Llegará un mañana
Josefina Reyes Quintanar
Soñamos los humanos con un porvenir, hacemos planes en la vida, a largo plazo, al día siguiente, con la seguridad de que veremos brillar el sol nuevamente después del reposar cada noche. Pisando con firmeza en nuestro andar, ostentamos la certeza del vivir, de permanecer en este plano terrenal haciendo y deshaciendo, siendo conscientes de que la única certeza que tenemos es la muerte.
El simple proceso de la vida, el cual puede ser dulce y apacible o difícil y tormentoso, según la vida de cada cual, cambia de un momento a otro drásticamente. Ya sea por mutaciones, ausencias, o alguna calamidad, todo puede voltearse de cabeza. La realidad colapsa, mejor dicho, nuestra realidad, nuestra percepción del mundo. Esa fe que nos mueve, el beneficio de la certeza nos es indispensable para no colapsar nuestro sistema nervioso. Para confiar en los pasos que damos en automático y continuar con algún proyecto.
Pero llegará una mañana en que todo termine. En que el sol no podrá iluminar nuestra ventana para clarear el día. Obvio es que el sol no sufre cambio alguno, pero si no lo percibo qué sentido tiene su existencia para mí; en el que no podremos despertar con el canto de los pájaros o el aletear de los colibríes. No podré disfrutar del color de mi buganvilia. Una mañana en que el trabajo tan indispensable que creo realizar será fácilmente hecho por cualquier otro, en que ya no cruzaré ni la puerta de mi casa, mucho menos calles o andadores. Llegará una mañana en que mi existir se convierta en un lejano pensamiento para un ser querido.
Llegará una mañana en que despierte huérfano, sin padre ni madre que velen por mi bienestar. Mi corazón conocerá el luto inagotable que significa semejante pérdida, un dolor que llega para arraigarse para siempre en el alma. Llega el momento en que se desvanece un futuro juntos, que ya no compartiremos. La casa paterna quedará vacía, aunque llena de objetos que seguirán en su sitio. Sólo habrá conversaciones en susurros, buscándolos, añorándolos, llorándolos. No habrá más consuelos ni refugio al qué acudir, sólo sus recuerdos y su ausencia. Desaparecerá la ternura del amor, las carcajadas y las pocas palabras de cariño, no más versos del mundo ni hermosas melodías, incluso el recuerdo dulce de mis muertos se irá conmigo.
Llegará una mañana en que nuestro hermano desaparezca, aquel con el que creciste, con el que jugaste y peleaste a morir. Y así, personas queridas e importantes de nuestro andar irán desapareciendo, llegando el día en que simplemente dejamos de tenerlas físicamente a nuestro lado. Bien lo dijo Albert Camus “Me siento en un momento crucial de mi vida no por lo que he conseguido, sino por lo que he perdido y por lo incierto de mi futuro”.
¿Justificamos una existencia que ni siquiera tiene un significado o propósito? Decisión personal, la voluntad de vivir de Schopenhauer, el sentido de la vida, instinto quizá. Camus se burló de sí mismo: “No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto” diciéndolo un día antes de morir en uno. Así de absurdo murió a sus 46 años, con el boleto del tren en el bolsillo. No nos queda más que ser fuertes y felices, ser generosos, y tratar de no sucumbir bajo nuestro propio peso.
Nos alcanzará nuestro destino, no cabe duda. Seamos conscientes de todas aquellas mañanas que tenemos por delante, aceptando su falta de sentido inherente pero llenas de enseñanzas y experiencias. Más vale enfrentar la vida con valentía y dignidad, y cuando nos llegue la hora tener un interior en paz.