Trampas clásicas de intelectuales

Una variable relevante del proceso electorero ya concluido es la toma de postura de personajes a los que la población ve como líderes de opinión, gurúes de lo racional, intelectuales pues. Son conocidos. Interactúan con la población e inciden con sus parrafadas en las decisiones del hombre de la calle, imagen en la que cabemos todos los demás que no somos intelectuales. Aparte de muchos otros segmentos de influencia, como las encuestas o la repetición mediática de ciertos clisés, la incidencia de la opinión de los personeros, que nos destazan la realidad para que podamos digerirla, no deja de ser elemento para tomar en cuenta. Casi todos los días vemos programas vivos en los que estos opinócratas se desviven por bornearnos el rostro. Insisten y hasta redoblan su intención para hacernos atisbar la realidad según los perfiles que nos marcan como determinantes. No es ocioso su papel, ni desinteresado. Están entre nosotros y juegan el rol que todos los demás, sus conducidos, les permitimos que ejerzan.

Sería erróneo cerrar los ojos para no reconocer su presencia. También resultaría equivocado menospreciar su influencia. Están, actúan y nos toca seguir o rechazar su haz de percepciones. Que las hagamos nuestras o las disloquemos es tarea cotidiana, en la que nuestro libre arbitrio desempeña lo que le toca definir y decidir. Y todos contentos.

Tomando los resultados electoreros pasados, insistieron en la figura, como si fuese una verdad bíblica, de que la clase media le volteó la cara a Morena. Nos diagnosticaron que los números reflejaban la vuelta y el desencanto de las filias clasemedieras a favor de personajes de gobiernos pasados ahora opositores. Bonito espectáculo el vivido.

Los tres partidos tradicionales (PRI, PAN y PRD) brincaron atados en una sacra mancuerna contra Morena. Vino a ser una rara alianza contra natura, casi, casi nefanda. Podríamos equipararla con la que hicieron los del Copei y los Adecos en contra de Hugo Chávez en Venezuela. Resulta que los tales copeyanos y sus detractores irreductibles, los adecos, se estuvieron disputando el poder allá por muchas décadas. Para que los veamos con lentes mexicanos, digamos que uno era el partido del PRI y el otro el PAN, ambos venezolanos. De pronto les surgió una figura nueva con la que no contaban. Empezó a crecer su aceptación, a grado tal que vieron que separados no lo iban a derrotar. El nuevo púgil era Hugo Chávez. Fue cuando se juntaron, como nuestros grillos locales, en una sola santa alianza para cerrarle el paso. Y ni juntos pudieron. Chávez se llevó la elección con más del 60% de los votos.

Es lo que vivimos aquí ahora. Se juntaron en connubio nefando, como ya quedó pintado, los Prianredistas, para frenar a Morena. Claro que sus sonajas persistentes decían que iban a mandar no a la lona, sino a la basura misma de la historia al nuevo partido de AMLO, a Morena. De paso centraron sus iras en resquebrajar o en intentarlo más bien, la imagen bien cuajada de Obrador en el imaginario nacional. Ya conocemos el fin del cuento. Ni derribaron a AMLO, ni le quitaron nada a Morena. O sea que les fue como en feria, aunque al principio se desgañitaron por hacerle creer al buen público que sus afanes habían sido exitosos.

Ya pasaron muchos días de estas danzas. Ahora nos toca empezar a revisar el contenido de los discursos de nuestros opinócratas o intelectuales, transidos al Prianrd. Toca pasar el rasero a nuestros intelectuales y calibrar si es que traigan bien instalados los bulbos, o saber bien por qué se les distorsionan las imágenes que difunden para nuestro consumo doméstico.

Es curioso, ya a nivel de calle, cómo mucha de nuestra gente les da bola a estos pensadores de engrudo. Traigamos a colación como ejemplo un caso local medio ilustrativo. Cuando muchos universitarios en la UdeG levantaron banderas para enfrentar a Raúl Padilla, de pronto se alistó a sus filas gruesos contingentes de simpatizantes. Pero pasaban los días y en lugar de crecer la fuerza opositora ni parecer que se visualizaba el triunfo, se inició la desbandada de los nuevos adheridos sobre todo. Unos les cuestionaban la razón de tal cambio de chaqueta, en algunos casos hasta drástico. La respuesta de muchos de ellos se volvió típica, hasta lugar común: es que soy institucional, soltaban. Ni cómo ayudarles a subsanar su veleidad.

Ahora, en el proceso de la elección recién concluida, empezó a agitarse y a crecer una cierta ola de repudio en contra de AMLO, azuzada por estos procaces intelectuales, ya cargados a la derecha. Lo curioso es que muchos de los nuevos detractores, ganados por la insidia de la intelectualidad prianredista, hace tres años andaban batiendo banderas a favor de AMLO y su Morena. Al interrogárseles sobre su cambio de chaqueta, la respuesta no fallaba: es que soy un ente pensante. ¡Qué curiosos entes pensantes!

Si se les pasa el rasero inquisidor, el de las convicciones y las definiciones ideológicas, rascaremos y encontraremos una piel muy delgada, demasiado delicada. Una segunda parada de sus pretextos ha venido a ser lo de declararse miembro de clase media. Con ello intentan significar que eso de seguir siendo fiel al proyecto de Morena, lo dejan a los chairos, a la pobrería, de la que salieron huyendo y a la que por nada del mundo quisieran volver. Convendrá revisar con calma este argumentito falaz, que enarbolan como tan sesudo.

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