El vendedor

El Vendedor.

Alfonszo Rubio Delgado

En la plaza vacía nada vendía el vendedor y, aunque nadie compraba, no se apagaba nunca su voz“.  Fragmento de una canción española que me hizo recordar a un español muy estimado. Me refiero al gran maestro, Luis Casar Gómez.

Al principio, y un tanto espectantes, quienes fuimos sus alumnos, vimos enorme a don Luis. Y a medida que pasaron los años quedamos convencidos de su sapiencia. Conocimiento profundo y preciso sobre la filosofía occidental. Disciplinado quizás en exceso. Al grado de contradecir muy poco a los filósofos occidentales.

Ahora bien, don Luis, confiaba demasiado en las generaciones posteriores. Sin ser impositivo, tomaba como su base ideológica, la filosofía de Ortega y Gasset. Con su estilo propio y seguridad personal, expresaba sus clases. Quienes le escuchamos al principio, pensamos que aquel hombre tenía toda la razón. Aunque, junto a Descartes, nos enseñó a dudar. Nos ilusionó.

Su frase favorita: “A la filosofía no sólo hay que violarla, hay que hacerle un hijo“. Aclarando que aquella la tomó del músico Stravinsky. Y la aplicó a la filosofía: “A Euterpe, la musa de la música, no solo hay que violarla, hay que hacerle un hijo“. Con aquello, nos hizo pensar en la gran posibilidad. Nos contagió con la idea de que, con nuestras ideas, podíamos crear un sistema. Podíamos alcanzar el Olimpo y tutear en su momento a las divinidades.

Un vendedor de sueños. Un hacedor de ilusiones. Mismo que en una plaza vacia nada vendía. Alguien a quien nunca se le apagaba la voz. Lo primero no lo decidía aquel. La plaza estaba llena, sólo si se aprovechaba lo que el vendedor vendía. Con su mercancía de sueños de esperanzas y pasiones. Sólo aquel preparado para escuchar el llamado lo podía asimilar.

Seguro que la voz de don Luis no clamó en el desierto. Hubimos quienes lo escuchamos. Y “nos la creímos”. Y poniéndole sabor mexicano a aquel asunto retamos a la filosofía europea. A don Luis, con nosotros, le ocurrió lo que al zapatero de Gabilondo. “Pobre zapatero, ya no puede trabajar, porque a sus zapatos les dió por bailar“.

Descanse en paz uno de nuestros cómplices filosóficos. Uno de quienes nos desataron las amarras. Y con su magia nos hicieron cobrar vida. “¡Suerte matador!”.

¡Saludos amig@s!

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