La sombra de la filosofía
Pseudo Longino
El primer libro de Eugenio Trías es un ensayo en el que intenta responder qué es la filosofía, ni más ni menos. Para él, esta disciplina tiene un problema principal: el de la demarcación entre el saber y el no saber o falso saber.
El título, “La filosofía y su sombra“, apunta hacia la actitud básica de los filósofos más importantes de occidente, que se han esforzado justamente por demarcar entre lo que es un saber y lo que no lo es, pero lo aparenta o intenta serlo.
Platón, por ejemplo, utiliza la sofística como esa “otra” actividad, espuria, que no lleva al conocimiento sino a la opinión, si acaso, y al engaño.
Una tesis muy importante de esa ópera prima es que la filosofía no sólo requiere de esa “sombra“, de ese no saber, sino que esa “sombra” es, en realidad, un producto suyo. La “sofística” de Platón ha sido definida por él mismo, reuniendo cono ese término lo que él necesitó distinguir de su propia propuesta metodológica.
Así también Descartes necesitó de las “ideas confusas“, de las opiniones y engaños para poner todo eso en duda y llegar a las “ideas claras y distintas“, el saber auténtico, que se recorta del no-saber, por él mismo definido y delimitado.
Más acá en el tiempo, los filósofos del positivismo lógico, como Carnap, habrían también demarcado el saber del no saber, que tacharon como “metafísica”, y haciendo de un Heidegger, por ejemplo, una especie de pseudofilósofo encargado de “pseudoproblemas“. El saber genuino, en este caso, se destaca de ese trasfondo “metafísico” (en realidad, problemas del lenguaje) pero que no tiene que ver con el conocimiento científico y el saber filosófico legítimo.
Trías va más allá y ve en este afán de demarcación una expresión particular de una tendencia que empapa la cultura occidental por completo. Occidente se basaría en dicotomías, como la de sacro-profano, consciente-onírico, adulto-niño, cuerdo-loco. En otras culturas, estas demarcaciones no serían tan tajantes.
Lo sacro y lo profano, así como lo perteneciente al sueño y a la vigilia o la locura como lo “otro” de lo “sano” mentalmente, serían divisiones propias de la cultura occidental, al menos en su rigidez. Una más sería la del saber y el no saber, el terreno de la filosofía. La cultura occidental estaría así transida por un empeñó de distinción dualista, de orígenes aún por explorar.