El primer debate Trump vs Biden lo perdió la democracia

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Cuando termina un debate presidencial la primera pregunta que nos hacemos es y, ¿quién ganó? Entonces, ¿qué decimos si no hay un triunfador? El primer debate entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos arrojó sólo damnificados y no ganadores.

Lo que vimos la noche del 29 de septiembre durante hora y media fue el primero de un total de tres ejercicios que se han planteado rumbo a la jornada electoral del 3 de noviembre. Atendimos a un intercambio por demás atropellado, plagado de insultos, imprecisiones, verdades a medias, ataques personales e interrupciones por parte de ambos candidatos pero con un Trump marcadamente beligerante y un Joe Biden que por momentos perdió el control. Sin embargo, más interesante que la forma, es buscar ver el fondo, mejor, el trasfondo del enfrentamiento de la noche del 29 de septiembre en la Universidad Case Western Reserve.

Primero decir que Trump llega al ejercicio con un promedio de 10 puntos porcentuales por debajo de Joe Biden en las preferencias del voto popular estadounidense; con un contexto complicado por las presiones económicas (30 millones de empleos perdidos) y de salud pública originadas por la crisis de la Covid-19 (200 mil fallecimientos por esta epidemia). En lo social, el Presidente Trump llega también a ese primer debate luego de una oleada de protestas contra la violencia racial cuya magnitud ha dado la vuelta al mundo. Sin embargo, también es cierto, que Trump se plantó en Cleveland sin ningún rasguño importante.

Quedaron tan atrás los tiempos del fallido intento de impeachment por parte de los demócratas del cual salió ileso un Trump que buscó capitalizar su discurso- repetido hasta el cansancio – de ser el supuesto blanco de ataque de una conspiración entre medios, demócratas y movimientos de izquierda que quisieron darle un “golpe de Estado”. Dijo repetidamente, “quisieron derrocarme desde que llegué”, “intentaron un coup”. El discurso es grandilocuente y explota la posición de hipotética víctima, pero funciona entre los simpatizantes del magnate.

Del lado del candidato de los Dems, vale mencionar que las interrupciones e interpelaciones constantes fueron llevando al veterano del establishment Joe Biden a un terreno donde Trump se siente cómodo. Uno donde Donald Trump, responde ataques que él mismo pre-fabrica y donde ataca a los demócratas con lugares comunes que hemos escuchado tantas veces. La relevancia de esta estrategia radica en que se escuchó poco acerca de por qué Biden sería la mejor opción para los votantes; las propuestas concretas por parte de ambos bandos estuvieron prácticamente ausentes; Biden perdió la compostura y saltó al terreno del insulto y también malgastó su tiempo respondiendo más las preguntas de Trump que las del moderador. Al final, Joe Biden, nos dio más elementos para no votar por Trump que razones para votar por él mismo.

 

Pero, en medio del caótico enfrentamiento, ¿qué golpes debemos tener en cuenta?

Por un lado, no perdamos de vista que Trump se vio acorralado frente a los cuestionamientos surgidos del extenso reportaje que el New York Times publicó hace unos días sobre los escasos 750 dólares que Trump pagó en impuestos durante 2016 y todo el entramado de dudosas estrategias fiscales que ha usado para terminar pagando menos impuestos que el trabajador promedio estadunidense. Ahí Trump, no atinó más que a decir “todos usan la ley para pagar menos impuestos a menos que sean estúpidos”. Esto indignará a muchos – a los que de por sí ya estaban indignados con Trump- pero también le habrá ganado algunos aplausos secretos por parte del sector empresarial y  las palmas de algunos trabajadores que desde la distancia admiran a Trump por ser un “exitoso” hombre de negocios.

Biden por su lado se anotó un punto al recordarle a Trump que corre el peligro de ser el primer presidente en la historia reciente en dejar la administración con menos empleos de los que heredó de su antecesor. También resaltó adecuadamente su labor en la recuperación económica y la oleada de creación de empleos en la que trabajó con Obama después de la Gran Recesión de 2008, aunque es importante apuntar, que de manera tramposa acusó a Trump de generar una crisis económica en el contexto de la pandemia por SARS-Cov-2, fenómeno que es a todas luces uno de contracción económica mundial.

