Crímenes políticos, culpables y responsables

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Causó conmoción en el país el crimen alevoso perpetrado en la humanidad de Abel Murrieta, candidato a la presidencia municipal de Cajeme, Sonora. El caso conoció difusión inmediata a nivel nacional. La reconstrucción de los hechos permitió saber que el ejecutor disparó a mansalva sobre la víctima y se apartó caminando de la escena del crimen. Un automóvil le esperaba en la esquina. Huyó, sin que se tomaran los datos del automóvil involucrado, que dieran alguna pista a los investigadores para dar con ellos.

Por la noche el presidente del partido de Movimiento Ciudadano, Clemente Castañeda, condenó el crimen como suele hacerse en estos casos. Alzó la voz por la inseguridad que viven los candidatos que andan en campaña. Pero hizo más: responsabilizó del hecho a tres autoridades. El orden de prelación es significativo. El primer señalado resultó AMLO, titular del ejecutivo nacional; la segunda fue la señora Pavlovich, gobernadora de Sonora; tercero, el alcalde de la ciudad de Cajeme, cuyo nombre ni siquiera fue mencionado.

Muchos de los micrófonos, que andan desatados en la palestra de nuestra insufrible grilla, de inmediato se hicieron lenguas soltando de su ronco pecho cuanto les viene en ocurrencia. Marco Cortés del PAN, por ejemplo, le hizo segunda aunque se fue un poquito más lejos. Señaló como culpable a López Obrador. De una vez a la yugular, ha de haber pensado, para ya no estarle dando más vueltas y estar perdiendo tiempo.

En la correspondiente mañanera del siguiente día, Obrador recogió el guante y pontificó sobre el caso. ‘Responsabilidad puede ser que sí se me pueda achacar – dijo -, pero de ahí a que se me tilde de culpable hay buena distancia’. Como la infodemia que nos aturrulla está desatada, de inmediato se formaron dos bandos a deslindar quién pueda tener el peso de la razón de su lado, los que indician al tabasqueño, así, sin más trámites; y los que levantan el dedo para conminar a la sensatez y a la cordura. Las partidas de esta dualidad son muy visibles en el mundo de lo digital, porque en la tele, la radio y la prensa escrita, casi todos le dan validez a la tesis infundada del panista.

Resulta medio complicado esto de tomar partido en casos álgidos como el presente. No es positivo eso de indiciar, mucho menos condenar sin pruebas a algún personaje. Es reacción derivada de nuestros deseos, pero no obedece a fundamentos objetivos. ¿Lo señalamos tan sólo por estar cimentado en las esferas del poder? Podemos traer a colación casos anteriores y mostrar que se trata de una reacción colectiva, sí, pero dictada por cierta ausencia de cordura.

Veamos dos casos paradigmáticos. Hace 28 años la voz popular o fama pública condenó de inmediato a Carlos Salinas de Gortari por el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Es fecha que tal estigma le cuelga del pecho al expediente imaginario del expresidente, para el que se sobreseen las pruebas. Como diría un perito de lógica, refiriéndose a la validez rotunda de las evidencias: ‘se aceptan como verdades porque no necesitan demostración’.

Otro caso, mucho más reciente, lo vimos con la culpabilización en automático del crimen de Ayotzinapa para Enrique Peña Nieto. Ahondó en el público un sentimiento similar de signalización sin pruebas fehacientes. Lo reforzaron la colusión y el tortuguismo de las autoridades para construirle a la opinión nacional una explicación coherente de tan macabro hecho. No vino a ser tan fuerte la descalificación a Peña Nieto, como la construida en el imaginario popular en contra de Salinas. Pero en ambos casos la conducta del público responde a un mismo esquema de culpabilización ‘gratuita’.

Al mirar los formatos con que reaccionan los grillos actuales, puestos y dispuestos a alcanzar curules, con los recursos al calce que les vengan, la comisión de los crímenes escandalosos, cuyas autorías suelen pasar al limbo informático, les calzan al dedo como anillo mandado a hacer. Sólo que tienen enfrente a un hueso duro de roer. El tabasqueño no es de los que guardan un silencio prudente, que se les aconseja siempre a los titulares del poder. De inmediato abre el abanico y cuestiona los dichos que le incomodan. Entra a debate con quien se alza como contrincante y, al final muchas veces ha hecho tragarse los discursos maliciosos a sus autores. Han terminado muchos exhibidos como discursos dictados por meros intereses mezquinos.

El 1° de junio de 2018, en el mercado del mar Higuerillas, dos individuos ajusticiaron a Francisco Cárdenas García, inspector del ayuntamiento de Guadalajara, a cargo entonces de Enrique Alfaro. Se dijo que cobraba cuota por el permiso para operar maquinitas. Era suegro de David Alfaro, hermano del alcalde. Hasta la fecha, ya no se ha ventilado más el asunto. En aquel momento, Alfaro escribió en un tuit: Hoy la violencia alcanzó a mi familia. Hace unas horas el padre de la esposa de mi hermano fue asesinado. Me duele mucho lo que está pasando en Jalisco. Mi pésame y solidaridad con la familia de Angélica.

Alfaro andaba de candidato a gobernador. Su contendiente por el PRI, Miguel Castro Reynoso, le puntualizó la plana por la misma vía: Lamento el dolor por el que pasa tu familia @EnriqueAlfaroR, producto de la violencia que vive Guadalajara. A mí también me duele mucho lo que sucede, la ineficiencia de tu gobierno hizo de la violencia en las calles, algo cotidiano, eres corresponsable de lo que está sucediendo.

¿Alguien sostendría, en su sano juicio, que Enrique Alfaro participó en el plan de desaparecer a su familiar? ¿Siempre nos dará por satanizar al primero que se nos ponga enfrente? No aprendemos.

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