“NO HAGAN LO QUE YO hago, vean lo que yo vi”, esto era lo que proponía el arquitecto Luis Barragán para aquellos que incursionaban en el diseño de casas y jardines. Algo de lo que vio en la Alhambra lo fotografió Silvia Segarra Lagunes, maestra de diseño en la Universidad de Granada, para exponerlas en el vestíbulo de la Facultad de Arquitectura de la UNAM como La Alhambra: el universo de Luis Barragán. A cien años de su visita a Granada.
“Caminando por un estrecho y oscuro túnel de la Alhambra, se me entregó, sereno, callado y solitario, el hermoso Patio de los Mirtos de ese antiguo palacio. Contenía lo que debe contener un jardín bien logrado: nada menos que el universo entero.
“Jamás me ha abandonado tan memorable epifanía y no es casual que, desde el primer jardín que realicé en 1941, todos los que le han seguido pretenden con humildad recoger el eco de la inmensa lección de la sabiduría plástica de los moros de España”, así se refirió a esa experiencia cuando recibió el Premio Pritzker en 1980.
En 1924, recién terminada su carrera de ingeniero en Guadalajara, viajó dos años por España, Francia y Marruecos. Tenía veintidós años y todo parece que ese viaje fue un parteaguas en la vida de este hombre que tenía en su ADN, la estética y la belleza de las cosas y de las personas.
Barragán decía que le habían otorgado el Premio Pritzker porque estaba “dedicado a la arquitectura como un acto sublime de la imaginación poética. En mí se premia a todo aquél que ha sido tocado por la belleza.” Creo que ésta es la clave para entender las obras y la vida de Barragán, obras que expresan la belleza como la que vio en la Alhambra para que las interiorizara, las transformara y las expresara a su manera, tal como lo podemos ver si contrastamos una de sus primeras obras que hizo recién llegado de ese viaje, la casa de Efraín González Luna en 1929 —ahora Casa ITESO-Clavigero de Guadalajara—, con lo que había visto en Granada.
Estaba consciente que habían desaparecido “en las publicaciones dedicadas a la arquitectura, las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también las de serenidad, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro.”
Con las fotos que tomó Silvia Segarra en la Alhambra podemos encontrar algunas huellas de aquello que pudo haber visto Barragán que luego interioriza, transforma e integra en sus obras, congruente con la propuesta que hace para que veamos lo que él vio, para que cada quien lo vaya elaborando de acuerdo a los principios y valores de cada quien, relacionado con su oficio, para que luego las interprete, como lo hizo Barragán quien aplicó el “plácido murmullo del silencio”, que lo hizo propio desde aquel día cuando recorrió la Alhambra y que tal vez lo descubrió en el Patio de los Mirtos, donde el silencio de ese murmullo del agua le permitió escucharse a sí mismo.
“Al arquitecto le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad”, decía Barragán, desde que la pudo experimentar en la Alhambra para luego, aplicarla en su casa de la ciudad de México, tal como lo puede comprobar cuantas veces estuve en su biblioteca en donde, de pronto, todo se apaciguaba en ese espacio con la luz del ventanal al atardecer de tal manera que se daba la serenidad, como si fuera un escudo en contra del mundanal ruido, para relajarnos, respirar hondo y profundo de tal manera que empezaban a acomodarse esas piezas que estaban sueltas del rompecabezas correspondiente a esa etapa de la vida.
Silvia Segarra incursionó en la Alhambra para que ahora seamos nosotros los que percibamos esos espacios y ojalá logremos transformarlos en palabras o en aquello que cada quien puede expresar según su oficio.