Partidiario
Criterios
Entre las conferencias mañaneras y su primer informe de gobierno, al que llaman también “tercer informe” (el primero fue a los 100 días de gobierno y el segundo en la conmemoración del aniversario del triunfo electoral), rendido ayer por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quise encontrar novedades o diferencias y ninguna encontré.
Anticipadamente acepto que pudo ser mi incapacidad para descubrir lo nuevo, pero ¿es que en realidad no hubo más material que aportar que los anuncios y disertaciones de todos los días que nos receta el incansable primer mandatario en las “mañaneras” que escuchamos en vivo o leemos?
Por más que hice la lucha no encontré en este primer-tercer informe algo que no se hubiera dicho.
Bueno, lo que sí encontré o descubrí fue un paralelismo, o una especie de espejo, de los antiguos informes presidenciales priistas, que con esa parafernalia obsesiva –valga la redundancia– había que resaltar, a como diera lugar, la figura del primer mandatario como el centro obligado de todo lo hecho o por hacerse. Además, había que aplaudirle a la menor pausa. Aunque no viniera al caso. Así ocurrió ayer en el Palacio Nacional.
Ahora, no obstante, el invitado no fue AMLO al Congreso de la Unión para hablar sobre la marcha –o estancamiento, si se quiere- del país; fue el Presidente quien invitó al Palacio Nacional a quienes él quiso, y entre ellos asistieron algunos legisladores para que oyeran un buen adelanto de lo que horas más tarde, por escrito, entregaría su mensajera, Olga Sánchez Cordero, al Poder Legislativo.
Aunque ese informe no fue propiamente un informe. En esencia fue, más bien, un discurso político en el que se enumeraron, más que logros, que han sido muy escasos, los buenos propósitos, anhelos y hasta sueños de su gobierno, dando por hecho asuntos para nada sencillos, al contrario, cuestiones o problemas que, en el mejor de los casos, permanecen estáticos y que, en el peor, se han venido agravando en lugar de resolverse, como el desabasto de medicamentos, la desatención en hospitales públicos y el crecimiento casi cero –es de apenas 0.5%– de la economía nacional.
Sobre la inseguridad y la violencia generalizada en el país –hay que decirlo– reconoció que “no son buenos los resultados en la baja de la delincuencia, pero constituye nuestro principal desafío. Estoy seguro que vamos a lograr serenar al país”.
Sin embargo, sí aseguró que su lucha contra la corrupción ha dado frutos y citó, por enésima vez, la batalla contra el huachicol y reiteró que ya se acabó, pero no dio cifras sobre cuánto aumentaron las ventas de energéticos de Pemex gracias al combate al robo de gasolinas. Tal vez porque no se ha reflejado y persiste este mal.
Reiteró López Obrador que “ya no hay corrupción”, pero su gobierno ha hecho grandes compras, como las de los carros tanque o la compra de medicamentos a otras abastecedoras, sin licitación de por medio, por ejemplo.
Eso, por un lado. Por otro, hace mutis cuando ha habido señalamientos en contra de alguno de sus funcionarios. Al contrario, les da el espaldarazo. Así sucedió ayer con el director de la CFE, Manuel Bartlett, cuando apenas la semana pasada le descubrieron presunto enriquecimiento inexplicable y comprobaron la compra de más de 20 casas de alta plusvalía. Tales adquisiciones no van con lo que ha ganado como político, que lo ha sido casi toda su vida. Aun desde antes de que tumbara el sistema electoral en 1988, cuando le dio al triunfo a Carlos Salinas, el neoliberal por excelencia.
Además, reiteró que el fruto de la austeridad es el ahorro de 145 mil millones de pesos, pero no explicó lo que se ha tenido que pagar por la suspensión del NAIM de Texcoco –“que fue la mejor decisión”, aseveró– ni lo que se ha dejado de comprar de medicamentos y las pérdidas por retrasos en áreas de gobierno por insuficiencia e incapacidad de personal recién contratado. Mientras muchos han sido despedidos sin indemnización justa.
Se habló de la creación de más de 300 mil empleos permanentes, pero no dijo si se incluye al programa “Jóvenes con futuro” que, en muchos casos, no se está cumpliendo con lo que se asegura y se han vislumbrado abusos, según Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.
Por otro lado, AMLO dio la impresión de arrogarse para sí, como un triunfo propio de su economía, los 16 mil millones de dólares enviados “por nuestros héroes”, los migrantes, porque es la mayor fuente de divisas del país “y yo los promuevo”.
No fue sólo eso; como no queriendo, se colgó, sin ruborizarse, la medalla de los triunfos de Juegos Panamericanos. Para ser precisos, se la entregó Ana Gabriela Guevara, directora del Comité Nacional de Cultura Física y Deporte. Ayer pareció colgarse la de los Para Panamericanos. Los atletas, ya es muy sabido, por la austeridad no recibieron mayores apoyos gubernamentales. Ahora dirán otras cosas.
En fin, más que un informe el de este primero de septiembre, fue una lectura de propósitos y buenas intenciones de la 4T para el futuro, porque mucho de lo que se da por hecho –AMLO tiene siempre sus propios datos– no corresponde a la realidad, al menos por ahora.
Amante de la polémica –cual si aún siguiera en campaña, como ya lo hemos señalado aquí–, al Presidente no le podían faltar las diatribas, como las que repite a diario en las “mañaneras”, al externar que sus opositores partidistas “están moralmente derrotados (…) Dejemos a un lado la hipocresía neoliberal y reconozcamos que al Estado le corresponde atemperar las desigualdades sociales”.
Mientras escuchaba el informe de que todo está “requetebién” y “México está feliz, feliz, feliz”, me preguntaba: ‘¿dónde he escuchado tantas veces esto?’
Así pues, entre el primero y tercer informe de gobierno, se vio a un primer mandatario viéndose en su propio reflejo que, como el Narciso de la fábula, podría naufragar de no hacer caso a la realidad.
Mientras el pueblo aplauda al populista, al mesías que mira al pasado remoto de sus excorreligionarios tricolores, que el mundo ruede.