Nuestra invisible clase media

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Andamos ya recogiendo los bártulos de las elecciones intermedias de junio. Como se juntaron en esta ocasión muchos puestos a elegir, a lo que le dan el nombre técnico de concurrentes, sus organizadores le colgaron el sambenito de ser la elección más grande de nuestra historia. Habría que agregar, para darle realce a tales calificaciones, que por la explosión demográfica el número de habitantes crece y crece. También entraría en la ensaladera el hecho de que le hayan dado cuerda para su trompito a muchos partiditos nuevos. Hubo entonces más actores en el escenario. Así lo dejamos.

De algunos de los partidos nuevos, que tenían que refrendar numéricamente la carta abonada por el INE para jugar, no vamos a volver a oír nada. No alcanzaron la cifra para mantener el registro y se irán por el caño. Será un elemento distractor menos. Aunque algunos son tan mañosos que a la vuelta de la esquina se nos van a volver a aparecer, como lo hizo uno que se llama PES. En la elección anterior se había quedado fuera. La ‘S’ de su abreviatura se usaba para designarse como ‘solidario’. Se volvieron a meter a la ronda con la misma abreviatura, pero alegando que su ‘S’ ya no era para designar solidario, sino ‘social’. Y entraron a la danza. De balde, porque otra vez no la volvieron a hacer. A ver más adelante con qué mafufada nos salen.

Pero dejando a un lado estas minucias, en la recogida de las fichas del juego y de los amaños que se usaron para la contienda, a la hora de presentar los resultados ya vimos que el partido en el poder se llevó casi todo el santito y las limosnas. Perdió espacios, porque así tiene que ser. Se dividen las afinidades cuando se las presentan al público conocedor y éste señala sus preferencias. Es obvio que los resultados no van a salir monolíticos o uniformes. Toda uniformidad en este tipo de charadas es sospechosa. ¡Qué bueno que no estamos viviendo tales unanimidades! Ojalá así sigamos.

Dicen que así de dispares suelen brotar los resultados en una contienda democrática. Será bueno creerlo. Pero hay algunos datos que por fuerza hay que volverlos a la ensaladera, con el ánimo de entenderlos mejor. Uno de ellos viene a ser (lo dejamos pendiente en la charla anterior) lo de la inclinación mayoritaria de nuestra clase media, que pareciera haberle vuelto la espalda a la 4T. Es capítulo que obliga a detenerlo para revisión. No diremos de ello aquí la última palabra, ni mucho menos. Pero resultará interesante sacudirlo por ver si caen algunas perlas al tapete para que nos encandilen.

Lo primero por decir sobre este flanco particular es que en el formato clásico económico, donde se esboza lo que haya que entender por estrato social medio o clase media, se obtiene el dibujo de un rombo dividido en tres partes: la punta, su centro y la parte baja. Si se agruparan sus cantidades en deciles, uno, el de los más adinerados, ocuparía la punta; los más deprimidos o la pobrería se incluiría en la parte baja. Los ocho deciles restantes compondrían el espacio del centro. Es a lo que se suele aludirse con el concepto de clase media.

Con este dibujo a la mano, tan sencillo y simple, más de alguno señalaría con toda la razón y apego a su realidad que el decil de la parte ínfima es mayor al diez por ciento. Hablaría de un quince o hasta un veinte por ciento. Lo mismo al invertir la alusión al número de la punta de la pirámide: un siete o un cinco del porcentaje. Y le asistiría la razón. No estamos hablando entonces de una figura inamovible o con trazos absolutos. Pero, aún con las variantes realistas que se le señalasen, sería un esquema ilustrativo en el que resulta más que ilustrador en dónde se radica el segmento de la clase media y su amplitud, suficiente para tomarse no como elemento de discordia, sino como una  parcialidad social definitoria por sus inclinaciones. Pero ahí dejemos los meros trazos teóricos. Vengamos a los dibujos de nuestra realidad concreta.

En los países a los que engloba la OCDE, la numeralia de lo producido por estas comunas reparte desde un 18 hasta un 30 por ciento a los accionistas pesados. Para el resto, sus trabajadores, queda lo que se englobaría entre el 70 y el 82 por ciento del PIB. Con tales cifras, hablar de clase media tiene sentido. En la tintura gráfica hasta resalta su presencia.

Pero ¿qué cifras arroja la distribución en México? Aquí también hablamos y hacemos referencia a la clase media. Y hasta se nos enchueca la boca al pronunciarlo, porque se supone que refleja su existencia en nuestra realidad. ¿Cuáles números apoyan nuestros dichos sobre tales estratos medios? Aquí, según lo revelan nuestros entendidos, de los tres tercios de lo producido nuestros accionistas o ricardos locales se quedan con dos. Sólo el otro tercio restante retorna a nuestros trabajadores o empleados.

Ahondando más en el rastro de nuestras desigualdades, hay que decir que según los últimos informes del PNUD, el quintil más rico de nuestro país concentra el 56% del ingreso nacional. Llevando estos datos a nuestras gráficas primeras, estaríamos hablando de un 70 o tal vez hasta de un 80 por ciento de pobres en nuestra economía. Entonces lo que habría que aceptar como segmento clasemediero entre nosotros con trabajos rebasaría cifras de alrededor del 20%. ¿Tales cantidades de población fueron las que volvieron la espalda a Morena y a la 4T; retornaron al seno del PRIANRD y pondrán en jaque el futuro del proyecto que encabeza el popular peje? Creo que hay que meter el estilógrafo a la tinta más en serio, para pincelar nuestra realidad con trazos más objetivos y fructíferos. Ahí para la otra. Gracias, de nada.

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