Eduardo Jorge González Yáñez* paro
La violencia inunda todos los espacios de la vida social y privada; a todos lastima, pero solo algunas personas la ven. La crueldad y la saña, particularmente contra mujeres y niñas, muestra lo que la antropóloga feminista Marta Lamas denomina la trágica y espeluznante realidad social y psíquica, generada por la necropolítica neoliberal del patriarcado, son desgarradoras. Ante el panorama del horror se agotan las alternativas de resistencia que, desde la sociedad civil, exigen a todos los niveles de gobierno visualizar el problema y generar las políticas públicas necesarias para atenderlo. En ese contexto surge la convocatoria por parte de colectivos feministas de todo el país para que las mujeres se oculten por un día, en busca de llamar la atención del ojo social a la crisis de feminicidios en México.
La estrategia es interesantísima y, por demás, profunda; mucho más complicada que tan solo no salir a trabajar. No es acerca de los miles de millones de pesos que le costará a la economía mexicana. Verlo así es inscribirse en la lógica neoliberal que todo mercantiliza. Y simplificarlo implica una obstinación en ignorar la gravedad del problema que se busca evidenciar. Como maniobra de resistencia, el paro no es algo nuevo. La idea original data de 1975, año en el que la ONU declaró el 8 de marzo Día de la Mujer. Sin embargo, su implementación en México, el próximo día 9, nos revela la dolorosa realidad social de un país que hace oídos sordos ante los gritos de las innumerables marchas feministas de los últimos meses, que demandan justicia para las mujeres y respeto a sus derechos humanos. El llamado es ahora diferente: no a tomar el espacio público, sino a abandonarlo. Así, el Paro Nacional de Mujeres, además de los ciclos sociales de violencia que denuncia, nos muestra un país que, dieciséis años después del levantamiento zapatista en Chiapas, voltea a ver a las comunidades indígenas solo cuando se tapan la cara, y a las mujeres, cuando se ocultan.
Por otro lado, me parece que la convocatoria del Paro Nacional de Mujeres es un giro extremadamente valioso al activismo que, desde el año pasado, ha canalizado la rabia en manifestaciones violentas, en perjuicio de los espacios públicos, sobre todo en la Ciudad de México. No se mal entienda lo que aquí se dice: no cabe duda que las demandas de los contingentes en dichas manifestaciones han sido legítimas. Sin embargo, en tiempos donde la violencia corroe el tejido social sin que nada parezca poder detenerla, el llamado a una práctica de resistencia civil no violenta es alentador, pues, como lo ve la filósofa feminista Judith Butler, se arrojan las bases para la creación de alianzas solidarias significativas —difíciles de generar con una violencia destructiva—, que construyen y despliegan un nuevo imaginario social, alejado de la realidad instrumental del neoliberalismo, en el que se asume la interdependencia de todas las vidas y se trabaja en una acción política basada en el igualitarismo.
En este sentido, parar se plantea como una manera de resistir, y a pesar de que todos tenemos derecho a elegir la manera en la que resistimos, es lamentable que las mujeres, en aras de visibilizar un problema que nos lacera —pero pocos miran—, se vean forzadas a dejar los lugares que, a lo largo de incansables siglos de lucha, tanto les ha costado ocupar. Además, en un país tan profundamente desigual como México, es imposible dejar de preguntarse ¿quién puede darse el lujo de parar? Es decir, ¿qué tipo de mujeres, y en qué condiciones sociopolíticas y económicas, podrán participar en el Paro Nacional del próximo 9 de marzo?
En términos de esa misma desigualdad se yergue también la oportunidad de reflexionar acerca de cuáles son las actividades económicas de las que, en nuestro país, están las mujeres a cargo. Silvia Federici, economista feminista estadunidense, sostiene que el capitalismo se sostiene de —y descansa sobre— el trabajo no remunerado de las mujeres,y sin embargo, síntoma del reparto infinitamente desigual del poder y las responsabilidades, así como del acceso diferenciado a distintas profesiones para mujeres y hombres, la dinámica económica del país difícilmente se detendrá el próximo 9 de marzo. ¿Qué nos dice eso de México? ¿Cómo puede un país, donde la mitad de la población convoca a paro, seguir adelante? ¿Cómo opera la economía nacional? ¿Cómo están distribuidas las actividades económicas y sociales entre hombres y mujeres? Si fueran los hombres quienes no salieran a trabajar ¿el país se detendría? Si es así, ¿cuáles son las actividades económicas y sociales a las que las mujeres han podido acceder? Y ¿por qué pareciera que podemos prescindir de ellas por un día? Desde este punto de análisis, valdría la pena que como sociedad nos replanteemos la manera en la que distribuimos las responsabilidades y los roles sociales en razón de género.
Ante la vorágine de información y movilización ciudadana, surge la pregunta acerca de qué les toca hacer a los hombres que quieren apoyar. A mi parecer, no es apoyo lo que se necesita sino solidaridad. Esa solidaridad de la que habla Judith Butler y que, para empezar, implica voltear a ver el problema. No faltan las voces de hombres que claman su indignación ante la ola de violencia contra las mujeres, sosteniendo que somos todos los ciudadanos quienes deberíamos parar: una especie de paro generalizado que exija mejores condiciones de vida para las mujeres en México. No nos equivoquemos. El día sin mujeres al que todas están siendo convocadas es una oportunidad para que, como hombres, nos dejemos confrontar y comencemos a aprender. El lunes 9 de marzo a nosotros no nos toca parar. Nos toca comenzar a repensar lo que significa ser hombre; aceptar que no es solo acerca de golpear, violar o asesinar, sino de la cultura y prácticas machistas con las que impregnamos todas nuestras relaciones sociales; darnos cuenta que permanecer con una postura pasiva es también parte del problema; ver que no son solo Fátima de 7 años o Ingrid desollada: son 10 mujeres asesinadas por día.
Hay también otras formas de ser solidarios: no solo difundiendo la información y las razones detrás del paro, sino, particularmente como hombres, incentivando y promoviendo la participación de las mujeres que nos rodean, preparándonos para solventar y cubrir su ausencia ese día. Sobre todo, habrá que evitar que frente a la falta de mujeres que pararán —en tanto tengan la posibilidad de hacerlo— haya otras mujeres —que no pueden parar— con doble carga de trabajo.
Sin duda, lo que ocurrirá el próximo lunes es algo grande. Plantea una nueva forma de pensar la resistencia y nos ayuda a vislumbrar características esenciales de la penosa realidad social en la que vivimos. Ante todo, es preciso siempre recordar que el problema no es ni cultural ni crónico. Es estructural, pero las estructuras cambian.
*Estudiante de Relaciones Internacionales del sexto semestre del Tecnológico de Monterrey
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