Nuestra violencia, tan escurridiza

Humberto Amezcua (derecha), alcalde de Pihuamo asesinado.

Cerramos la primera quincena del mes, envueltos en la batahola de las campañas. Aquí se aplicaría bien, para entender tanta boruca de las campañas, el refrán ranchero que reza: el que no nos conozca, que nos compre. Lo peor es que viene la siguiente etapa de más banalidad. Es un torneo de incongruencias que no acaba. Oficialmente, se autorizaron debates entre los candidatos. Va a haber para dar y prestar. No sabemos con qué criterios los calificará la ciudadanía, si con la vara de las verdades o de los embustes. Así que se nos viene otro mes de ruido intrascendente y hemos de capotearlo.

Le escuchábamos decir a nuestras abuelas, cuando teníamos que soportar tales momentos de superficialidad e intrascendencia, que no se trataba de penas del infierno. Son incómodas, sí. Quisiera uno que ni ocurrieran, también. Pero como hay que aguantarlas a pie firme y pasar luego por encima de todas estas inclemencias, alguna incomodidad se nos filtra. De ahí la calificación tan atinada de nuestras viejitas consentidas.

Pero todo esto que nos viene envuelto en tacos de lengua nada más, aunque estruendoso, es pasajero y se difumina. Hasta lo olvidamos y pasamos de página una vez que los resultados finales de los comicios ponen a cada uno en su lugar. Pero colateral y realmente insufrible a toda esta maraña electorera desatada, viene a ser el fenómeno de la violencia por estos mismos factores. La competencia por los puestos genera desacuerdos que llevan a desbordar la ira de los contendientes y termina en baños de sangre. Para estos desbordamientos irracionales no podemos permanecer indiferentes. Por el contrario, hay que hallarles su nudo generador y cauterizarlo.

Apenas el día de ayer, por la noche, fue asesinado don Humberto Amezcua Bautista, quien fuera el presidente municipal por Pihuamo, por el PRI. Pidió licencia de su puesto, para inscribirse de nuevo a la contienda, bajo el formato de la reelección, que otra vez nos fue instaurado en las dinámicas políticas del país. Tantos años y tanto sufrimiento que generó esta figura de la reelección en nuestra historia pasada y que nos la hayan reciclado los grillos prianistas de nuevo. Entró otra vez a nuestros formatos de actividad politiquera sin tocar baranda. Pero, en fin. Volvamos a lo de nuestra violencia desatada.

Don Humberto viene a ser la figura política más connotada del estado en quien se ha cebado esta crueldad extrema. Todo hace suponer que los móviles, a cuya búsqueda se aplicarán los investigadores oficiales, llevarán a la esfera de los intereses políticos. Como los puestos que se disputan en lo electoral lleva a final de cuentas a los ganones a ingresar al manejo del numerario, al toque y retoque de las cuentas del dinero, a la supervisión de los negocios y su licitud, no tendría nada de extraño que las venas ocultas que se encuentren sobre este asesinato particular nos lleven a tales parcelas, en las que campean los cochupos y la impunidad.

Trasciende de las primeras manifestaciones del asunto que don Humberto reportó haber ya recibido con anterioridad amenazas oscuras, que ponían en peligro su integridad y su seguridad. Y se la cumplieron. Es pues triste lo que le ha ocurrido, aparte de irreversible, pues la vida no retoña. Lo que nos queda por hacer ahora es: por un lado, a las autoridades, dar con los delincuentes; y por el otro, a toda la ciudadanía, ya frenar esta cadena de hechos insufribles con los que estamos condenados a seguir atizando nuestro infierno colectivo.

Otro hecho de la semana, que nos descalifica casi igual a lo que acabamos de narrar, vino a ser el secuestro que sufrió el periodista Jaime Barrera Rodríguez, bien conocido de todo el público jalisciense, pues tiene muchos años dedicado a las tareas informativas en el estado y su oficio lo ha vuelto personaje de nuestras conocencias. Para fortuna suya y también de quienes lo rodeamos, duró perdido solamente cuarenta horas. El jueves por la madrugada se corrió la nota de que había sido liberado, tras ser reconvenido o amonestado por sus captores, en torno al tono de sus notas informativas o al contenido de sus mensajes. Creemos que por ahí va la cosa.

Lo mejor de este desaguisado sufrido por Jaime y su familia, es que haya regresado a la luz con vida y no que nos lo hubieran devuelto envuelto en una sábana, o algo peor. Muchos de los colegas periodistas concurrimos por la tarde del miércoles a la plaza de la liberación a manifestar nuestra solidaridad con el afectado y por supuesto con sus familiares, entre la que se encuentra en primera fila su hija Itzul. A las cinco de la tarde había ya un nutrido público en este evento de solidaridad. No decimos que como resultado de la presión pública que se levantó de inmediato, los captores hayan cambiado el libreto y decidieran liberarlo sano y salvo. Pero pudiera ser que por ahí corra.

Pero la maledicencia y el hedor de las malas entrañas tampoco se alejan ni de los hechos positivos, como éste, sino que nos acompañan siempre. El mero día miércoles, estando oculto al público todavía el colega Barrera, hubo algunos medios que propalaron el dato de que la policía había encontrado una hielera con sus restos, aunque se haría pública la información, hasta corroborarla. Y en las redes sociales se difundió otra especie de peor ralea. Afirmaban, sin dar la cara, que habían encontrado su cuerpo en un canal de desagüe y que su pareja sentimental lo había identificado. Así, sin nombres, sin precisiones informativas. Y como ésta, muchas consejas que manchan y laceran nuestra conducta colectiva. ¿Cuándo enderezaremos la barca?

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