Nietzsche y el sistema educativo
Pseudo Longino
Se normalizó ya desde hace décadas que los jóvenes, a los dieciocho años, ya deben elegir una profesión, una carrera, unos estudios.
La razón no es otra que la necesidad de trabajadores, pero también de “renovar” el flujo de estudiantes en las instituciones educativas. Tanto el sistema económico como el sistema educativo se reproducen con las personas que ingresan en ellos. Y eso debe ser constante, regular, una corriente continua.
De ahí que las personas sean sometidas a los ritmos escolares y se haya definido un rango de edad para cada grado y para cada nivel.
Las consecuencias llevan a absurdos. Es evidente que a los dieciocho años no todos y, de hecho, muy pocos están “preparados” en todos sentidos para “elegir su futuro”. Y, es más, eso que elijan puede que no se concrete, finalmente.
Los sistemas no responden a las necesidades ni a la realidad de las personas, responden a sus propios imperativos de reproducción y consolidación.
En una de sus “Consideraciones intempestivas” de 1888, Nietzsche se burlaba de que el sistema educativo alemán tuviera una “prisa indecente” para que los jóvenes estuvieran “preparados” y eligieran su profesión. Él, en cambio, hablaba de la vocación y de cómo, a los treinta, en una “cultura elevada”, una persona es apenas un principiante, un niño.
Nietzsche veía la decadencia de la cultura en la masificación y democratización de la educación, que obligaba a los Estados a crear enormes sistemas educativos y a fijar grados, niveles, plazos, ritmos, procesos estandarizados para admitir a miles y miles de estudiantes, “educarlos” y graduarlos.
El resultado para el filósofo no era, de ninguna manera, un enriquecimiento o una elevación de la cultura, al contrario, era un síntoma del derrumbe cultural de Alemania.
Los que nos dedicamos a la educación nos hemos dado cuenta de que la formación, en sentido profundo, no concuerda con la dinámica de los sistemas y las instituciones. Hay prisa en la elaboración y aplicación de los programas. No se pasa de simplificaciones, introducciones, esquemas, nociones básicas. Eso se vuelve aún más evidente en las humanidades, que requieren tiempo, madurez incluso, paciencia, pausa.
La filosofía en este marco es una caricatura. Lo que se imparte en bachillerato es prácticamente un chiste. Y la licenciatura no pasa de ser una vista de pájaro bastante limitada. ¿Hay que añadir que todos los años egresan de maestría y hasta de doctorado “filósofos” que, en muchos casos, no son sino desempleados que han cazado una beca?
Eso a las instituciones les tiene sin cuidado, porque cumplen con no tener sus aulas vacías, con tener inscritos, que paguen o que justifiquen el financiamiento público. La simulación es la norma.
Así, en un caso más de enajenación, el sistema educativo se ha convertido en una estructura que, como ya se dijo, utiliza a las personas sólo para legitimarse y fortalecerse, sin que, siendo francos, se cumpla el objetivo de formar o educar, en sentido pleno.
Parece que es más probable y frecuente la estupidización.