Rabinal González
Viernes 07 de abrir de 2023.- Conocí a Raúl Padilla López en casa de mi abuela paterna, doña Carmen Sánchez. El tenía 23 años y yo 12, era el año 1977.
Su madre, doña Abigail López, era, creo yo, prima segunda de mi abuela y se visitaban. Me deslumbró conocer al joven líder, pues en ese entonces presidía a la poderosa y temible Federación de Estudiantes de Guadalajara, de la que mis primos mayores y las noticias hablaban.
Nuestra amistad, entonces incipiente, se dio durante su rectorado. Creo que hicimos un buen click y me dio su confianza, por lo que me delegó tareas de la Universidad. Nunca establecimos una relación de interés y, quizá por ello, nunca tuvimos un desencuentro. Una tarea llevó a la otra y, compartiendo amistades, le acompañé en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, después de que Margarita Sierra me convocó; en Papirolas, en la organización del Primer Encuentro Internacional de Juristas, donde me brindó un importante respaldo como creador del evento que fui. Así también, en el Teatro Diana, al que fui invitado por María Luisa Meléndrez, también en el Auditorio Telmex.
Me recomendaba como abogado. Recuerdo que a finales del siglo me invitó a una reunión en Coyoacán, Ciudad de México, con aquel colectivo llamado “Grupo San Ángel”. Me dijo: Acompáñame y observa, luego me dirás que viste. Entendí que le importaba mi opinión.
Durante la pandemia, me invitó a su casa, esa donde hoy tuvo su último respiro. Me dijo que si podía platicar algo con él y, desde luego, que concurrí a esa finca que él había remodelado con tan buen gusto. Me dijo que solo nos tomaría 20 minutos. Nos quedamos platicando de todo y de nada más de tres horas, lo cual significaba para mi todo un regalo, pues en la mente de aquel hombre transitaba una infinidad de asuntos e ideas y, por ende, tenía una agenda de hombre de Estado.
Casi en todas las charlas que tuve con él me abría su corazón y me confiaba sus pensamientos más íntimos.
Raúl era, como lo han de suponer, articulador de conversaciones ricas en anécdotas y reflexiones, revelando una vasta cultura. Era una experiencia de encanto dialogar con él cuando los asuntos y el entorno le permitían estar relajado. Me hacía bromas, finas pero nunca en tono de burla. Raúl ejercía tres roles fundamentales en su vida: Era un generador de proyectos, un líder y un incesante resolutor de problemas. En los tres era magistral.
Claro está que me tocó verlo enojado, a veces rudo con otros. Era exigente con sus equipos de trabajo, pero supo integrarlos con personas muy talentosas, lo que le permitió concretar los proyectos de los que hoy todo mundo habla.
Recuerdo que, hace unos diez años, en una boda, sentados en torno a la misma mesa, mientras todos bailaban, él y yo nos regalamos la más larga de las platicas que tuvimos. Seis o siete horas de charla solo interrumpida por esa incesante llegada de personas a saludarlo. Más de alguno se preguntó quién era ese tipo con el que Raúl se abstraía en la charla. Yo también me hice la misma pregunta.
Me platicó, en esa ocasión, de cuando su padre tuvo una pasteurizadora de leche, su momento de desencuentro con mi abuelo, fundador de Sello Rojo, y cómo el negocio les quedó trunco a él y a Trino ante la repentina muerte de su señor padre. Raúl recordaba la industria lechera a pesar de su rápido paso por ella.
“El Licenciado”, como se le decía, amaba a su madre. Muchas expresiones y conductas de él revelaban ese amor. Creo que Raúl asumió joven el lugar que su padre dejó. De esa circunstancia, era un protector de aquellas mujeres a las que quiso y tuvo cerca. Muchas de las opiniones que como abogado me pidió fueron relacionadas con asuntos de divorcio y pensiones alimenticias. Un día me dijo que apreciaba mucho que yo cumpliera cabalmente mis deberes para con mis hijos y ex esposa, que tenía conocimiento de ello.
También amaba a sus hermanos e hijos. Puedo decir que su liderazgo era tan relevante, que hoy, su ausencia, se siente en infinidad de personas como la ausencia de un padre sólido.
Desde luego que yo no era ajeno a todo lo que de él se decía, pero, me pregunto, qué hombre de esa talla no tiene detractores.
Sabía Raúl conocer el tiempo. A sus iniciativas les daba el orden, les tenía paciencia y les daba el seguimiento necesarios para forjarlas como proyectos y logros magistrales. Tuvo la visión que consolidó una universidad moderna, una oferta cultural que, por darla nosotros por hecho, no comprendemos la gran trascendencia local, nacional e internacional que significan.
Ningún beneficio obtuve de Raúl, que no fuera el aprendizaje que logré cumpliendo sus encomiendas y dialogando con él, siempre yo fuera de nómina o cargo. Eso me permite hablar de él con toda libertad y sinceridad.
Habrá quienes tengan reclamos y conceptos de reprobación para él, y sus razones tendrán, que no juzgo.
Pero yo, que tengo la fortuna de empatizar con muchas personas, pude con Raúl, hacer ese click que nos permitió una amistad más allá del bien y del mal, como dicen algunos.
Me duele su partida, me duele lo imprevisto de ella, y por todo lo antes dicho le mando un abrazo hasta el cielo con todo mi cariño y mi admiración.
Descansa en paz, Raúl.