Filosofando: Mataron a Cándido

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Sábado 13 de mayo de 2023.- El día del asesinato del presidente de USA, John F. Kennedy, era este redactor un infante de apenas diez años. Me encontraba en la casa de una tía (Lucía) que vivía al otro lado de mi casa paterna, en El Grullo, Jal. Como era apenas el medio día, mi tía se encontraba atizando el niztenco para tortear. Era costumbre en casa de mis primos escuchar a esa hora un programa infantil del cantor Cri-Cri. Así que estábamos haciendo rueda al metate, oyendo el programa que tanto nos gustaba y esperando el ritual de la gorda calientita, recién salida del comal, para elaborarnos una burrita con sal.

De pronto el locutor interrumpió el programa para dar la triste noticia del atentado sufrido por el presidente gringo, en el que perdió la vida finalmente. Todos nos quedamos de a seis. Se nos hacía imposible que en aquella sociedad ocurrieran desaguisado de laya tan perversa. No entendíamos la causa del magnicidio, pero sí nos caía el veinte de que aquello significaba un acontecimiento extraordinario. Yo salí corriendo del corro y me fui a la casa, donde me encontré a mi madre hilvanando unos trapos viejos. La abordé de inmediato y le dije que acababan de matar al presidente. Mi madre me miró perpleja. Sintonizó la radio y se enteró directamente de la noticia que yo le había llevado, sin decir agua va siquiera. Ya más tranquila dijo una jaculatoria a su favor, que no olvido:

_ Ya está en el cielo. Fue un santo.

Por aquellos días apenas teníamos servicio eléctrico en el pueblo. Nos enterábamos de las noticias del mundo a través de la radio, no más. La prensa escrita no conocía casi circulación. Y de la televisión ni hablar. Con el tiempo vino la inundación de todos estos medios y recursos. Pero la comunicación de las noticias, de alto impacto o no, corrían entre nosotros todavía bajo el antiquísimo método de la vía oral.

A la mañana del día siguiente, por ahí de las cinco o seis horas, llegó el primer jornalero a la casa de mi tío José, que vivía justo en frente de la casa familiar. Los niños aún estábamos en la cama, pues no era hora de levantarse todavía. Al jornalero que llegó le apodábamos ‘el Chere’. A mi tío José le apodaban ‘Calavera’. Su conversación nos despertó y le seguimos el hilo:

_ Oye, Chere. ¿Ya supiste que mataron a Cándido?

_ No, Jose. ¿Cuál Cándido? ¿El de Elodia?

_ No, hombre. Al presidente de los Estados Unidos.

_ Ah, sí. Pero no se llama Cándido, Calavera. No seas burro. Se llama Canene.

Traigo a colación estos dos pasajes, en los que aparece el apelativo Kennedy, para rememorar la pista positiva por la que siempre ha rondado en la mente de la mayoría de los mexicanos dicho apellido. Nos remonta de inmediato a los miembros de dicha familia gringa, a la que nuestras consideraciones les ha tenido gracia y benevolencia.

Tras el asesinato impune del presidente John, unos años después vino también el crimen de su hermano Robert, quien andaba en campaña, con el interés de ocupar también la silla presidencial. Se empezó a hablar en todo el mundo de una especie de sino maldito que cubría a los miembros de esta familia, que escenificaba tarde o temprano cuadros de tragedia. Podríamos ocuparnos de Edward también y de otros miembros más jóvenes de dicha familia. Por un lado, nos queda la dureza de los hechos trágicos, pero por el otro se le suele dar vuelo al halo de las bendiciones, como lo hizo mi progenitora al enterarse del crimen de aquel presidente ya legendario.

Lo que nunca nos hubiéramos imaginado los mexicanos es que, ostentando tan bien visto apellido gringo, nos saliera de pronto un personaje que se refiriera a nosotros en formato tan despectivo, que, de no despertarnos el coraje colectivo, sería digno de tomarlo a chacota y burla. Se trata del senador por Luisiana, quien, por mera contingencia, por azares del destino como se dice, porta este apellido. Se llama John Kennedy. Es bueno saber que no está ligado a la familia gringa que le cae tan bien a tantos mexicanos. Tal vez por dicha razón no nos cabía en la mente la dimensión de sus dichos patéticos, supremacistas, reaccionarios, racistas, clasistas y todos los ismos negativos que le queramos indexar, que dan para mucho.

Es senador republicano por el estado de Luisiana. Dicen los que saben que Luisiana está rankeado como uno de los cinco peores estados de USA en el concepto de desarrollo humano. Eso no excusa la patanería, la miopía, la obtusa contemplación de realidad, de que hace gala semejante personaje, al soltar como una verdad de a kilo, según él, que ‘si no fuera por ellos (los gringos), los mexicanos estaríamos consumiendo (supongo que como platillo fuerte) latas de comida de gato y habitando en tiendas de lona en el traspatio’. (Gulp, mí no entender)

Decía mi abuelo paterno que ‘quien sea pendejo, que se queje a dios’. Y mejor aquí la dejamos. No se nos vaya a derramar la bilis y terminemos diciendo cosas que no merezcan ser asentadas en estos renglones. Paciencia, y a aguantar estos y más desfiguros de nuestros vecinos, muchos de los cuales no reflejan cansancio alguno para soltar disparates, como si fuera manda. Ahora nos tocó a nosotros y… ni modo.

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