El trauma de las pensiones

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Afirmamos aquí, en la columna de la semana pasada, que el tema de las pensiones nos iba a dar para muchos recortes de análisis. Y pareciera que traíamos bola de cristal, pues así está sucediendo. Lo primero que se coló o lo que hizo que subiera a la palestra del interés, fue el anuncio del presidente Obrador de que metería el asunto de las pensiones, como tema importante, en las iniciativas que presentará en unos días más. Se supone que aprovechará la coincidencia del aniversario que se celebra por la promulgación de la constitución el cinco de febrero. Pero a la fecha que sea, es tarea que no ha de quedar pendiente.

Ya dijeron los bloques del grupo opositor que le van a batear todas las iniciativas que presente el ejecutivo para su discusión y, en su caso, aprobación. Por tal razón, algunos analistas hablan del asunto como del corrimiento de cortinas de humo para tapar otras cosas, de las que no se querrá en el zócalo que se entere nuestro sufrido y atrabancado pueblo. Y como no va a pasar ninguna de sus propuestas; y como si se diera el caso de que alguna sí fuera aprobada; vendrían contra ellas los recursos de revisión y de amparos… Lo mejor sería entonces que el presidente ni le estuviera moviendo al avispero.

Pero dejemos esto de las especulaciones de las sinrazones y los sinsentidos del trabajo legislativo y también del judicial, en los que cada día que pasa enseñan más el cobre sus operarios. Bien saben que su infame chamba, por cierto más que bien pagada, depende de que pasen la prueba de nuestros sufragios. O sea que son trabajadores eventuales nuestros; y que si nos ponemos las pilas con un número suficiente, los podemos poner patitas en la calle. Pero ni así se componen. ¿Qué le vamos a hacer?

Pero retomemos las consideraciones de fondo sobre el asunto de las pensiones. De las muchas prestaciones por las que se mueve la dinámica de la voluntad popular, entre las reivindicaciones por las que pugnó nuestra revolución pasada vino a ser esto de la seguridad social. O sea, que hubiera para todos aplicable un renglón de atención médica para cuando nos enfermemos; y dentro del diapasón de estos beneficios, lo de una renta digna para la etapa de la senilidad o para la incapacidad por motivos laborales ocupó renglón preponderante.

De antiguo se buscaba paliar dentro de las familias este renglón delicado. Las familias antiguas se esmeraban en convertirse en un santuario para los desvalidos. Estos vienen siendo en primer lugar los niños, que nos llegan al mundo desnudos y sin capacidad de valerse por sí mismos. Otro grupo, no tan numeroso, pero sí presente, era el de algún miembro de la familia que no las trajera todas consigo. Y finalmente venía el grupo senil, el de los abuelitos. Ellos ya habían cubierto su etapa productiva plena y pasaban a la situación de retiro.

Las viejas familias siempre le tenían un lugar de atención asegurada a los viejos de la casa. Chochos o lentos, éstos eran parte del paisaje familiar. Hasta se componían frases que retrataban el cuadro: Nunca está de más un viejo, por mucho atole que beba. O aquel otro dicho sobre ellos, que afirmaba que no había danza sin viejito. Pero todo esto ya es un romántico recuadro del pasado. Y por supuesto que hubo cuadros dolorosos en los que la ingratitud de las familias con sus ancestros cebaba su sadismo. Así eran de antiguo las cosas.

Para superar estas irregularidades, sabemos que el estado de bienestar que surgió tras el triunfo de la revolución armada nuestra, vino la creación tanto del IMSS como del ISSSTE. Ya sabemos que de estos institutos depende un cuadro integral de atención para todos. La gran desgracia bien conocida también por todos es que resultaron una cuerda que no ajusta. Nunca ha podido rebasar su atención más arriba de la mitad de nuestra población. Se restringe al segmento de los trabajadores bien registrados o formales. Y toda la informalidad laboral se ha quedado fuera de dicho espectro.

Como haya sido, en ambos institutos se constituyó un renglón pensionario, que venía a ser una bolsa de ahorro común de todos los trabajadores en activo. Al salario de cada uno se le pellizcaba un porcentaje determinado para inflar dicha bolsa. Y cuando los que cumplían la edad para el retiro llegaban a tal término, se les asignaba una partida de esta bolsa común de ahorros. Se le denominaba como una dinámica solidaria.

Pero nos llegaron al gobierno los neoliberales. Con una voracidad nunca vista se pusieron a desmantelar todo renglón de productividad comunitaria y se llevaron el santito y las limosnas a las bolsas privadas. Ensayaron a privatizar todos los fondos que les fue posible, o que iban descubriendo. Por supuesto que descubrieron las bolsas de ahorro solidario que había en el IMSS y en el ISSSTE y se las llevaron. ¡Qué iban a respetar! Inventaron un lema que dizque para mejorar el renglón. O modernizarlo. Así fue como se sacaron de la manga las famosas Afores y pasaron los dineros acumulados en las cajas de ahorros para el retiro a la administración de los bancos.

La modalidad pervertida que aplicaron, y es lo que está saliendo a flote por los días que corren, consiste en que por muy bien que pensionen a un trabajador, la suma no pasa de más allá del 50% del salario que mantenía el trabajador en activo. Si esto no es una injusticia, ya no sabremos cuál más podrá serlo. Con la llegada de los neoliberales al renglón pensionario se volvió realidad, la broma que la población hacía de las siglas de aquellas dos señeras instituciones de seguridad. El IMSS se convirtió en: Importa Madre Su Salud. Y el ISSSTE: Imposible Solicitar Servicio, Sólo Tramitamos Entierros. Luego le seguimos.

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