Rulfo Seminarista

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Criterios

Gabriel de la A. Michel

Antes que nada, cumple decir que esta breve intervención no pretende en lo mínimo establecer conceptos maximalistas en cuanto a la influencia de la formación académica del Seminario de Guadalajara en la obra rulfiana, simplemente se intenta una línea cuyos conceptos puedan esclarecer algún elemento en ese sentido. El tema de mi participación es uno de los que menos se abordan, si es que hay alguien que lo haya abordado antes. En la mayoría de las biografías, este tema brilla por su ausencia.

Juan Rulfo ingresó al Seminario Diocesano de Señor San José en octubre de 1932, donde permaneció por lo menos dos años antes de regresar al pueblo.

CONTEXTO HISTÓRICO

Terminada la Guerra Cristera, la Iglesia se encuentra en una etapa de reconstrucción espiritual. El gobierno, obligado a pactar la paz, mira con mucha desconfianza a la Iglesia, , sobre todo a la de Guadalajara, territorio en que la oposición a la Ley Reglamentaria de Plutarco Elías Calles había eclosionado con más fuerza. Basta ir a las actas de confirmación de los libros parroquiales para darse cuenta que la idea de Calles de controlar la actividad espiritual de la Iglesia fue una soberana imprudencia política, por no llamarla de otro modo. La Arquidiócesis de Guadalajara entonces era gobernada por Francisco Orozco y Jiménez, quien junto con su vicario, el entonces joven obispo auxiliar José Mariano Garibi Rivera, el futuro primer cardenal de México, habían vivido prácticamente exiliados en las barrancas para escapar de la muerte. Orozco y Jiménez, de recia personalidad y gran impulsor de las artes y la cultura, en la época de Rulfo seminarista hacía esfuerzos extraordinarios para dotar de sabios maestros a su principal institución.  Entre ellos menciono sólo un eminente hombre de letras que impartió clases a Rulfo: el maestro Manuel de la Cueva Gutiérrez (Luis Sandoval Godoy), laureado en universidades europeas de Roma y España.

FORMACIÓN ACADÉMICA

La etapa de humanidades en la que participó Rulfo como alumno abarcaba las letras hispanas, donde se estudiaba desde el Arcipreste de Ita, con su novedoso: Libro del buen amor, a Jorge Manrique, con sus coplas a la muerte de su padre, “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte”, versos graves que asemejan al tambor que guía la marcha de los enterradores. Con febril cariño se estudiaba a los renacentistas como Garcilaso, el de: “el dulce lamentar de dos pastores”. Se repasaba a Lope de Vega, a Cervantes, pasando por la generación del 98.

Se leía a Virgilio en latín con su Incipe parve puer risu cognoscere matrem” del “conticuere omnes intentique ora tenebant, el códice justineaneo: Salus populi suprema lex, a Homero con aquel exámetro inmortal: u ton apopletestin teon ericudea dora. Se leía La divina comedia, del gran florentino, con aquel: Nel messo del camin di nostra vita, cuyos endecasílabos fueron llevados a España. En un intento de aproximación a la literatura náhuatl, la de la Flor y el Canto, se repasaba aquel inmortal Cuix amo nican nicá nimonantzin. (¿No estoy yo acaso aquí tu madrecita?) Eso no era un simple inventario de obras y escritos, era un encuentro febril con los poetas y humanistas de todos los tiempos idos, a los que se leía con el vibrar de canción y de música en el alma.

Frutos

Esa formación estaba llamada a producir frutos. Mencionaré algunos personajes que pisaron las aulas de dicha institución, aparte del gran número de clérigos y mártires, entre ellos el primer cardenal mexicano, Garibi Rivera, además de José Salazar y Francisco Robles. Pero hay que mencionar ahora los frutos humanísticos, no solamente los clericales. Aquí están algunos de elevada excelencia; menciono a uno que al mismo tiempo participó de la ciencia y la teología: el padre Severo Díaz, originario de Sayula, eminente astrónomo, geólogo y paleontólogo, cuya capacidad para predecir movimientos sísmicos con lujo de segundos asombró a la comunidad científica de Europa. Alfredo R. Plascencia, el poeta de los versos de Amatitán. Manuel López Cotilla, el educador.

