Un aislamiento fortuito

Por los días que corren estamos viviendo una experiencia novedosa. Nos vamos a quedar encerrados, en casita, sin salir, por un buen rato. Es idea o práctica aceptada por la gran mayoría. No está a debate. Por supuesto que habrá muchos paisanos que renieguen de la medida, o que no se sujeten a ella, por necesidad o por necedad. Pero la gran mayoría sí lo ve como un paso a observar y lo hará. En otros países, con estructuras autoritarias o no, la medida se implanta como toque de queda. Se aplica y ya.

Normalmente, en tales comunidades, ni rezongos hay. Se justifique o no, la medida se impone y todo mundo obedece. Así ocurrió en China, por ejemplo, ahora en el mes de enero, cuando en todo el mundo nos enterábamos de los estragos que enfrentaban por la presencia y propagación de la epidemia del coronavirus. Aquí en México contemplábamos el hecho como algo muy lejano, como un evento que no nos iba a tocar. Ya vemos que no es así. Nos llegó. Ya lo tenemos con nosotros y hemos de hacerle frente.

Hace unos días se habló de un toque de queda en una población alemana. Dado que en dicho país hay una larga tradición pretoriana, no les fue difícil aplicarla. Si fue en una población, tiene cariz restrictivo o limitado. Pero igual se la podrían haber impuesto al país entero. Su público lo hubiera aceptado de la misma forma, porque los usos y costumbres no son hábitos que aparezcan y desaparezcan, o que estén sometidos al voluntarismo ocasional. Se encuentran arraigados en la forma de ser y discurrir de los pueblos. Nadie tendría que convencer al público alemán de obedecer sin chistar, se les hubiesen mandado aplicar una medida extrema de esta naturaleza.

Otros lugares, algunos hasta cercanos a nosotros, como Honduras, Puerto Rico y la misma Cuba, recurrieron ya también a este formato. De Cuba oímos decir que canceló todo contacto con extranjeros. No viajes, no vuelos, no entradas y salidas. Allá no se puede decir que cierra las fronteras, porque es una isla y todas sus posiciones limítrofes dan al mar. Bueno tiene una frontera terrestre: las bardas acordonadas con que se acordona la base militar gringa de Guantánamo. Ésta ocupa un territorio de la isla. Los tienen invadidos y ni quien los saque de ahí. Pero parece que no habría peligro de contagio por este contacto. No se voltean ni a ver. No hay flujo humano ni tránsito por inhibir.

Lo curioso es leer o enterarse de algunas notas periodísticas que nos vienen del vecino del norte. Si no se entiende mal, se habla de toques de queda en algunos sitios de excursión, por ejemplo en Miami, Florida. También en California se aplica la orden extrema de inmovilizar a un contingente humano abundante: cuarenta millones de habitantes. Igual se dice del estado de Nueva York y del de Illinois. El número de contagios, casos comprobados y muertes por esta pandemia allá con ellos, justificaría no sólo estos cerrojos selectivos, sino la inmovilización total, la cuarentena absoluta del país.

A nosotros, los mexicanos, nos llega de rebote cuanto ocurra con los gringos. Bien dicen muchos que cuando allá les pega un catarro, es porque a nosotros ya nos dio pulmonía. Por supuesto que nos afecta cuanto le ocurra al país vecino. Tenemos con ellos una muy extensa frontera, de unos tres mil kilómetros. Su presidente Trump nos la mantiene en atención todo el tiempo, que porque quiere levantar una barda para que no sea transitada de aquí para allá; que porque, aparte, la vamos a pagar nosotros; o sea que la vamos a levantar a nuestras costillas aunque no la necesitemos.

Todo lo hasta ahora dicho sobre este tema han sido desfiguros y despropósitos. La única explicación que le hallan los analistas a tanta estulticia sobre dicha frontera es el dato de que el señor Trump le encontró al tema un filón político muy rico para sus intereses electoreros. A su público elector le sacude el magín la propaganda antimexicana y con lo de la frontera, que se hace chiquita y se hace grandota según él lo vaya necesitando, tiene material incendiario al gusto.

Ahora no se trata de un asunto meramente distractor. Y no es que de por acá se puedan filtrar los virus que postren en cama a nuestros vecinos. Ya tienen allá la plaga. Ya se les propagó a sus distintas regiones. Ya es un problema interno de salud pública y lo van a tener que combatir y anular, le hagan ruido mediático o no. Ahora el flujo mórbido cambió de orientación y sentido. Transcurre de allá para acá. Ahora sería de gran interés escuchar que México ha decidido taponear su frontera norte y está dispuesto a impedir que se cuele el más mínimo microorganismo que nos venga a enfermar.

Pero nos pasa lo mismo que a ellos. No en cantidades catastróficas, pero ya tenemos con nosotros cuadros de morbilidad y de atención urgente. De cada ciudad y de cada estado llega a cada rato la nota de casos por gente afectada. Hay exageraciones, como en todo. Pero el hecho duro es que lo tenemos en casa. Además ya está declarada como pandemia, o sea que inflige a nivel mundial. En todo el planeta hemos de extremar los cuidados. No seremos la excepción que pare el dedo. Al menos no esta vez.

Por eso, en estos días que se nos recomienda [no que se nos fuerce] a que nos quedemos modositos en nuestros espacios domésticos, habrá que hacer caso. Restrinjamos al máximo las salidas a con los vecinos. Si cooperamos y no chistamos, no lo lamentaremos. Al fin que no hay mal que dure cien años, ni cabrón que los aguante. Y como decían las abuelitas: no son penas del infierno.

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