La falacia del pensamiento homogéneo

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La falacia del pensamiento homogéneo

Por Juan M. Negrete

22 de enero de 2022. – Lo del discurso sobre el pensamiento único u homogéneo se nos escurre de inmediato al terreno de las falacias. Se trata entonces de mentiras, de afirmaciones poco seguras o de alcance reducido. Al confrontarlas con la realidad las vemos desplomarse sin remedio. Tomando esta observación para aplicarla a la correlación que se da entre Obrador y su extenso auditorio, su validez resulta incierta, falsa. La imagen de un auditorio homogéneo primero y luego alineado e incapaz de disentir ante el predicador, es absurda. No la avala la realidad de nuestras cosas.

Pongamos a remojo otra consideración más. Los clásicos de la semiótica nos ilustran con que en el proceso de la comunicación hay dos actores fundamentales: el emisor y el receptor. Ante la ausencia de uno de los dos el proceso de la comunicación simplemente no se da. Llevemos la clarificación a la palestra de lo que disputamos, que es la pugna en nuestra arena política.

Si ya dimos como válido el aserto generalizador de que el receptor es abúlico, indolente, incapaz de pensar por sí mismo, no sólo se desfigura el proceso de intercambio político en nuestro espectro nacional, sino que lo descalificamos como incurable. Es la especie que propalan los detractores del poder presente y nos la quieren pasar como válida, por debajo de la mesa. Si se da cabida a tales prejuicios, aparte de enviciar esta discusión, nos cerrará todas las puertas para un posible y valioso entendimiento sobre el tema. Si a un receptor romo y torpe le colocamos enfrente la imagen de un emisor también burdo, zonzo y hasta mal intencionado, ya está desfigurada del todo la correlación por revisar.

Por ahí corre el tinglado de las mentiras, cuando no hay un sentido objetivo y realista de búsqueda en el análisis. Las secuelas posteriores, como derivados, resultan hasta fáciles de adivinar: descalificación, engaño, embustes, falacias pues. Levantar luego el señuelo del pensamiento único o acrítico es una deducción obligada, aunque no se sostenga en ningún pilar teórico plausible.

Una revisión mínima de números no restringidos a capillas de parcialidad nos da mejores pistas. Las encuestas actuales le dan a AMLO un margen de aceptación entre un 62% y un 65%. De tales cifras no se infiere la deplorable imagen de un público mexicano global amorfo y alineado casi sin lunares. Es una aceptación mayoritaria, pero no altísima, ni mucho menos absoluta.

Remitir las posibilidades que reflejan estas cifras a lo que vendrá en los escenarios futuros nos indica resultados previsibles. Los que dirigen al equipo gobernante no han de dormirse en sus laureles. El partido Morena no refleja unidad de acción sólida. Se ve más bien como un conglomerado improvisado, medio forzado, que no facilitará llegar a acuerdos exitosos que conserven la línea actual del poder. La oposición, por su parte, se sostiene ante expectativas posibles de un 35% del electorado, lo cual no es despreciable. Otra cosa es que ese espectro poblacional, opositor al pastor actual del gobierno, viva una coyuntura de dispersión y de falta de indefinición de objetivos. En la vida política tales variables componen una pócima indeseable.

En contra de los endriagos del pensamiento único o acrítico, los gobiernos de la revolución le apostaron todas sus fichas a las tareas de escolarización y de la alfabetización generalizada. Fue la línea del despotismo ilustrado. No estaremos cosechando los mejores frutos de tal esfuerzo, pero sí hubo logros que enviaron a la lona a enemigos que parecían invencibles. Uno de ellos es el engendro del malhadado pensamiento único, baladrón e insufrible.

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