Entre los políticos mencionaré a don Anastasio Bustamante y Justo Corro, ambos ocuparon la Presidencia de la República. Recordemos a don Mariano Otero, principal ideólogo de la Teoría del Amparo; otro Mariano de apellido Azuela, médico y fundador de la novela de la Revolución con Los de abajo. Y casualmente, cuando a la Revolución Mexicana la daban por muerta como vena de inspiración, en los años 50, otro exalumno del Seminario sorprende a México y al mundo con su Pedro Páramo y luego con la magia de sus cuentos de El Llano en llamas.

Angustia existencial

El alumno que abandona el seminario, después de decidir que la vida clerical no es lo suyo, sufre algo que identifico como angustia existencial; no es algo superficial lo que la causa. Saber que un proyecto de vida acariciado con ternura se desploma por razones de conciencia o por la que sea, es una invitación a la soledad  o mínimo  a la tristeza. Esa angustia se agiganta con el hecho de la doble orfandad quizá cuajada en el “Diles que no me maten”.

Destierro académico y laboral

Fruto de un desencuentro entre la Iglesia y el gobierno, cuya Constitución del 17 –precisamente el año en que Rulfo nace– niega validez oficial a los estudios realizados en los seminarios, convierte a Rulfo en un desterrado académico. Desterrado es aquel que no puede pisar su tierra; desterrado académico es el que no puede pisar las aulas por razones políticas. Eso también pudo afectar el ánimo de Rulfo. En cuanto a su necesidad de encontrar un empleo digno, la situación mencionada lo retrae. No hay mercado laboral para un estudioso de los poetas, de Homero, Virgilio, Dante y los demás astros de la literatura universal. Su trabajo muy modesto como empleado de Gobernación confirman mi dicho, luego su trabajo como vendedor de neumáticos lo reafirma.

1. El ritmo en su obra

Concuerdan los críticos en que la obra de Rulfo en su totalidad se encuentra estructurada bajo la norma de un ritmo impecable, sin importar que su obra no está escrita en verso. Pero si observamos con lupa su fraseo en lo particular, nos sorprenderemos de la variedad de combinaciones métricas escondidas en sus oraciones. Vayamos a la primera frase de su obra: “Vine a Comala porque me dijeron” es un endecasílabo que luego oculta con “que acá……. vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Pero si comparamos la primera frase con los exámetros virgilianos tan recurridos y valorados en el Seminario, quizá podremos explicar la misteriosa y fascinante belleza de su fraseo. Incipe parve puer risu, cognoscere, matrem ya mencionado.

“Y yo (le) prometí que vendría cuando ella muriera”. Ovidio nos regala un exámetro bellísimo que dice cum subiit illius tristíssima noctis imago, un verso conocido para cualquier estudiante de literatura latina. Hay una absoluta semejanza. Sin embargo, Rulfo con discreción rompe con parte del ritmo para que su obra no aparezca versificada añadiendo arrítmicamente, un “le”, desastroso para la métrica, pero bello para la prosa. La pregunta es: ¿No habrá que encontrar en esa misteriosa alquimia rítmica la inexplicable belleza subliminal de las frases rulfianas inspiradas en la formación académica del Seminario?

2. El lenguaje tridentino

En “Diles que no me maten” encontramos frases del catolicismo tradicional medieval: “Diles que no me maten, diles que lo hagan por caridad de Dios”; aunque es una frase común y corriente, recordemos que el lenguaje es el instrumento básico de todo poeta. Rulfo no solamente lo usa y ama, sino que lo cela. Recordemos el verso de sor Juana: “se puede fingir amor, pero nunca fingir celos”. Ese lenguaje cristiano sencillo en el que reincide cuando el hijo le responde al preso condenado a muerte: “Voy pues, pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? –La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos”. Me pregunto cómo se las ingenian los traductores de Rulfo al chino o al hebreo para traducir esas palabras y lograr que sus lectores las entiendan. Hay un motivo que lleva a Rulfo a adoptar este lenguaje inmortal impulsado por su capacidad poética y quizá por su catolicismo fortalecido en el Seminario.

