Pa’ vergüenzas no gana uno
Juan M. Negrete
Es una buena tarea ésta de ponernos a seleccionar de entre tantos hechos cotidianos, los que posean más relevancia. En su descarte radica la habilidad. Tenemos, por ejemplo, para este cierre de semana la conclusión en París de la última gesta de los juegos olímpicos de la era moderna. Hay en el zarzo tantas medallas, tantos triunfos espectaculares, tantos récords batidos y por batir, que no nos ajustarían las líneas de toda la revista para dar cuenta de ello. Otro asunto, también ligado a estos juegos, vino a ser la supuesta puesta en escena de la última cena (se entreveraron sin querer algunas rimas forzadas), que luego resulta que era la recreación de un banquete griego con Diónisos o Baco. Alguien confundió a Baco con Jesús y se armó buena tremolera.
Otro tema de escenario candente, dejando ya un tanto por la paz los conflictos en Ucrania y la genocida masacre que perpetran todos los días los sionistas contra los palestinos en Gaza, viene a ser la pugnaz gritería que alzan desde hace dos semanas los opositores al chavismo en Venezuela. Ya sabemos que hubo elecciones. Las instancias oficiales dieron un resultado. Pero los opositores ya traían otros datos u otros números, en los que ellos se llevaban el pastel. De inmediato se zanjaron dos bandos, ya no se diga entre las multitudes de los paisanos de allá, sino entre los países.
Resultan increíbles algunos pasajes sobre este litigio. Ver, por mentar uno, a Dina Boluarte, la espuria presidenta de Perú, salir a escena y reclamar que hubo fraude en Venezuela. De verdad que ya ni la amuela. Si ella está en el puesto de la presidencia tras el golpe de estado que le dieron los poderes fácticos al presidente Pedro Castillo, que sí fue electo en un proceso democrático. Y no contenta con usurpar el puesto, lo mantiene en el bote. Así salió ella con su batea de babas a descalificar el proceso electoral del vecino. ¡Nomás eso faltaba!
Por si no hubiera material suficiente para que nuestra tijerita particular le entrara al recorte de la garra, bajando a escalas ínfimas del acontecer cotidiano, a lo que casi nadie le pone atención, nos topamos con un escándalo habido en la oficina de un consulado nuestro en Shanghái, China. No se entiende bien la razón real por la que nuestros medios amarillistas le han dado tanta cobertura, pero casi, casi, ni amerita contar el caso, pues de pronto se nos volvió muy conocido en los medios.
Resulta que como ahora puede cualquiera poner a operar su celular y grabar en película el hecho que le venga en gana, primero; y luego subirlo a redes y difundirlo hasta en el noveno infierno, pintado por Dante, llegó a los ojos y oídos de este redactor el lío en que se metió uno de estos cónsules, peleándose y diciéndose hasta de lo que se van a morir, con el otro cónsul. Es de suponerse la intencionalidad de hacer público tal desbarajuste, del que nadie puede enorgullecerse. Pero ahí está.
De los dos funcionaros enfrascados en la desavenencia, uno de ellos es tapatío. Se trata de Leopoldo Michel Díaz, de quien este tecleador se precia hasta de ser amigo personal. Le conocí en la Preparatoria de Jalisco a mediados de la década de los setenta, cuando él estudiaba en esas añosas aulas. Yo me iniciaba apenas en el oficio de docente universitario. Para más señas, aunque no haga falta decirlo, fue alumno en mi curso de ética.
Quienes le conocemos, sabemos que tiene fuerte su carácter y es explosivo. De manera que no es una sorpresa la reacción con la que fue retratado en esos videos de marras, en los que se le exhibe. Quienes laboran a su lado a buen seguro que le conocían ya tales exabruptos y estallidos contra la concordia. De manera que el fondo que se encierra en su difusión va a tener que ser aclarado en las instancias correspondientes. Pero por lo pronto ya lo exhibieron y, en consecuencia, la SRE hizo pública también la decisión de separarlo del cargo.
Este acontecimiento relativo a un funcionario del gobierno, con el que uno guarda nexos de cercanía y hasta de amistad, hizo acordarme de otro personaje de tal calaña, más encumbrado que Leopoldo. Me refiero a que ocupa un puesto mucho más jugoso para él y oneroso para el erario, al que sostenemos todos con nuestros impuestos. El personaje es Javier Laynez Potisek, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Por mor de aclaración, para quien no sepa de quién se habla aquí, Laynez fue consejero jurídico adjunto del Ejecutivo federal con Ernesto Zedillo y con Vicente Fox. Fue encargado de las reformas constitucionales, especialmente al sistema de seguridad pública; y luego la energética de Enrique Peña Nieto. Éste lo hizo ministro de la SCJN, junto a Norma Piña. Ya sabrán.
Pues coincidió que, por la década de los sesenta del siglo pasado estudiábamos o éramos aspirantes para curas en un seminario menor de San Luis Potosí. En una ocasión, ensayando con las guitarras una cancioncita popular, un compañero de Tejupilco, de apellido Maciel, y yo, llegó burlándose y pitorreándose de nuestro ensayo. Maciel le instó a que le bajara, pero siguió con sus burlas. Harto mi amigo de Tejupilco se levantó y le puso una de perro bailarín, que no le quedaron ganas de volver a apostrofarnos. Después ha seguido montado en el mismo macho de burlas, pero conta la voluntad popular. Ni la madriza que le acomodó Maciel le sirvió de lección. Puras de ésas tenemos. Aunque pensándolo bien, ¿De veras, no habrá de otras?