Violencia en los estadios de futbol

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José de Jesús Gómez Valle
@jgomezvalle

En abril de 2016 escribí un texto sobre el flagelo de la violencia en los estadios de futbol de nuestro país. Ahí advertía que la violencia en los estadios provocaría una tragedia mayor. Ese día, desafortunadamente, llegó hoy en el estadio “La Corregidora” de Querétaro durante el partido entre los equipos Gallos Blancos de Querétaro y Atlas de Guadalajara

La violencia en los estadios de futbol es, lamentablemente, un hecho cada vez más recurrente en nuestro país. Ya sea en Nuevo León, la Ciudad de México, Guanajuato, Querétaro, el último episodio nefasto de esto lo vimos hace unos días en el Estadio Santos Modelo, de la ciudad de Torreón. Lamentablemente también en nuestra entidad estos actos se suscitan con mayor frecuencia.
Ya padecemos las situaciones que se viven en Inglaterra, Italia o Alemania, o en países sudamericanos como Chile o Argentina. De acuerdo con estudios psicológicos y sociológicos, las llamadas barras bravas en Sudamérica y los hooligans en Inglaterra o los tifozzi en Italia, son fenómenos sociales con características definidas muy similares a las manifestaciones que han aparecido en nuestro país.
Algunos de los integrantes de los llamados “grupos de animación” que han incurrido en actos violentos dentro y fuera de los estadios, tienen aspectos similares específicos: mismo estrato social, mismos comportamientos y el mismo promedio de edad.
No se puede afirmar que todos los aficionados que integran estos grupos sean detonadores de la violencia, pero lo que no se puede dejar de señalar es que el número de barras es cada vez mayor, y hoy por hoy, no hay equipo de futbol que no cuente con la suya; lo alarmante del caso es que los grupos más radicales parecen fuera de control.
Ha llegado la hora de que las autoridades tomen cartas en el asunto con acciones tangibles y no solamente con discursos cargados de hipocresía. También los medios de comunicación deben jugar un papel fundamental en la erradicación de este flagelo social.
La violencia tiene sus raíces en la sociedad misma y se lleva a los estadios porque en medio de la colectividad el individuo obtiene el aberrante privilegio de la impunidad. Es una cuestión de catarsis colectiva. El futbol es utilizado como un vehículo de desfogue.
De esa manera, el aficionado transformado en fanático conduce hasta el estadio toda su carga de inclinaciones pero también de desilusiones.
La proliferación de las barras ya le arrebató al fútbol mexicano su esencia familiar. Son cada vez más escasas las familias que acuden a los estadios por no correr los riesgos que entrañan asistir a esos eventos.
No debemos ser ingenuos y pensar que esas manifestaciones violentas son espontáneas porque de algún lugar deben salir los recursos para financiar transporte, alimentos y entradas a los estadios; costos que no son menores.
Las directivas del futbol mexicano deben transparentar los recursos que le inyectan a los eufemísticamente llamados “grupos de animación” y señalar a los desadaptados que generan caos y violencia. Son las directivas quienes, se supone, deben tener identificados a los líderes que controlan estas hordas salvajes, porque es a través de estos que se financian a estas barras.

Se debe poner atención de manera urgente para que se erradique la violencia en todos los ámbitos, y el ámbito deportivo no es la excepción. Ya lo decía el escritor brasileño Armando Nogueira que los aficionados al futbol, buscan el fin de semana, en el estadio, la victoria que la vida les niega el resto de los días.
Siempre que sucede un evento violento en los estadios opinamos, sugerimos, criticamos, nos rasgamos las vestiduras, se dice que se va a hacer y no se hace nada. Después se olvida el hecho hasta que se vuelve a dar en otra plaza deportiva. Aún estamos a tiempo de evitar una tragedia de dimensiones mayúsculas.
jose.gomezvalle@gmail.com

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