Lo siniestro y el odio

Lo siniestro y el odio

Pseudo Longino

En “Dialéctica de la Ilustración” los pensadores de origen judío Max Horkheimer y Theodor Adorno ensayaron una explicación del antisemitismo que remite a la categoría de lo siniestro. Para ellos, el nazi rechaza algo de sí mismo que ve encarnado en los demás. La herencia judía en los territorios de lo que conocemos como Alemania se remonta a la época del Imperio Romano. Es decir, lo judío realmente no era, para la época del Tercer Reich, algo “extraño” para los alemanes. Al contrario, se puede decir que lo alemán siempre incluyó un componente judío, en varios sentidos.

El nazi sería un racista que no pudo lidiar con esa herencia, que, por ello, le resultaba algo siniestro, si entendemos por tal aquello que “estando destinado a permanecer en lo oculto, sale a la luz” (Schelling). Reprimiendo y negando su identidad en parte judía, al nazi le resultaban siniestros los judíos alemanes, como algo suyo proyectado afuera.

Así se descubre un mecanismo de odio, discriminación y rechazo. El homofóbico, por ejemplo, podría ser un homosexual reprimido, que niega esas tendencias en sí mismo y las odia en quienes viven abiertamente la homosexualidad.

Volviendo con los judíos, el egiptólogo Jan Assmann ha desarrollado la hipótesis de que el antisemitismo comenzó en Egipto, luego de que un evento traumático, el experimento monoteísta del faraón Akenatón, quedó semiolvidado en la memoria colectiva egipcia, pero que habría regresado cuando los egipcios entraron en contacto con el pueblo judío y su religión monoteísta.

El trauma social de la revolución religiosa de Akenatón habría quedado latente, como algo negado, reprimido, sepultado como negativo. Y, cuando los egipcios conocieron la religión monoteísta hebrea, la rechazaron como algo siniestro, es decir, algo extraño y familiar a la vez, lo que debía permanecer oculto, pero se revela.

Juan Manuel Negrete ha descrito algo similar en el caso de los mexicanos que fueron perseguidos y linchados en los territorios que le fueron arrebatados a México por Estados Unidos de América en el siglo XIX. En principio, los inmigrantes “ilegales” habían sido los propios norteamericanos, que entraron a Texas de forma irregular y se negaron a obedecer las leyes mexicanas. Por ejemplo, se negaban a liberar a sus esclavos y a pagar impuestos.

Yendo más allá, los colonos de las Trece Colonias habían sido todos inmigrantes, extraños, forasteros, que llegaron de Europa y se instalaron en América.

Según lo expuesto por Negrete, la fobia antimexicana del siglo XIX (y quizá hasta la fecha) podría tener un componente siniestro también: los norteamericanos odian en el mexicano algo que está en su propio origen y en su propia historia, ese pasado de inmigración, de “ilegalidad”, de extranjería, de intrusión.

¿Será que mucho de lo que odiamos y despreciamos en los demás no es sino algo demasiado familiar, demasiado nuestro, que hemos intentado esconder, enterrar, hundir en lo más profundo de la conciencia? Si es así, cuando lo vemos afuera, es justo cuando sobreviene la sensación, el sentimiento, la emoción de lo siniestro o, como se dice en alemán, das Unheimliche, lo extraño, pero también íntimo.

¿Qué hay en nosotros que no aceptamos y que combatimos, tememos y rechazamos en los otros?

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