Faltaba un elemento pecuniario clave para dar la señal definitiva de sumir a nuestra economía en la pobreza. Apareció en el sexenio de Luis Echeverría (1970 – 1976). Es la inflación. Desde la misma llegada a la silla presidencial de Echeverría arrancó el embate. La clarinada fue el alza al azúcar. Cuando los vendedores querían justificar sus alzas, sólo decían: es que subió el azúcar. La andanada nos desbordó. Para no revolver datos, pintemos el comportamiento de la inflación en los tres sexenios siguientes, de 1970 a 1998. Luego el tipo de cambio y la deuda ‘eterna’, aunque sean fenómenos concomitantes, los tres.
Con LEA, la inflación era del 5%. En 1973 alcanzó el 21%. Cerró el 76 al 28%. Con López Portillo se mantuvo estacionaria en ese 30%, pero en su último año (1982) se disparó hasta el 100%. Ya con Miguel de la Madrid fue el colmo. El primer trienio redujo un poco (60%). Pero en el segundo (85 – 88) trepó hasta el 160%. No hacen falta más comentarios. Los números hablan por sí solos.
Era normal que en estos perniciosos años de subas y alzas inmisericordes en los precios, el tope cambiario frente al dólar se rompiera constantemente. Había pasado un cuarto de siglo sin moverse. Pero la era de estabilidad de los doce cincuenta por dólar fue enterrada para siempre. En septiembre de 1976 la paridad se puso a 19.50. En noviembre de ese mismo año trepó hasta los 27 pesos. Fue el inicio. López Portillo opuso a los golpes traumáticos de la devaluación, conjuntados al espectro de la inflación, el mecanismo de la flotación de la paridad del cambio de nuestra moneda frente al dólar. Parecía que ambos males podrían ser conjurados.
De 1976 hasta1981, el peso se deslizó de los 23 a apenas 27 pesos por dólar. Pero el año de 1982 volvió la pesadilla con toda su crudeza. En el mes de febrero se nos devaluó de 27 a 45 pesos por un dólar. Era apenas el aperitivo. En los primeros días de diciembre de 1982, en cuanto ascendió Miguel de la Madrid al poder, anunció que el nuevo tipo cambiario pasaba de los 45 a los 150 pesos por billetito verde. Ni nos imaginábamos la que nos esperaba. Al terminar su sexenio (1988) desembolsábamos ya 2 295 pinchurrientos pesos por un dólar. Desde entonces dejamos de hablar de la mexicana como una economía sana. Estamos en fase terminal, aunque todavía respiremos.
Cuando Díaz Ordaz se nos dijo que se había contratado deuda para hacerle frente a la celebración de los juegos olímpicos (1968) y luego el mundial del fútbol (1970). No teníamos infraestructura para dichos eventos. Hablaron de un monto de 3 mil millones de dólares. Pero estudios más precisos la ubican en 7 mil millones. Cual haya sido, al terminar el sexenio de Echeverría (1976) se disparó hasta los 24 mil millones. Al final del sexenio de López Portillo (1982) registraba los 86 mil millones y Miguel de la Madrid (1988) nos la dejó en 108 mil millones de dólares. Nada más, pero tampoco nada menos. El pueblo mexicano, que es el pagano, no ve la suya desde entonces.
¿Hubo alguna inversión importante y visible que justificara tal incremento de deuda y tan desproporcionada? Se nos dijo que invirtieron en Pemex, nuestro gigante energético. Con Echeverría, por primera vez logramos exportar crudo. Hubo más inversión pública en otros campos. La infraestructura paraestatal despertó a un notorio crecimiento. El gobierno recurrió a los préstamos al exterior porque la banca local se puso digna y agudizó su confrontación con la gente del gobierno. Nuestros banqueros enarbolaron las consignas de la iniciativa privada y motejaron hasta de comunista al gobierno de nacionalismo revolucionario. Ya estamos viendo lo caro que nos salió el pleitecito.
En Banxico estaba refugiada la casta conservadora. Les gustaba que les llamaran ‘iniciativa privada’. Antonio Ortiz Mena, que había sido secretario de hacienda de López Mateos y de Díaz Ordaz, era su jefe visible. Echeverría lo sacó del santuario del dinero y lo sustituyó por Mario Ramón Beteta. Los jefes del FMI y del BM se llevaron a don Antonio de gerente al BID (banca interamericana de desarrollo). Desde allá siguió controlando los hilos del dinero. Nuestros créditos eran muy caros. LEA se esforzó en que descendieran dichas tasas usureras. Banxico limitó los créditos al gobierno. ¿Era la solución pedir prestado al exterior? Fue lo que se hizo entonces.
En el sexenio de López Portillo el pleito empeoró. El gobierno mexicano profundizó su apuesta por el petróleo. Como empezó a haber ingresos por este concepto, se utilizó la partida para industrializar el país. Pero la imagen del gobierno era combatida en todos los foros, los medios, la opinión pública en general, a pesar del esfuerzo que hacía el gobierno para hacer saltar nuestra economía a las ligas mayores. Se construyeron entonces 20 superpuertos industriales; se montó para entonces la petroquímica más moderna del 3er. Mundo; incluso hasta se ensayó a emplear la energía nuclear; no paró el esfuerzo por tecnificar el campo. En los primeros cuatro años de JLP se logró crear de manera consecutiva el millón de empleos.
Entre Banxico y el gobierno el conflicto se puso al rojo vivo. Sus avatares definen al México actual. En una esquina estuvieron los estructuralistas: David de Oteyza y Carlos Tello Macías; en la otra, los monetaristas: David Ibarra Muñoz, Romero Kolbek, Rodolfo Moctezuma Cid y Fernando Solana. En marzo del 82, JLP echó del gabinete a Romero y a Ibarra. Puso en Banxico a Miguel Mancera Aguayo y en Hacienda a Jesús Silva Herzog. El 1° de septiembre de 1982, nacionalizó la banca, con su conocidísima frase: Ya nos saquearon una vez, no nos volverán a saquear. De nada sirvió, como ya lo vimos al revisar las tres variables clave. La amarga medicina que nos recetó la economía mundial fue abrir nuestras fronteras y aplicarnos la pócima del neoliberalismo. Ya no había defensa interna que la contrarrestara. (Continuará)
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