Trump por su parte asestó un durísimo golpe a Biden cuando le espetó que estuvo a favor de la reforma penal que se introdujo en la era Clinton, misma que criminalizó a los jóvenes afroamericanos con la narrativa de que son “superpredadores”. De manera tramposa y conveniente, Trump olvidó en este tema todo el dinero que invirtió en 1989, en distintos tabloides de la Gran Manzana, pidiendo un castigo ejemplar contra 5 jóvenes afroestadounidenses supuestamente involucrados en un caso de violación contra una joven de 28 años de edad ocurrido en Central Park. Dicho caso fue conocido como el caso de “los 5 de Central Park” y terminó con los jóvenes condenados a prisión. Al cabo de 13 años, y gracias a nuevas evidencias y pruebas de ADN se determinó que los Central Park Five, eran inocentes, pero el daño estaba hecho.

Ya para la administración Clinton la narrativa incendiaria bipartidista había contribuido de manera irreversible a instalar en el imaginario popular la idea de que los jóvenes afrodescendientes son particularmente proclives a cometer crímenes violentos. Los sesgos raciales en la percepción de la criminalidad han tenido efectos profundos que no cabe discutir aquí, lo que no es admisible es que Trump busque librarse de su parte de responsabilidad en todo esto.

Aún más importante, es que no se escape al ojo crítico que el tema de la incitación al odio racial no quedó zanjado con el punto anterior. Lejos de meter el tema en el cajón, el moderador y Biden conminaron a Trump a condenar con la etiqueta de supremacistas blancos a grupos que han incitado a la violencia racial – y de los cuales recibe apoyo-. En lugar de eso Trump dijo, “casi toda la violencia que veo proviene de la izquierda”. Chris Wallace, el moderador del debate precisó “¿está dispuesto a decirle a las milicias – de extrema derecha- que deben retirarse y no aumentar la violencia como la que hemos visto en Portland y Kenosha?” A lo que Trump respondió: “quiero ver paz. Proud Boys, retrocedan y esperen…pero les diré una cosa, alguien tiene que hacer algo con Antifa y la izquierda”.

Stand back and stand by, retrocedan y esperen, es el mensaje que Trump envió a los Proud Boys, una organización de extrema derecha, neofascista y de membresía masculina exclusiva. Esta retórica de ultraderecha que Trump ha estado azuzando es algo de lo que preocupa del debate, y es un dicho que no debe perderse en el ruido del caótico encuentro porque estos dichos ya han tenido consecuencias en las calles, pero fue más allá.

El Presidente en funciones de EEUU, instó a grupos de ultraderecha a observar “de cerca” el proceso electoral. Esgrimió además la posibilidad de no aceptar el resultado por las irregularidades que desde su visión se están gestando en el proceso electoral, y curándose en salud demonizó el voto por correo, tradicionalmente demócrata.

Antier vimos un Trump que está activamente construyendo una narrativa de fraude en un sistema que ha garantizado durante décadas la transferencia pacífica del poder entre demócratas y republicanos. Eso fue lo más peligroso de todo lo que se dijo.

La respuesta de los grupos de ultraderecha no se hizo esperar, de inmediato atestiguamos en redes sociales mensajes de miembros de los PB que respondieron al presidente, “we’re standing by”, estamos esperando.

Al final, dada la pobreza del debate de, ninguno de los candidatos podrá capitalizar lo suficiente el ejercicio, dudo que se hayan movido de su lugar los partidarios de uno y otro bando y se hizo muy poco para desplazar a los indecisos del lugar donde se encuentran, pero centrarnos en esto nos lleva a perder el foco. Lo de antier fue un ejercicio comunicativo contundente hacia las huestes que apoyan a Donald Trump. Ante un eventual fraude, la sentencia fue, movilícense. Y eso, en el país de las barras y las estrellas, donde las estimaciones de posesión de armas de fuego por cada 100 habitantes es de 120.5, es, a sabiendas, echar gasolina al fuego.

Nadie ganó el primer debate. El martes 29 de septiembre, perdieron la sociedad y la democracia estadunidenses.

 

@tzinr

 

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