Felipe Cobián R.
A diez días del segundo debate presidencial, el domingo 20 de mayo, y a cincuenta de la jornada electoral, e1 1 de julio, el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, sigue inamovible, y por mucho, en primer lugar.
Ahora sí puede afirmar AMLO, con mayor certeza que en 2006, que es “invencible”, pero no por ello se vaya a ensoberbecer, como a veces parece, porque la soberbia hace perder al más pintado. Eso fue lo que le sucredió entonces, aunque él nunca lo reconoció y por eso se hizo investir de “presidente legítimo” de México y tomó el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México y, a partir de ahí, siempre fue una piedra en el zapato de Calderón.
Nunca como ahora, salvo en la época de los “tapados” de “la dictadura perfecta”, cuando el jefe del Poder Ejecutivo en turno llevaba a su candidato in péctore hasta que los “destapaba” y se convertía en el infalible gran elector, alguien ha estado tan seguro de triunfar como ahora lo está El Peje, de acuerdo con las encuestas.
Y es el hartazgo de la gente, el hartazgo por la corrupción que mana desde la Presidencia misma con lo de la “Casa Blanca”, “La Gran Estafa”, Ayotzinapa… El hartazgo por la impunidad, por la inseguridad y más y es lo que mantiene en tan alto grado la intención del voto ciudadano favorable a este candidato y ronda el 50%.
Del “moreno” son 20 puntos los que lo separan del panista, Ricardo Anaya, desacreditado por su desmedida ambición personal, por su presunto lavado de dinero y por la forma como se convirtió en candidato suplantando voluntades y la democracia interna de su partido.
Aunque aquí cabe aclarar que AMLO tampoco se ha distinguido por demócrata, pues él es el todo en Morena. Él lo creó y él lo preside con singular autoritarismo y terquedad.
Del priista Antonio Meade, ni hablar. Está en la lona, en un muy lejano tercer lugar y no a salvo de perderlo frente alguno de los dos independientes, Margarita Zavala o El Bronco.
Los riesgos de Andrés Manuel son precisamente su terquedad y autoritarismo. Esto lo ha llevado, con tal de ganar, no sólo a acoger desertores de derechas e izquierdas, sino a un buen número de personas que van desde simples oportunistas que lo ven ganador y no quieren vivir sin roer hueso y buscan asegurarse algún cargo:
Ahí están entre otros, desde los exdirigentes panistas Manuel Espino y Germán Martínez Cázares y el exsenador jalisciense José María Martínez, también del PAN y cercano al dueño de la UdeG, Raúl Padilla López, hasta un Manuel Bartlett quien tumbó el sistema haciendo perdedor a Cuauhtémoc Cárdenas y ganador a Carlos Salinas.
Caben también bajo las alas de Morena, el líder minero exiliado Napoleón Gómez Urrutia acusado de corrupción y a quien le aseguró elección legislativa por la vía plurinominal. No faltan familiares de Elba Esther Gordillo –y ella misma–; los Bejarano, los Ponce, Los Imaz; los Marcelo Ebrard y Claudia Sheibaum que no han rendido cuentas claras de la Línea 12 del Metro de la CDMX y los segundos pisos ni de daños del sismo del 19 de septiembre de 2017.
Confiado en esa ventaja, y en su peculiar forma de ser, el abanderado de Juntos haremos historia, mesiánico señala que quien no está con él está contra él, a quien no piensa como él, lo acusa de ser conservador, enemigo del cambio y miembro de la “mafia del poder”. Así ha sucedido con quien lo ha criticado desde algún artículo o columna. Lo mismo ha tenido el desatino de dejar que se contradigan sus más cercanos colaboradores, al grado de semejar una lucha interna de clases como la escenificada entre Alfonso Romo y Paco Ignacio Taibo II en torno del nuevo aeropuerto, por ejemplo.
Hacia el exterior, AMLO hace declaraciones fuertes sin medir sus consecuencias y acusa indistintamente a algunos sectores, en especial a empresarios, de de oponerse al cambio, de ser “una minoría rapaz”, lo que ha provocado la polarización, aunque después tenga que bajarle un poco a sus críticas.
Pero el enemigo, sus enemigos, no son pocos ni débiles. Cuando se sienten perdidos se agrupan, como ya lo vimos en el primer debate, y atacan sin miramientos.
No obstante esa polarización, él sigue arriba en la intención del voto.
El peor riesgo, es él mismo: que por su populismo al estilo Echeverría –de quien nada dice– se crea desde ahora el impoluto, el héroe anticorrupción el invencible y se llene de soberbia antes o después del 1 de julio y esa sacudida que tanta falta le hace al país por el hartazgo de todos, quede en nada como cuando Miguel de la Madrid propuso –frase de campaña, claro– la “renovación moral de la sociedad”.