LA COCOCHA (un cuento largo en diez historias menudas) / I
[Este relato contiene diez historias amorosas. Se irá publicando cada una de ellas por orden de aparición del relator. Pueden leerse de manera independiente]
Mel Toro
Como aceptaron la condición del patrón, se alista cada uno a contar su historia. Moy, el viejo, se arranca, el primero:
_ Pos’ no sé qué queras saber, vale, pero de tragedias de amor me sé una dura, ocurrida aquí hace munchos años. Tovía no me casaba yo. En san Miguel vivía una muchacha bonita, de la familia de los Michel. Por mal nombre le decían la Cococha. Ya de muchacha, la conocí, como de unos dieciséis años. Tenía su pelo rubio y largo, muy largo. De humor se hacía dos trenzas que le bajaban de la rabadilla. Y cuando se las echaba por delante, amarradas las puntas con listones tricolores, me imaginaba yo ver a la patria misma. Era la muchacha más bonita de todo este bajío. Sabían traerla los papás a las fiestas y era afición de nosotros ir desde el rancho a dar vueltas al jardín, casi nomás pa’ verla, aunque ni nos pelara.
Un amigo le echó los canes. Era vato pobre. Trabajador, eso sí, ladrillero. Los papás de la Cococha se enteraron del asedio del camarada y buscaron la forma de alejársela. No se les hacía partido pa’ ella, aunque le hacía jalón. Eso dijeron, porque el cuento fue que la trujeron al pueblo en contra de su voluntá. Aquel venía de vez en cuando a buscarla pa’ platicar con ella y se veían a escondidas. La muchacha, aunque tan bonita, era ranchera como todos nosotros. Pos’ le dio entrada. Al principio, debió extrañarlo y ponerse de acuerdo pa’ platicar a escondidas. Pero la medicina de la distancia empezó a surtir efecto. La Cococha se empezó a rozar con más gente y a conocer mozos bien presentados y de dinerito. Porque acá hay gente rica. ¡Y ella, tan de buen ver…!
Un día vino a verla el vale y la halló algo cambiada. Ya no se portó con él como antes. Se mostró arisca y como con prisa de que se fuera. Aquel se alebrestó y le juró raptarla. Se lo previno: ‘Ándate lista, le dijo, porque cuando menos pienses te voy a robar. Y te vas a juir conmigo, porque no te va a quedar di otra’. Nadie puede decir entonces que la Cococha no sabía lo que le esperaba. Ni se sabe tampoco si no condescendió o estuvo de acuerdo. Así fueron las cosas.
Entre despechado y ofendido por lo de la última entrevista, el novio se fue al rancho y habló derecho con su abuelo, con el que montaba los hornos. Recién habían quemado dos. Traía él en la bolsa, completito, el dinero de uno. Le contó al abuelo lo que iba a hacer. Éste le dio también la lana del otro horno. Ni lo reconvino ni lo detuvo. ¿Pa’ qué? Al contrario, lo alentó y le dijo que consiguiera dos mocetones de escolta. Le ayudaron a robársela. Dos muchachos muy decididos. Ya se conocían.
Hubo algo más en el cuadro. Rubén Uribe, el ciego, ya tiempo estaba prendado de la chamaca. Este amigo estaba viejo, muy viejo pa’ ella. ¡Qué le iba a hacer jalón ella! Pero picado de la pasión, se propuso también hacerla suya. Contrató por su cuenta a dos malandrines también con la intención de que se la trajeran al cerro. Las malas coincidencias de la vida. Los tales sicarios del ciego Uribe eran los mismos recomendados del abuelo. Los malandros compraron doble contrato en una tarea.
Llegó la fiesta del dieciséis. Aquel gentío en el cuadro del jardín. No cabía un alfiler. Y tanta gente bonita. La Cococha resaltaba, como siempre. Yo andaba ahí y me acuerdo bien de ella. Si siempre la vi hermosa, ese día la encontré radiante. Su carita sonrosada, sus trenzas por delante y el rebozo atándole los brazos. Traía un vestido hampón, blanco, bordado de holanes en los remates. Tan alta, tan bien plantada, tan acintureadita. O será que a mí me gustaba tanto que me hubiera dejado ahorcar por ella. Ya tenían ratito de andar dando vueltas en el jardín, ella y otras dos amigas. Hay quien dice que fue por la noche, pero no es cierto. No escurecía todavía.
Imagínense el sanquintín. Llegaron los raptores a la plaza. Se treparon a caballo al cuadro. Eso no se usa. Había mucha gente. A ellos no les importó atropellar al que se les pusiera enfrente. Iban a lo que iban. De modo que, a la vista de la multitud, haciéndose a un lado el remolino de gente, llegaron hasta la Cococha y la quisieron trepar a un caballo. Algo estorbaba la ola de curiosos, que no se apartaba. El griterío asustaba a las bestias. Perdieron la ventaja de la sorpresa. Como haya sido, ella se les escabulló y se fue corriendo calle abajo, rumbo al río. A causa de las bestias, los raptores bajaron con trabajos del jardín al arroyo de la calle. Pero ya abajo arrancaron a todo galope tras su presa, a la que no perdían de vista. Pronto la alcanzaron.
El tiempecito perdido dio aire a la policía. Montaron los cuicos en su caballada y se fueron tras los raptores. Unos dicen que la muchacha tocaba las puertas pidiendo que la dejaran entrar para esconderse, pero que nadie le abrió. Otros dicen que fue la fórmula para hacer aparecer que era rapto. Lo que se supo bien es que ella avanzó mucho y tal vez se les hubiera escapado. Finalmente, uno de ellos le dio alcance, la agarró de las trenzas y, aunque la arrastró un trecho, la trepó finalmente al caballo.
Yo ya no vide más. Nomás escuchaba la tracatera. La cuicada les tiraba a los juidos. Los escoltas del novio distraían a los cuicos con plomazos, pa’ poderse pelar. Se les fueron. Salieron del pueblo sin que les pudieran dar alcance. Afuera cambiaron de montura a la Cococha y, ya en convoy, se internaron en lo más intrincado del monte. Iba el novio saliéndose con la suya. Si estaba La Cococha de acuerdo o no con ser raptada, con las mujeres no se sabe nunca.
A los días vino lo triste. Una patrulla de vigilantes descubrió dos cuerpos en la cresta del cerro, ya despedazados de las fieras. Eran los cuerpos del novio raptor y el de la pobre Cococha. Los cabrones malandrines ayudaron primero al novio a juirse con la muchacha; mas ya a su merced y en descampado, lo mataron. Le robaron toda la plata que llevaba. Se quedaron también con las bestias y pistolas que les había facilitado el ciego Uribe, porque se tasaron caros, pero nunca le llevaron a la secuestrada. Le pintaron un violín. No les sé decir si a la Cococha la hayan violado antes de matarla. ¡‘Onde creen que no! La patrulla bajó los cuerpos y todo el mundo los lloró. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
[Continuará…]