La cococha (cuento) / IV

LA COCOCHA (un cuento largo en diez historias menudas)

[Este relato contiene diez historias amorosas. Se irá publicando cada una de ellas por orden de aparición del relator. Pueden leerse de manera independiente]

Mel Toro

4.- Cuarta historia:

Hila parsimonioso Chacamota, el caporal. Da un largo trago a la taza de café y relata que una prima suya dio en mancornar al novio, pero no rindió buenas cuentas de la travesura. Se llama Juanita. Nunca habla del caso. Al contrario, cada que se lo refieren o lo recuerda, llora y enmudece. El novio también se llamaba Juan, colorado, buen mozo, muy trabajador. Había buscado fortuna en el norte. Ya se había establecido allá, pero tenía el gusanito de la novia. Vino a verla. Se vino desde antes para unas fiestas de enero. Por octubre ya andaba en el pueblo. Como era soltero no le apuraba mucho lo de ganar. Además, estaban acá sus papás y sus hermanos.

_ “La vida en el norte no es grata. Si no fuera por los dólares, nadie iría para allá. Aquí es donde se vive a gusto”.

Juanita lo recibió con alegría – agrega -. Sí lo quería. Pero las muchachas son volubles y caprichudas. Unas dan hasta en ser facilitas. Mientras Juan anduvo en el norte, para no estar de a tiro sola, le había dado entrada a Agapo, uno de los Ajuates. Juan se aprestó a visitarla a la salida del trabajo. Antes las tiendas del pueblo abrían a las seis de la mañana y cerraban a las diez de la noche. Los dependientes entraban a las siete de la mañana y salían a las nueve de la noche. Ella trabajaba en la tienda del Tapatío. Con su amiga Teresa, daba por la noche una o dos vueltas en el jardín y se iba a descansar. Era el rato en el que se les acercaban los muchachos y platicaban. Así era antes.

No se ocupa mucho – sigue el Chaca su relato, con mucha calma -, para darse cuenta cuando uno tiene rival en amores. Agapo le venteó las intenciones a Juan. Y eran primos. Pero desde ese momento le empezó a estorbar. Empezaron a estorbarse los dos. La Juanita no hallaba cómo escabullírseles, porque la atraparon en la mancornada.

Teresa buscó la forma de írsela llevando, de sacarla del aprieto; pero los galanes no cejaban; a cuál más, querían seguirlas. La noche que se trenzaron los pretendientes, a Juanita le tocó atender de mesera en el portal de la tienda. Ahí estaban refrescándose los Pérez. Juan los distinguió desde el jardín y, por ser tan amigos, decidió acompañarlos. Juanita le llevó una cerveza y al tenerla tan cerca, Juan le echó el brazo a la cintura. La abarcó el mocetón, pues era garrido. Ella le pidió que la soltara pues estaba trabajando. A cambio lo esperaría para que la llevara en la bicicleta a su casa. Fue acuerdo. Ambos cumplieron. La cargó en medio de la oscuridad de las calles. Como no había luz eléctrica, estaba como boca de lobo.

Mientras no estuvo Juan en el pueblo pues, Agapo noviaba con Juanita. Teresa traía de pegue a otro muchacho de nombre José. Buen mozo éste, oriundo de Mascota. Componía versos, tocaba la guitarra, muy alegre. No era mala gente. Al contrario, hacía bonito ambiente a su alrededor. Era valiente, o no dejado, más bien. A José le extrañó el triángulo de Juanita, cuando antes él y Agapo las acompañaban y lucían a las dos novias, los poquitos ratos que lo permitían las costumbres. Como saben ser esas cosas, la noche en que Juan cargó a Juanita en su bicicleta, Agapo ya no se aguantó las ganas y llegó a las manos con Juan, su primo. Todo por la polla.

Juan aceptó el reto. Tenía que ser. Le torteó el hocico. Estaba mejor hecho. Aparte era bueno para pelear. Agapo no le duró ni un round. Se apachurró y, todo dolido, se retiró de la escena. Mas no perdió a gusto. De lejecitos, venía José acompañándole. Agapo le pidió que le diera canillazo. José se sintió tal vez comprometido y entró al quite. Compró a medias un pleito, donde nadie lo llamaba. Había visto la agilidad y fiereza con que golpeaba Juan. Entendió que con los puños no lo iba a someter. Juan y José crisparon los puños y se dieron feo de moquetes. Ahí sí toparon dos gallos de pelea. Del final del cuento no les sé decir la verdad, porque se cuentan dos versiones.

Unos dicen que Juan iba perdiendo. Y que, al verse vencido, para defenderse sacó un verduguillo. Pero que José era tan hábil que se lo arrebató de las manos y que con esa misma arma lo ultimó. La otra versión lo cuenta al revés. Dice que el que iba perdiendo era José. Entonces Agapo, el Ajuate, acomedido, trajo de la tienda de la esquina una cuchilla para que se defendiera y se la puso en las manos.

Como haya sido, José apuñaló a Juan y lo dejó tirado en un charco de sangre. Él, que no la debía ni la temía, fue el comprometido. Tuvo que huir del pueblo. Teresa lo quería mucho, pero lo perdió. Juanita se quedó sin miel y sin jícara. Su Juan había venido a casarla, pero, por haberlo mancornado y andar de bravo, halló la muerte. Todo mundo le echó la culpa al Ajuate, que también se peló por un tiempo. Dicen que José se entristeció mucho y pronto se murió. Lo mató el remordimiento. Juanita no se casó nunca. Con el tiempo tuvo hijas de matujo. No me pregunten más, porque conocen a las muchachas. Están bonitas, como su mamá. Pero traen mala sangre. Eso se hereda.

[Continuará…]

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