SALOMON Y ALEJANDRO EN LAS MIL Y UNA NOCHES

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Salomón el rey sabio, y Alejandro el conquistador aparecen en Las Mil y una noches transfigurados por la leyenda creada en torno a sus extraordinarias figuras. Son dos grandes personajes de los que se hace mención en varias narraciones destacando su figura y sabiduría. Hombres míticos, cargados de elementos mágicos y maravillosos que impresionan al lector con sus acciones.
En torno a Salomón, el proceso de mitificación debió de empezar a raíz de su muerte, pero fue en Babilonia donde los rabíes dieron forma definitiva a su leyenda en el Talmud. De ahí o de la tradición oral judaica, la tomaría Mahoma, el cual la trasplantó al Corán sin modificar sus rasgos esenciales. Todo lo que se dice de Salomón es de procedencia talmúdica; sus relaciones con la reina de Saba, su muerte, su eutanasia, que solo fue notada porque un ratoncillo royó el extremo del báculo en que se apoyaba, sentado en su trono, con apariencia de vida. Como afirma R. Cansinos Assens en su Estudio literario-crítico de Las mil y una noches, es fácil ver cuánto ha influido esta leyenda talmúdica no sólo en la imagen de Salomón que los raui miliunanochescos nos dan, sino también en otras historias del libro, donde los anillos mágicos juegan importante papel.
Soleimán como es llamado, es ahí no solamente un rey sabio, sino un gran mago, iniciado en toda ciencia hermética y que, por el poder de sus conjuros y de su nombre grabado en su anillo, se hace obedecer de todos los genios (chedin, en el Talmud), y él es señor de todos ellos, así de los aéreos como de los acuáticos y terrestres, y, además, de toda la fauna andante, reptante y volante de todos los reinos de la naturaleza. El cadáver de Salomón, según la leyenda, fue depositado en un lugar secreto, más allá de los siete mares, y colocado sobre un lecho, en el que conservaba toda la apariencia de la vida, vestido con todos sus atributos reales y conservando en el dedo su anillo talismánico.
La mitificación de Alejandro, el hijo de Filipo, Iskander para los redactores de la obra, no es de tan exclusiva línea talmúdica, pues a ella se han mezclado otras de tipo greco-persa. Fue principalmente un libro griego, el del pseudo Calístenes, especie de biografía novelada -–que decimos hoy— del gran macedón y que, traducida del griego al siriaco, penetró de esta lengua en el mundo árabe, el que sirvió de base para las poetizaciones de Firdusi y de Nizami, que cantó en su Iskander-Námeh las fabulosas hazañas del famoso guerrero dando a sus campañas un cariz de expedición científica y de apostolado misionero.
En la idealización hebraica, Alejandro conserva su carácter de Enviado de Dios y lleva el epíteto de “Baal-ha-Karmain” –señor de los dos cuernos— que los árabes tradujeron a su lengua Zu-l-Karnain, con que se le designa en el Corán. Mucho se ha discutido sobre este epíteto de bicorne que, según unos, alude a sus victorias sobre los persas y los medos, que Daniel, en sus visiones proféticas, contempló simbolizados en un carnero con dos cuernos; otros piensan que alude a sus triunfos bélicos en Oriente y Occidente; y hay quienes opinan que se refiere a haber vivido el gran guerrero el tiempo de dos generaciones. (Alejandro murió a los treinta y dos años). La base de todas esas interpretaciones radica en el significado de fuerza, vigor y poder que el cuerno tiene en la simbólica semítica. Sabido es que también a Moisés se le atribuyen dos cuernos en la iconografía mística.
Jaddo, sumo sacerdote de Jerusalén le mostró a Alejandro la profecía de Daniel, en que se anunciaba que un rey macedonio o griego había de destruir el imperio de los asirios, y, agradecido el monarca, entró en el templo y ofreció sacrificios al Dios de los judíos. Todo esto se refiere en el libro I de los Macabeos y también en el libro II, capítulo VIII, de las antigüedades judaicas, de Flavio Josefo.
Por su parte el Corán habla de Zu-l-Karnain en la sura XVIII Al-Kahf (La ajaquefa), donde cuenta su historia a los creyentes, siguiendo los términos de la leyenda greco-siriaca. Todo lo que en las Mil y una noches se dice de Alejandro procede de esa fuente greco-hebraica, la misma de donde tomó Nizami los elementos para su poema epos, en que aparece Alejandro hecho un sabio en sus diálogos con los sabios griegos e hindúes, y el ángel Serosch le confiere el doctorado profético. El héroe emprende entonces, acompañado de siete sabios (los siete visires del posterior Libro de Sendebar), sus accidentados y maravillosos viajes a los cuatro puntos cardinales del globo, visita todos los pueblos y razas y, después de haber dado así la vuelta al mundo, inquiriendo todos sus misterios, muere, acometido de súbita dolencia, en Schah-zur, cerca de Babilonia. De donde es llevado a su descanso definitivo a Alejandría, ciudad fundada por el líder guerrero.
Como se verá, en esta idealización del conquistador macedónico entran no pocos elementos de la de Salomón, y entre ellos dos rasgos principales: la sabiduría y el poder; Iskander, como Salomón, es un profeta de Dios, además de un perfecto caballero al modo de Aquiles o Eneas. Y ese rasgo místico en su figura marca la confluencia del genio helénico con el semítico, nos dice Cansinos Assens. Sin dejar de ser ambos personajes mitos de las leyendas orientales y occidentales, agregaríamos nosotros.

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