3. Rulfo mariano

Entre los elementos de formación en los que se insiste en el Seminario señalaré dos básicos como parte del “ARETÉ”: El ineludible desarrollo de los dones recibidos, como lo establece la parábola de los talentos. Hay que desarrollarlos a como dé lugar en circunstancias propicias o adversas, porque se nos exigirán rigurosas cuentas. Rulfo cumplió con ese mandato al pie de la letra al regalarle al mundo su inspiración poética con tan eximia calidad, en medio y a pesar de su orfandad, de su destierro académico y convirtiendo los libros en la universidad de la que fue desterrado. Otro elemento es la entrañable devoción a la Virgen María. En el cuento de “Talpa”, narrado por uno de los tres peregrinos, del mismo modo en que Tanilo se emociona y se pone a danzar sin importar sus llagas, Rulfo le pide la voz al narrador y se sube al púlpito del santuario más visitado de los sureños y se viste la casulla del señor cura para pronunciar uno de los discursos marianos más bellos y profundos: “Desde nuestros corazones, sale para Ella una súplica igual, envuelta en dolor. Muchas lamentaciones revueltas de esperanza. No se ensordece su ternura ni ante los lamentos pues Ella sufre con nosotros. Ella sabe borrar esa mancha y dejar que el corazón se haga blandito y puro, para recibir su misericordia y su caridad. La Virgen Nuestra, nuestra madre que no quiere saber nada de nuestros pecados. Que se echa la culpa de nuestros pecados; la que quiere llevarnos en sus brazos para que no nos lastime la vida, está aquí junto a nosotros aliviándonos el cansancio y las enfermedades del alma y de nuestro cuerpo ahuatado, herido y suplicante. Ella sabe que cada día nuestra fe es mejor porque está hecha de sacrificio”.

Habrá que buscar en los mariólogos más eximios como Alfonso María de Ligorio, Domingo de Guzmán o San Bernardo de Claraval, el de la vieja oración “Acuérdate oh piadosísima”, para encontrar lo que Rulfo en unas pocas frases esculpidas con cinceles de jade logra en el lenguaje del pueblo. Quizás aquella frase del Nican Mopohua: ¿Cuix amo nican nicá nimonantzin? ¿No estoy yo acaso aquí, tu madrecita?  ¿No estás aquí en el cruce de mis brazos? que casi la repite Rulfo, y que escuchó tantas veces, le regalaron la inspiración para este singular pasaje.

Ya para terminar diré que la obra rulfiana está repleta de un profundo sentimiento de ética casi de corte medieval. Esta se manifiesta con sarcasmo a veces, como en “Nos han dado la tierra”, donde Rulfo no se lamenta de que las parcelas de sus padres hayan sido expropiadas, sino de la simulación y del mercantilismo que hicieron de ellas los políticos. En el pasaje del Pichón, la misma mujer raptada pero ya transformada por la maternidad y un hijo, llena de perdón, que lo recibe en la misma cárcel no sin antes advertirle que su hijo no es ningún filibustero ni practica el rapto como el Pichón. Eso habla de un profundo compromiso de Rulfo con la deontología, el deber ser, en medio de la tragedia humana, en medio de la lucha interior del padre Rentería, que le pide a su Dios condena para el hijo de Pedro Páramo, a quien le guarda rencor por haberse metido a la intimidad de su sobrina, que reprocha a ésta su incuria por haberlo permitido, y tiene que guardar silencio cuando la sobrina le dice que obró en congruencia con la doctrina del perdón que el padre Rentería tanto reclama en sus sermones. En el catolicismo tradicional, san Juan María Vianey, el cura de Ars, es proclamado el modelo de párroco. En el padre Rentería, Rulfo nos obsequia la imagen de un cura agigantado en la guerra contra sus pasiones y contra la adversidad trágica de su entorno rural, pero con una nueva forma de santidad: la poesía, la más perfecta de las artes.

*Texto leído por el autor en el homenaje a Juan Rulfo en Sayula, en el 102 aniversario de su natalicio.

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