Filosofando: De la descomposición del país

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De la descomposición del país

Juan M. Negrete

13 de agosto de 2022.- ‘Sin maíz, no hay país’. Este eslogan resuena en marchas y movilizaciones cuando se les llama la atención a los gobernantes. Se trata del renglón primario de la economía, la producción de alimentos. Normalmente los del poder se comportan como sordos. Pero si la presión sube de tono, terminan expectorando que a los agricultores les va muy bien, que el aguacate mexicano se tornó una fruta indispensable en el mercado gringo, que las fresas, las moras, los cítricos y hasta el tequila y la cerveza están bien posicionados en el mercado, de los gringos por supuesto.

Hace días se le interrogó a AMLO sobre el particular. Su respuesta no resulta satisfactoria. Habló de avances en la materia, apoyándose en la tesis de que ya volvimos a los precios de garantía del maíz y del frijol. Es absurdo suponer que el consumo popular se reduzca a sólo productos de maíz y de frijol. ¿A qué galerón de las despensas enviamos la carne, el arroz, las papas, las verduras, los granos y todos los demás artículos de primera necesidad que se requieren para una dieta balanceada?

Obrador controla los micrófonos, pero en esto no mostró tener la sartén por el mango. Si ya somos autosuficientes en el renglón del maíz, ¿por qué se disparó el precio de la tortilla? ¿Se trata sólo de abuso y avaricia de los tortilleros? Como decían los viejos: no se puede tapar el sol con un dedo. El punto resulta más que claro. Por supuesto que en el campo no se está produciendo el suficiente grano de maíz blanco, que es el que se utiliza para la producción de las tortillas, base a su vez del consumo cotidiano de nuestros alimentos, sea en el campo, sea en la ciudad.

Del resto de los productos del campo ni sentido tiene tocar el punto. La verdad neta es que nuestro campo está tronado y no se ve tan siquiera una luz para este túnel oscuro que atraviesa. Dejó de ser rentable su ocupación desde que nuestros gobernantes suscribieron con los de Estados Unidos y Canadá el famoso TLC, o tratado de libre comercio. Sobre tal negociación corrió ya mucha tinta. Luego vino a ser mejorado o ajustado a últimas fechas por el gobierno de Peña Nieto y le tocó recibirlo a la gestión de AMLO. Ahora le dicen T-MEC, pero vino a ser la misma gata, ni siquiera revolcada.

Al final de los ajustes, la intromisión del gobierno entrante de Obrador detuvo la lupa en el asunto de los energéticos, concretamente de los hidrocarburos. Está sobre el tapete de las discusiones de nuevo con motivo de la famosa consulta que propusieron algunos magnates norteños para deslindar acomodos de sus inversiones y ganancias en la participación de sus empresas. Sigue por tanto en veremos si los ricardos norteños van a respetar o tendrán garrochas legales para saltar las trancas de lo que andamos defendiendo como soberanía nacional. Dijo Obrador que fijaría la posición de nuestro gobierno sobre este punto el día 16 de septiembre. Estamos entonces a un mes de enterarnos cómo va a mascar la iguana. No habrá que adelantar vísperas entonces y tomemos el respiro que nos indican desde el palacio nacional, para enterarnos de lo que se hará a nivel oficial en este rubro.

Pero en torno a la quiebra masiva o generalizada del rubro del campo, no se ha cambiado ni una tilde. En 1993, a la hora de signar el tratado éste, que terminó adosando nuestras barcazas económicas al trasatlántico norteño, se nos avisó que capitulábamos en dicho renglón. Desde entonces quedamos sometidos completamente al vaivén de las olas especulativas de las bolsas de valores gringas. El precio de nuestro maíz se tasa en la bolsa de Chicago y no hay más de qué hablar. Que luego nos digan que el precio de los granos se nos dispara porque hay combates en Ucrania, que se lo cuenten a los ciegos, que no ven. Al buen entendedor, pocas mentiras, aunque no sea refrán atinado.

Dos secuelas obligadas de tan estrafalarias medidas económicas vinieron a reflejarse de inmediato en el comportamiento nacional de nuestra fuerza de trabajo. La gran mayoría de los retoños de los campesinos, desempleados, fueron arrojados a los brazos del atractivo del sueño americano. De ahí que se dispararan los índices de expulsión de nuestra mano de obra y que se enfilara al norte. Ahora se empeñan allá de braceros, en el trabajo que sea: barriendo las calles, recogiendo basuras, de meseros, de labriegos, de choferes, de lo que salga, con tal que dé para conseguir la papa que exige el estómago.

Pero no todo mundo ha podido emigrar. Muchos de los que se quedan aquí, sin mayor horizonte para un empleo seguro y duradero, vinieron a dar en manos de lo que ha dado en llamarse crimen organizado. Los cárteles de las drogas vieron engrosar sus filas con mano de obra joven y barata. Sin cobertura legal, sin registro oficial alguno, manejando mercancías prohibidas, sus arreglos tienen que ver con la violencia desatada, con el empleo de la fuerza para todo, sin detenerse en privar de la existencia a otros rivales tan pobres como ellos, arrojados a los brazos de la hereje necesidad, que es la que norma nuestras descompuestas relaciones humanas.

Lo estamos soportando, no tan sólo contemplando. Y como que no le hallamos su solución. Son demasiados brincos y está el suelo muy parejo. Nos está resultando pues muy caro el pago de estas facturas, pues tiene que ver con el valor más preciado de todos, el valor de la vida humana de nuestros hermanos. ¿No hemos de frenarlo? ¿O hasta cuándo meteremos en serio las manos para poner fin a este desastre, en el que estamos sumidos?

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