Un tulipán negro (relato histórico) / III

Un tulipán negro (relato histórico)

Mel Toro

Tercera de cuatro partes:

Siempre vino al terruño a gastar sus vacaciones. Era fácil encontrarlo en cualquier rincón del pueblo, atento y afable hasta con los más pequeños. Acudía a toda charla solicitada. Se trasladaba a pie a cualquiera de los destinos que escogiera como meta. Compartía el pan y la sal, sin remilgo alguno, rodeado de paisanos elocuentes o mozongos, que de todo hay; buscaba con fruición los humildes pero sabrosos comederos nocturnos, costumbre tan mexicana de salir a calmar el apetito fuera de casa por parte de noche. Le encantaba consumir, entre otros, el pozole de doña Susi, la de los Negrete, allá por el barrio de la cachetada, al que perteneció en su infancia.

Luis, el encumbrado clérigo, no buscaba otra compañía que la de Camaney para sus paseos matinales al Tigre, al Colomo, a la ascensión del cerro, ejercicio que el prelado no abandonó desde sus años del seminario. En sus largas caminatas, afición predilecta a que se entregaba cuando venía a su tierra a descansar del trajín diplomático eclesial, abordaba con su fígaro todo tema, pues Camaney es hombre inteligente, o al menos lo suficiente para departir de tú a tú con él.

_ Déjame aparecer otra vez junto a él, ya que me estoy refiriendo a este aspecto de su vida. Te va a gustar la anécdota.

_ Nadie te está reprimiendo – le retobo, dejándole seguir su vuelo.

_ Cuando ya fue elevado a la categoría de nuncio – precisa-, su pueblo natal se llenó de orgullo propio. Luis dejó de ser un cura, un obispo cualquiera. La gente le cambió el tratamiento natural, el doméstico, el que siempre le había dado a tan viejo conocido, por el de su nueva investidura: ‘Monseñor’.  Entonces yo le pregunté:

_ Y ahora ¿Cómo te voy a llamar?

_ Tú llámame Luis. Sigue diciéndome Luis, como lo has hecho siempre.

_ Te lo platico – se sigue entusiasmado Camaney por ver que no pierdo detalle y registro hasta sus últimas palabras -, nomás para que sopeses la calidad de la melcocha. No lo dejé de tutear. Pero desde ese momento le empecé a decir aunque sea ‘padre’, si bien tenía su autorización expresa de utilizar nada más que su nombre de pila. Con su deceso perdí a mi mejor amigo.

Ahora viene la parte más triste de toda esta historia, porque Luis ya se nos fue. El Grullo está de luto. Ha perdido al arzobispo y nuncio Luis Robles Diazinfante. Su sepelio fue de polendas. A él no lo dejaron en Roma o en la catedral que era su sede. Lo trajeron a su pueblo natal y lo enterramos todos en nuestra humilde parroquia Santa María de Guadalupe. Nadie se quiso perder el acontecimiento.

No habíamos conocido un evento de esta magnitud y naturaleza desde hace medio siglo. El 30 de octubre de 1959 murió el párroco Pedro Zamora Carvajal y fue sepultado en el anexo poniente de la parroquia. Aquellas honras fúnebres quedan apenas en la memoria de los habitantes más viejos de la población.

Con la muerte del arzobispo Luis Robles Díazinfante y el traslado de sus restos mortuorios desde Roma los días 14 y 15 de abril de este 2007, la población se conmovió de nuevo y vivió una jornada intensa de solidaridad fúnebre con uno de sus hijos más esclarecidos, de cierto el más encumbrado de los clérigos mexicanos hasta el día de hoy. Luis era arzobispo titular de la catedral de Estefaníaco. Pronto recibiría el capelo cardenalicio, distinción que lo volvería papable. Pero como preconizó Jorge Manrique:

‘Oh juicio divinal,

cuando más ardía el fuego,

echaste agua’.

Te repito algunos de sus datos biográficos y fechas, para que los memorices. Nació Luis en nuestro pueblo debido precisamente a que el noveno embarazo de María Díazinfante, su madre, se complicó. Don Jesús Robles Sedano, su papá, decidió traerla desde San Lorenzo a atender a nuestro pueblo. Así fue como su alumbramiento tuvo lugar en El Grullo. Eso ocurrió el 9 de marzo de 1938. Cuando cumplió los once años, don Jesús, su padre, lo llevó en un burrito a Ejutla, pues había manifestado deseos de consagrarse al sacerdocio. Ejutla y El Grullo pertenecían a la diócesis de Colima. En esta ciudad continuó sus estudios, aunque fuera ordenado sacerdote en Autlán. Te diré por qué.

Cuando Luis fue ordenado de cura, esta diócesis era de reciente erección. Un pedazo de la de Colima entró a su composición. Colima dejó a elección de sus estudiantes por ordenarse adscribirse a uno u otro obispado. Luis eligió pertenecer al de Autlán. Aunque me platicó alguna vez que fue decisión desatinada. En 1967 se fue a Roma e ingresó al servicio diplomático del Vaticano. En esos puestos duró hasta 2003, año en que fue designado vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Le sorprendió la muerte por afecciones cardíacas el día 7 de abril de este año, como ya te dije.

[Continuará…]