Reconstruir la historia oficial en América Latina

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Mónica Salcido Varela* américa latina

George Orwell decía que la historia la escriben los vencedores. Y es que la historia es escrita por aquellos que se apropian de la narrativa. Los ganadores de las disputas, batallas, guerras, argumentos y elecciones no sólo consiguen salir airosos de ellas sino que también adquieren la pluma con la que se escribirán los acontecimientos del pasado y, de igual manera, sus acciones presentes constituirán el material futuro de la historia.

Esto podrá ser cierto para lo que llamaré la historia o versión oficial de los hechos. Es la que está escrita en los libros que nos brinda la educación pública, la que recordamos en los días patrios y la que es más o menos de conocimiento común.

Sin embargo, me pregunto qué dosis de verdad comprenden estas historias. Si la historia popularmente conocida tiene como únicas fuentes a los vencedores o al gobierno, es inevitable cuestionar la medida de verdad contenida en estos relatos. Hoy en día, además de conocer la versión oficial, se ha logrado conocer la versión de algunos vencidos que aportan mayor claridad a la historia. No obstante, existen muchos otros elementos que no han sido incluidos en la narrativa. Se trata de los relatos de personas que no suelen figurar en la historia: los pobres, desamparados, olvidados, los alejados de las urbes; son las historias de los ciudadanos comunes y corrientes, muchas veces ajenos –al menos de manera directa– al epicentro de los sucesos políticos y sociales. Se sabe sobre ellas porque sí son contadas, pero de manera extraoficial. ¿No pasa justamente que, una cosa es la que se dice frente a las autoridades y otra diferente la que decimos a sus espaldas? Una historia es la que se cuenta en los libros y declaraciones oficiales. Otra es la que se escucha en las calles, en las murmuraciones, cuchicheos, reuniones y hasta en los memes y redes sociales. A falta de la incorporación de estas versiones en la narrativa general, nos encontramos con una imagen incompleta de la historia, pues se cuenta con sólo una parte de ella.

Ahora, ningún relato puede llamarse la versión cien por ciento verdadera. Toda historia alberga su propia porción histórica y verídica, pero debe recordarse que toda historia contada por alguien más supone un tipo de ficción, un conjunto de acontecimientos narrados desde otros ojos, desde una perspectiva diferente. Es difícil contar con todas las piezas adecuadas del rompezabezas, y menos aún saber cómo acomodarlas.

Con todo, esto no es razón para dejar de aspirar a la búsqueda de una historia más completa, pues una gran cantidad de veces nos topamos con una historial parcial, distorsionada, alejada en gran medida de la realidad. Es este el caso de la historia del siglo XX en América Latina. Esto es, la búsqueda del esclarecimiento de los hechos del siglo pasado cobra gran relevancia porque abundaron condiciones que ocultaron deliberadamente la verdad. Es el caso de las que fueron las dictaduras en Chile, Argentina, Uruguay; de la negación del genocidio en Guatemala; de la guerra sucia provocada por el PRI en México, y mucho más. Las dictaduras, guerrillas y múltiples golpes de estado en América Latina marcaron sobremanera la historia del subcontinente, y a pesar de esto, mucho se desconoce acerca de ellas, pues los actores políticos de la época propiciaron la censura y la represión, dificultando el camino de acceso a la información. Los que osaban transitarlo, terminaban violentados, censurados, desaparecidos o para siempre silenciados con la muerte. ¿Qué tantas cosas desconocemos de aquellos años? Los que detentaban el poder escribieron su versión de los hechos, y aunque con el paso de los años muchas cosas han salido a la luz, muchas más permanecen en la oscuridad.

Un ejemplo de esto es la película argentina ganadora del Óscar La Historia Oficial. Hago una breve sinopsis de la película: en el ocaso de la dictadura militar en Argentina, conocemos la historia de Alicia, una maestra de historia –irónicamente– que no pudo tener hijos y que junto con su esposo adopta a una niña, Gaby. Mientras el régimen se derrumba, Alicia comienza a preguntarse la verdad acerca de su hija, pues comienza a sospechar que Gaby es una menor apropiada de padres desaparecidos. El esposo de Alicia es el único que sabe lo que sucedió y se niega a revelarlo. De esta manera, Alicia recorre un camino repleto de obstáculos para descubrir la verdad. El título de la película es curioso, pues puede entenderse desde distintos sentidos. Tal vez hace referencia a que Alicia pretendía encontrar tal historia, la real, sobre los orígenes de Gaby, sobre los desaparecidos; o tal vez, la película es llamada así por la que era entonces la llamada historia oficial: la que ofrecía el Estado, la que ocultaba su esposo. Esta película es relevante al tema porque refleja que existe mucha información que se desconoce, que existen diversas voces que han sido silenciadas y que el camino hacia la verdad es incómodo y agustioso para muchos. Esto no sucedió solamente en Argentina, sino en toda la región latinoamericana: ¿cuál es la historia oficial, qué desconocemos de los llamados vuelos de la muerte, pero también de sucesos como el 68, el Halconazo, del genocidio en Guatemala, de los desaparecidos en Chile?

Es momento de reconstruir la narrativa. ¿Cómo hacerlo? Al alzar la voz, al exponer que sí hubo represión, que hubo más muertes de lo que dicen las cifras, al rechazar historias falsas sobre víctimas, al escuchar lo que tienen qué decir los que ganan pero también los que pierden y los que no tienen una voz. También es cuestión de no descuidar el presente, observar la historia que se está desarrollando actualmente, preguntarse qué tanta transparencia y acceso a información se tiene hoy en día y cuestionar cómo los hechos recientes quedan escritos en los registros oficiales.

El camino hacia la verdad está plagado de obstáculos; no es tarea fácil hacer un recuento honesto de hechos pasados. Muchos prefieren no hacerlo, porque supone un proceso peligroso, penoso, doloroso. Mejor dejar en el pasado lo que pasado está, se dice. Sin embargo, América Latina no debe detenerse en la búsqueda de su historia. Es verdad que quien no comprende su historia está condenado a repetirla, pues si no se comprende, entonces no se entiende por qué no debe suceder de nuevo. Y es que en América Latina nos hace falta mucha memoria histórica: repetimos errores del pasado, volvemos a prácticas que han demostrado ser perjudiciales, volvemos a creer en los que han mentido en el pasado. A falta de conciencia histórica, algunos hasta extrañan las dictaduras. Porque se olvida todo lo que ha pasado. Porque se elige ignorarlo.

La historia no debe ser escrita solamente por los vencedores. Eso no sería historia, serían relatos a conveniencia. Sí, es complicado el proceso del recuento de los hechos; en ocasiones puede asemejarse a un teléfono descompuesto. La cuestión está en buscar la historia más aproximada a lo que realmente sucedió, y así convertir la historia oficial y la historia verdadera en una misma.

 

*Estudiante de Relaciones Internacionales, del Tecnológico de Monterrey.

 

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