¡Bárbaro: diez exhumados en casa…!

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Felipe Cobián Rosales

Si de tiempos idos hace muchísimos se tratara, de los diez cadáveres exhumados en una casa habitada a poca distancia del centro tapatío, se diría que las víctimas fueron asesinadas y enterradas por alguna secta satánica o por el mismo demonio, que no hay explicación, que todo es un misterio.
Pero no. Vivimos en el Siglo XXI en que todo se puede, todo se permite, cuando las manifestaciones de las debilidades humanas, o de los más bajos instintos, han llegado a su máxima y peor de las expresiones.
Ya han ocurrido otros macabros hallazgos en viviendas del área metropolitana, pero no en tal número, y también masacres como la registrada en un velorio al oriente de la ciudad en donde mataron a siete personas. Lo peor es que esto no parece tener límite.
Ahora, en el que al consumo de enervantes se refiere, como la mariguana, no sólo se tolera, sino que se legaliza con “fines lúdicos o recreativos” dizque para bajar los índices de violencia, pero el problema no se resuelve.
Al contrario, el narcotráfico con todo su lastre se ha agravado: las balaceras entre grupos o cárteles, los ajusticiamientos por simples rivalidades, deslealtades y traiciones entre los involucrados; los enfrentamientos con policías y soldados o las manifestaciones públicas de poder en calles y en carreteras por parte de bandas o cárteles, están a la orden del día.
En resumidas cuentas, estos males locales y nacionales, giran en torno a la impunidad –fruto de la grave corrupción—en que nadie sabe nadie supo.
En el caso concreto de los diez exhumados en la finca de Santa Elena, nunca nadie vio algo extraño por ahí, bien porque los malhechores supieron disimular, o bien porque hubo temor de avisar que algo anormal sucedía por ahí.
Cuántas veces no se reporta alguna anomalía, tan grave con ésta, por la sencilla razón de que no hay confianza en la autoridad. El vecino o los vecinos tienen miedo de que aquello que se reporta se les revierta pues nunca falta que alguien conectado con esos grupos, bandas o cárteles, tengan sus “orejas” en los centros de captura de datos de este tipo en alguna de las instituciones que deben brindar seguridad.
Ha sucedido tantas veces que el reporte de algún ciudadano lo conoce primero la parte malhechora o involucrada que la autoridad respectiva para poner un remedio.
Los diez cuerpos encontrados y exhumados en dicha colonia pudieron ser de gente involucrada o no en asuntos del crimen organizado. Pudieron ser simples drogadictos que no tuvieron para pagar sus vicios. Hoy, lo menos que merecen esos muertos son el beneficio de la duda.
Pudieron ser víctimas de asesinatos masivas o individuales, de ajustes de cuentas, de equivocaciones. Cuales hayan sido las circunstancias de su muerte, resulta preocupante, y hasta escandaloso, que sigan ocurriendo estos hechos que se suman a tantos muertos y desaparecidos a quienes muchas familias lloran su muerte o ausencia a lo largo y ancho de México por una estúpida guerra.
¿Cuándo terminará todo esto?
La sociedad no debe quedarse con los brazos cruzados y sólo lamentar que se trata de lastimosos casos y decir que son el signo de los tiempos.

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