Filosofando: Del sainete electorero

Sábado 01 de julio de 2023.- Se supone que todo tenemos claras las variables con que se juega el relevo de los puestos del gobierno. La duración para la que son electos es corto o más largo, según los casos concretos. Nadie repela por estas rutinas. Las tenemos vivas y actuantes. Hacemos consistir en esto la democracia y nos quedamos tan orondos, calificando así nuestro actuar político.

De antiguo se preguntaba a los mayores el sentido del lema que aparecía en los papeles oficiales: sufragio efectivo, no reelección. Algunos aclaraban que había sido la bandera de las proclamas de la revolución mexicana. Entonces todavía teníamos claro lo que significaba aquel movimiento social, cataclísmico por decir lo menos de él. Había sido sembrado en los campos de batalla un número elevado de paisanos, quienes habían ofrendado su vida por darnos un mejor país. Se manejaba la cifra de un millón de muertos. Ahora casi ni quien cite a la tal revolución, mucho menos a los sacrificados.

Pero el asunto es que uno de sus lemas centrales vino a ser esto de la no reelección. Y por aquellos años nuestros abuelos deben haberlo entendido muy bien pues el personaje que ocupó la silla presidencial, hasta que le tronaron los cohetes, don Porfirio Díaz, se reeligió cuantas veces quiso a lo largo de treinta años. Podemos precisar cifras en este asunto, pero no es relevante tal filón, sino el dato de que la bandera de no dejar que nadie, de quienes ascienden a los mandos, repitiera plato fue consigna aceptada por medio mundo y creímos siempre que implantarla había sido un triunfo de la tal revolución.

Con el tiempo hemos venido a saber que don Panchito Madero no fue el propulsor primero de dicha propuesta. El propio Porfirio Díaz, contra quien se señalaba el estigma de la reelección y que venía a ser uno de los atributos de su dictadura, había agitado tal bandera en 1876, convocando a sus seguidores a un pronunciamiento armado, precisamente para combatir la reelección. El lema parece haber sido el mismo: sufragio efectivo, no reelección.

Y bueno, ya que triunfó don Panchito Madero, hicieron a un lado a don Porfis, quien se exilió del país y hubo elecciones. Las ganó de calle el chaparrito y lo treparon a la silla presidencial. Pero mal pasó el año en tal puesto, le dieron golpe de estado los militares, encabezados por nuestro paisano Victoriano Huerta, a quien por mal nombre le decían el chacal. Se dice que los azuzó el embajador gringo, sin duda con el beneplácito de nuestros oligarcas, quienes por aquellos años todavía no eran banqueros o comerciantes, sino hacendados. Da lo mismo. Eran los ricos e imponían sus antojos al precio que fuera.

A Madero no sólo lo tiraron de la silla, sino que luego lo asesinaron. Y esto no le gustó mucho a nuestros abuelos, quienes se levantaron en armas en serio y en bola por todo el país. Duró como año y medio la refriega dura, que es lo que solemos llamar como período revolucionario y es al que nos referimos casi siempre cuando invocamos a este movimiento. Es lo central de ella. Aunque los historiadores profesionales, que son más cautos que el grueso de la población, nos advierten que hubo cuatro o cinco algazaras como ésta señalada. Tales precisiones son de tomar en cuenta, desde luego, pero para sostener una visión panorámica de las cosas, podemos ahorrárnoslas.

La conseja común nos viene a hacer creer que desde entonces se implantaron los procesos democráticos; que acudimos a las urnas cuando se convoca a elecciones y que el resultado del sufragio emitido masivamente se respeta. Desgraciadamente tenemos que sostener que tal visión sobre nuestra realidad política es un cuadro idílico, que no se corresponde con lo que realmente nos estuvo ocurriendo en todo el siglo pasado y cuyas lacras tampoco han podido ser ahuyentadas del todo.

Basta con reportar, hasta sin documentarlo, que a lo largo de los setenta años que se repitió el relevo a la silla presidencial con puros personajes del PRI, aunque no se le llamara reelección a la figura, no era otra cosa. Por nombres para el fenómeno no paramos. Algunos le llamaron dictadura sexenal: otros la calificaron como la dictadura perfecta… en fin. Pero lo peor venía a ser, no que repitiera siempre el mismo partido, sino que no era el producto del sufragio popular el que encaramaba a la silla a un monito, sino un dedo, un gran elector, una voluntad simplemente ineluctable.

Un siglo entero viviendo bajo tales escorrofios y simulaciones hace que una buena mayoría de los ciudadanos no se la crea que ahora sí tendremos procesos electorales decentes, atenidos a lo que marque lo acordado. No se trata de nada misterioso, de subir a los cuernos de la luna, de destapar el olimpo para convertirlo en transitable. Simplemente es pasar a la etapa de madurez ciudadana en la que se realicen procesos aprobados y se respete el resultado que arroje la gran encuesta vinculante, que son las elecciones.

Se trata nada más y nada menos que de no hacer chapuza, de no hacer trampas. Así sí tendrá sentido convocar a la población a que se lance a la calle a hacer campañas, a que se identifique con los candidatos que prefiera y a que luego emita su sufragio por el que le llene el ojo. Sabiendo que habrá procesos creíbles y respeto a la voluntad popular, tiene sentido que se enfrenten los que ya andan en la calle, realizando talacha. Es muy temprano para entrarle a la danza. Pero también habrá quién diga que el que temprano se moja, tiene tiempo para orearse. Así que, ya lo sabemos.

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