Filosofando: No es pleito de comadres

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Sábado 07 de octubre de 2023.- Desde el primer día en que fue instalada como presidenta de la SCJN, la señora Norma Piña desató hostilidades con el titular del poder ejecutivo. Antecedieron dos pugnas de esta tensión. La primera fue la negativa de que al ministro X se le ampliara el período de su presidencia. Por consecuencia, se procedió a su remoción. La otra pugna consistió en entrambulicarle el paso a la ministra Jazmín Esquivel, para evitar que supliera a Alcántara. Se le ensució su imagen profesional, difundiendo que había plagiado su tesis de la licenciatura en derecho que cursó en la UNAM. Fue una campaña insidiosa y masiva. Y logró su objetivo. La ministra ni siquiera apareció en la lista de los elegibles a presidir el pleno de la Corte.

En una de las primeras apariciones en público, en las que estuvieron presentes representantes de los tres poderes, a la hora de pasar lista, la señora Piña ni siquiera se levantó de su asiento, como lo marcan los protocolos. Estas cortesías se toman como deferencias entre poderes. Pero como había que levantarse ante la presencia de AMLO, la señora juzgó que estaban de igual a igual y que podía pasarse por el arco de triunfo el protocolo, para no conceder en tal frivolidad a su rival en poderes.

Como transitamos por un sistema político y electoral, en el que por más de un siglo se convirtió en predominante la figura presidencial, casi todos vemos como natural o atinado esto de guardar las formas ante el poder supremo. Y lo estamos diciendo mal, guiados en la equivocación por esta atávica costumbre. El titular del poder ejecutivo o presidente no es el mero mero mandón. Tampoco es el poder supremo, como lo acabamos de asentar líneas arriba. Según los paramentos escritos de nuestra carta fundamental, el presidente es el primer mandatario. Y así habríamos de entenderlo.

Un mandatario es un mandadero, llevado el término al sentido que se le da en el lenguaje coloquial. Y los mandaderos son empleados, son criados pues. Poniendo los puntos sobre las íes de estas ordenanzas, el primer mandatario, o séase AMLO, vendría a ser nuestro primer gato. De Angora o no, pero gato al final de cuentas. Es lo que se leía en las proclamas del insurgente Morelos, uno de los padres de la patria: ver en el presidente al primer siervo de la nación. Y tal imagen, en lugar de humillarles, les exaltaría.

Pero en los hechos, esta imagen idílica de los servidores públicos está totalmente desfigurada y volteada. Aunque el papel no lo legitime, a nuestros próceres ejecutivos les circundamos y doblamos la cerviz ante su presencia, cual si fueran los monarcas del tapanco. Sus dictámenes son inapelables y no genera buena vibra el levantarles la voz, mucho menos la mano. Acciones de este tipo resultarían un sacrilegio dentro de la conducta concreta que ha derivado de nuestras deformaciones y que se ha incrustado en nuestra idiosincrasia colectiva. Así andamos de deformados.

Lo curioso venía a ser entonces que, aunque en el papel, el gobierno establecido era un monstruo trifronte o tricélafo, ocupando el poder legislativo y el judicial las otras dos caras que completaban al ejecutivo, en los hechos ni los legisladores ni los jueces contravenían la línea o la consigna que se les señalara desde aquel poder. El ejecutivo era la voz cantante y los dos restantes le llevaban la solfa. Y ya nos tenían acostumbrados a ello.

De manera que, en el congreso de la unión, por ejemplo, era inimaginable que alguna iniciativa presidencial fuese rechazada. A lo sumo podría ser completada o ampliada. Pero modificarla o devolverla, ni en sueños. De esto tendríamos demasiados ejemplos para referir, pero son harto conocidos. Así que bien podemos ahorrárnoslos por hoy.

Lo mismo ocurría con los dictámenes de los guardianes de la constitución, los ministros de justicia, que debían velar por que el desempeño de los otros dos poderes se atuviera estrictamente a las normas aprobadas en la carta magna. Por supuesto que expedían amparos cuando las atribuciones de los mandones se extralimitaban en sus funciones y podrían derivar en detrimento de los ciudadanos quejosos. O bien aturrullaban sus laudos para que el buen sentido de la interpretación de la ley le diera continuidad razonable y comprensible a la observancia de lo mandatado.

¡Ah, pero en todo hay excesos y donde quiera se cuecen habas! Empezamos a ver ciertas disparidades, y no de ahora, en donde los delincuentes confesos o cogidos infraganti, son declarados inocentes. Vemos la disparidad de que, como en el caso de García Luna, los jueces gringos lo encuentran culpable y lo someten a la criba de la ley, pero los de aquí le retiran la orden de aprehensión y hasta le devuelven a sus familiares los bienes incautados por sus fechorías. ¿Fueron bienes robados o no? ¿Es culpable allá e inocente aquí? ¿O cómo está esto, que ya se nos hizo bolas el engrudo?

Entonces ¿tiene o no sentido la proclama que se lanza desde el poder ejecutivo, para que el poder judicial sea sometido a escrutinio y que se someta su origen de una vez por todas, para que sus nombramientos dependan del veredicto de las urnas, como ocurre con quienes se integran a los otros poderes? Es la propuesta central que se nos viene para los próximos comicios, ya en puerta. En tales vericuetos vamos a andar.

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