Impredecible, el gobierno de AMLO

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Este 1 de diciembre finaliza, por fin, esta especie de interregno de cinco meses, lapso en el que uno, el presidente, se perdía en su propia bruma haciendo como que gobernaba, y el electo, el que asumía su agenda, se movía y declaraba, por boca propia y por la ajena -la de su gabinete y legisladores- de lo que va a hacer, o ya está haciendo, y de cómo va a gobernar.

Este hiperactivismo pre presidencial de Andrés Manuel López Obrador que incluyó las consultas populares como la toma de decisiones: la clausura del NAIM en Texcoco y el consecuente pleito con importante sector de los grandes empresarios –y la cuestionada alianza con otro sector de los muy ricos, que operan medios de comunicación, a propuesta de Ricardo Salinas Pliego, dueño de TV Azteca-; el anuncio de Santa Lucía como nueva terminal aérea; el adelanto de obras como el Tren Maya, la refinería en Tabasco; la conformación de la Guardia Nacional con las fuerzas armadas (militares y marinos) y una mezcla con policías federales (civiles) que implicará, en los hechos, la anulación de todas las demás policías, entre ellas, las estatales y las municipales para dar paso a la militarización que tanto criticó.

Además, hubo proclamas sin ton ni son, y falta de tacto, de reformas legales por parte de diputados y senadores en materia financiera y económica como el no cobro de comisiones bancarias y cambios en el manejo de las afores, entre otras disposiciones, que terminaron ocasionando más incertidumbres que certezas y sobresaltos: salida de inversiones y caídas en la Bolsa de Valores y el peso, independientemente de la fuga de capitales estimada, hasta hace tres días, en alrededor de 5 mil millones de dólares.

De esta manera, AMLO ha visto incrementar las críticas en su contra, aun de parte  de quienes eran o han sido sus simpatizantes y aliados, activistas, luchadores sociales y de derechos humanos, desde que decidió concentrar todo el poder y continuar con la militarización del país, pese a haber sido el primero en combatirla en los gobiernos de Felipe Calderón y de Peña Nieto, así adecue las leyes para justificar su presencia permanente.

Pero lo peor de todo es que entre tantos dimes, diretes, desmentidos, correcciones y contradicciones, lo que han generado en el país es una peligrosa corriente de fanatismos de uno y otro lado.

La polarización es tal que los odios -como ya lo apuntamos aquí en anterior columna- se han exacerbado a extremos no vistos que pudieran generar, más temprano que tarde, enfrentamientos no verbales, actos de venganza, y no propiamente acciones de “amor y paz”, como lo ha proclamado el eterno candidato, inminente presidente de la República que, de seguirse dividiendo y enfrentado de menos a más, no podrá ser fácilmente gobernada si no es mediante la fuerza que yo no creo que sea lo que se pretenda.

Si bien, el triunfo electoral de Andrés Manuel fue rotundo con una tercera parte de los votos posibles del padrón electoral -30 millones- para ganar por mayoría extraordinaria el Congreso de la Unión, no da lugar al avasallamiento y menos al sojuzgamiento de los opositores, sean partidos o particulares, de las que ya han dado muestras muy recientes el senador Félix Salgado Macedonio que amenaza con pedir la desaparición de poderes en Jalisco por oponerse al delegado plenipotenciario, y Paco Ignacio Taibo II quien, con más prepotencia y procacidad que desparpajo dijo que será director del Fondo de Cultura Económica “porque ya se las metimos doblada”.

¿Cuál será finalmente el rumbo de la “Cuarta Transformación” del nuevo presidente? Lo ignoramos todavía, muy a pesar de estos y otros atisbos que él y sus cercanos se han dedicado a propalar.

Un amigo suyo desde tiempos remotos, cuando se iniciaba en la política, y por quien votó, me confesó apenas: “Andrés Manuel es imprevisible: lo que hoy en la mañana es blanco para él, en la tarde o mañana es negro”.

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