Ya viene el nuevo gobierno
Juan M. Negrete
No hay plazo que no se llegue, suele decir la conseja popular de manera atinada. Todos montamos planes y programas de acción, a los que les dedicamos la atención pertinente, y los acomodamos en nuestra agenda activa para saldar lo que haya de realizarse. Cada uno sabe a qué le da prioridad y hasta a cuál desecha. Para nadie es pues desconocido este trajín de agendas y calendarios. Y así se nos pasa la vida a todos.
Por supuesto que los asuntos de carácter colectivo han recibido siempre la distinción de prelación. Y es normal que así sea. Los eventos que nos afectan a todos, sea en positivo o en negativo, se llevan la palma de la atención y les damos su inyección de inteligencia, de la que seamos capaces. Se pueden aportar ejemplos de toda laya. Por eso no nos vamos a pelear. Pero por mencionar una parcela cualquiera, en la antigüedad la poesía épica iba por delante en los aprendizajes del colectivo y era la materia prima para los festejos. Antes les solían llamar cívicos, por ligarlos a la etimología latina de ciudad, que se decía civitas… Ahora también les decimos políticos, remontando el aporte lingüístico al concepto griego polis, que se utilizaba para la misma entidad referida.
Los cantos o creaciones épicas contienen pues los asuntos públicos de preferencia y desplazan, sin que nadie lo discuta, a los que se restringen al alcance limitado de lo individual o lo meramente personal. De ahí que todos paremos las orejas y abramos los ojos, como afectados por un despropósito, cuando nos salieron en las últimas décadas los políticos del mundo occidental con la trastada de que lo público debe ser replegado y se le ha de dar preponderancia a lo privado, a lo particular. Por ahí va la pócima del neoliberalismo y parece que aún no la podemos digerir del todo.
¿Cómo que lo social y lo colectivo es mera ficción y que lo que vale y que ha de ocupar nuestra atención preferencial es lo individual, lo privado? ¿Cómo está eso de que los estados deben ser desinflados o, a lo sumo, mantener un mínimo espectro que garantice estas nuevas prioridades que tienden a la singularidad y que no trascienden más allá de las narices de la nueva majestad del cada uno? Como que son discursos o narrativas que brotan de una casa de locos, más que de la enjundia racional a la que nos tenía acostumbrados el buen sentir y el buen pensar civilizado. Pero en fin…
Bajando unos escalones de estas teorías, vengamos a los hechos actuales en los que andamos entretenidos los que hollamos esta parte del planeta que llamamos México. El jueves pasado le extendieron finalmente las autoridades pertinentes su constancia de triunfo electoral a la doctora Claudia Sheinbaum Pardo y la declararon presidenta electa. Es el documento y el acto protocolario del reconocimiento de su triunfo electoral, con lo cual pasará a recibir el bastón de mando para ejercer la titularidad del poder ejecutivo el día primero de octubre y ocupar legalmente tal puesto a lo largo de los siguientes seis años. Es pues un evento o asunto de carácter público, como el que más, y se lleva con toda razón la primicia de las planas noticiosas.
Por supuesto que, detrás de toda esta parafernalia documental y de noticias y reconocimientos, está el acto fundatorio clave de que el día dos de junio pasado nos dimos cita en masa los ciudadanos del país para emitir el sufragio plebiscitario, al que fuimos encajonados. Masivamente le dimos un respaldo del 60% de nuestros votos. Puestos en formato cuantitativo, decimos que casi 36 millones de ciudadanos cruzamos la opción a favor de esta señora dama, de cuyas virtudes y valores se nos dio santo y seña, y avalamos la decisión colectiva o grupal de que sea ella la que ocupe la silla que deja AMLO.
Es pues el relevo de una instancia de poder, de las tres que hemos de realizar, pues se trata del ejercicio de los tres poderes de la república. La transición que siga en el tinglado del poder ejecutivo no presenta sobresalto alguno y, aunque se presentaron por ahí conatos de impugnación, las autoridades competentes para revisar tales demandas las desecharon o descalificaron y dieron paso firme y legal a lo que ahora estamos refiriendo.
Mas no concluyen en este punto los episodios de relevo o sustitución de puestos en disputa. Los del poder legislativo están también por recibir las mismas constancias que les acrediten legalmente el paso a dar. Pero aquí sí que no se ve tan tersa la marcha triunfal que se experimenta en lo del poder ejecutivo. El parlamento mete a la danza de las sustituciones una gruesa de medio millar de curules. Trescientas de ellas se disputaron de manera directa en cada uno de los distritos del país. A estos contendientes se les identifica con el nombre de diputados uninominales. El que haya ganado la contienda se alzará con su constancia de mayoría y a ocupar su curul. Y tantán.
El problema, que ya se volvió frazada con piojos, es el reparto de los otros doscientos, a los que se les denomina con el adjetivo de plurinominales. La oposición perdió la contienda. Lo sabemos todos. Lo vemos en claramente en los resultados electorales. Pero se sacaron de la manga un brete, al que cada día lo tornan más enredoso y que se va conociendo con el título de SOBRE REPRESENTACIÓN. Es el capítulo que sigue y no termina de decirse sobre esto la última palabra. En ésas andamos y nos tiene capturada la atención a todos, tirios y troyanos, ganadores y perdedores. Ya veremos cómo se desata este nudo gordiano. Salud.