Un tulipán negro (relato histórico)
Mel Toro
Primera de cuatro partes:
_ No, no voy a narrarte ninguna historia más. Eres muy egoísta.
_ ¿Cómo egoísta? ¿Qué me quieres dar a entender con eso, pinche Camaney?
_ ¿Se te hace poco no darle a uno ningún mérito en tu periodiquito? Uno te cuenta la historia, uno investiga que los datos estén bien, las fechas, los nombres. Ahí anda uno de culipronto juntando lo desparramado, para que luego publiques tus historias sin siquiera mencionarlo a uno. ¿Cómo dicen ustedes? Sin mencionar los créditos.
_ Pero es que no podemos revelar nuestras fuentes.
_ A mí no me salgas con mamadas. Ni una historia más. No conmigo.
_ ¿Definitivo?
Juan Camaney se queda caviloso a mi última inquisición. Detiene su torrente de palabrotas y medita una respuesta que me convenza. No interrumpo su introspección. Sé de sobra que tras este silencio puede abrir el cofre de su memoria y proporcionarme una información que por estos días anda bien disputada por mis colegas periodistas. Yo le insisto en que no la quiero para mí, reclamando como injusto el adjetivo de egoísta que me cascó.
_ La quiero para darla a conocer al público. Tú eres el egoísta si te guardas toda esa información sólo para ti.
No quiere aceptar, ni entiende cómo le ando volteando la tortilla. Pero tampoco quiero acatarrarlo, pues me puede mandar con flautas destempladas. He de ser paciente, para demoler su resistencia. Tras una larga meditación, me espeta al rostro, sin otros respingos ya que los usuales en nuestros encuentros.
_ Te la voy a soltar con dos condiciones.
_ Vienen de ahí. – Respondo dibujando sonrisa de victoria -. Las acepto sin haberlas oído.
_ La primera. Me vas a traer de tu cava un litro de tu mejor mezcal. Y no me vayas a salir con un rascabuches corriente, que ya sé que tienes buenos vinos.
_ La segunda – digo apurándole.
_ Vas a encabezar esta historia poniéndome a mí por delante y dándome el crédito que me corresponde.
_ Pero si mal conozco tus generales. ¿Cómo me exiges abrir con tu semblanza?
_ Yo te dicto algunas cosas de mi vida, si las ignoras. Y quiero ver este retrato redactado aquí mismo, ahora, o no hay de piña.
Cedo. No chisto más o se me va el gozo al pozo. Saco lápiz y cuadernillo y empiezo a redactar algunas perlas de su personalidad, como dintel para la historia que vine a arrebatarle. Saleroso y mesándose ora los cabellos, ora el bigote inicia el retrato de sí mismo. No tengo prisa en esbozar por escrito los retazos de su historia personal que me va presentando, ni él en irlos descombrando de sus recuerdos.
“El peluquero Alfonso Michel Zamora rapa barbas a media cuadra de la casa de los Robles. Viene siendo sobrino carnal del legendario guerrillero villista Pedro Zamora, cuya personalidad de guerrillero ha sido deformada y cambiada por la de un violador irredento. Esta deformación es obra de la conseja popular, de la que Ramón Rubín se hizo oídos para redactarle su biografía. Pero no voy a hablar de este personaje histórico, sino del sobrino de su tío, Alfonso, el fígaro más gracioso y pícaro de El Grullo. Hereje consumado, iconoclasta, pícaro, salidor y claridoso. Bautizó su peluquería con el sabroso apodo de ‘Juan Camaney’. Los paisanos le motejan ahora a él mismo con tal apodo. O sea que el peluquero de marras se escogió mote y la gente le cumplió el gusto. La supo hacer. Las beatas del pueblo le sacan la vuelta, por la fama que lo envuelve. Pero a pesar de que es deslenguado y buscabullas, la realidad es que Camaney es un hombre inteligente”.
_ ¿Así o le pongo más crema?
_ Me doy. Pero me la cumples o se acaba tu informante. ¿De acuerdo?
_ De acuerdo – acepto. Le veo atufarse los bigotes, señal de que iniciará su relación.
[Continuará…]