando se impusieron aranceles dirigidos de manera casi quirúrgica contra  productos provenientes de zonas geográficas de importante respaldo a Trump.

En la relación México – EE. UU. ha habido desencuentros y afrentas como mencionó López Obrador atinadamente el día de ayer. La realidad es que la relación bilateral no es un proceso perfecto en la lógica del quid pro quo, precisamente por eso se habló ayer de una relación de “vecinos distantes y amigos entrañables”.  ¿Acaso es posible tener otra cosa con el hegemón mundial?

Los discursos del 8 de julio de ambos presidentes no son mayor indicación que un testimonio fehaciente de que en una relación bilateral siempre se tiene la opción de distanciarse o de colaborar. El momento en el que nos encontramos – con el difícil proceso de recuperación económica que viene y con una prolongada necesidad de insumos médicos por la pandemia- llama a la convivencia. No por eso olvidemos que en diplomacia es posible plantar cara sin abrasar con todo. Quien quiera entenderlo, comprenderá entonces la importancia de que ayer se mencionara que la Historia, a pesar de todo, nos enseña que es posible entendernos sin prepotencias o extremismos.

En lo simbólico cada quien decidirá si mencionar a Lincoln, Juárez, Washington, Roosevelt o Cárdenas, hablar de agravios que no se olvidan y decir que los 38 millones de mexicanos que viven en EEUU son gente buena, trabajadora y honrada le parece suficiente para considerar que se representó dignamente al país o no, pero en lo estratégico evitemos que nuestras emociones nos hagan pedir incendios claramente fuera del compás actual que lleva este pas de deux norteamericano que va entrando en su cuarto siglo.

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