Hoy podrían rebasarse 25 mil muertes

Empiezo por confesar, a quien se tome la molestia de leerme, que por más esfuerzos que hice para sustraerme del tema del coronavirus, no pude, pues la pandemia Covid-19 está aquí, efervescente en todas las actividades de la vida del país. muertes

Es tema recurrente porque está más que presente en la economía, la educación, la religión –cualquiera que sea— y, claro, en la política, en tanto la famosa curva ni se detiene ni se dobla: sigue en ascenso constante.

Los contagios a diario en las últimas semanas oscilan entre los 5 mil y los 6 mil y suman ya cerca de 97 mil, y las muertes se multiplican, tanto que hoy mismo podrían llegar, incluso rebasar, los 25 mil víctimas y más de 200 mil contagios. Esto sin multiplicar por 10 unos y otros, como el propio Hugo López-Gatell Ramírez lo ha dicho en repetidas ocasiones, si se toman aquellos casos que no son contabilizados o están dudosos.

Apenas a principios de mayo el mismo responsable de combatir la pandemia calculó que los muertos podrían llegar a 6 mil o un poco más. Poco después, fue subiendo la cantidad y, cuando no hace mucho sintió la lumbre en los aparejos, cuando la realidad lo amenazaba, aseveró que la cifra podría llegar hasta los 25 mil, y ese día ya llegó, en tanto los contagios avanzan y los enfermos saturan ya algunos hospitales.

Todo por no haber controlado a tiempo la situación. Y vaya que hubo tiempo desde enero. Pasó febrero y nada se hizo. Primero, no se dio información masiva a la sociedad de lo que podría suceder por la intensa movilidad humana si no se tomaban tales y cuales medidas. Eso por un lado. Por el otro, no se cerraron fronteras o, al menos, se controlaban los accesos con tomas de temperatura o cuarentenas –y lo dijimos aquí mismo entonces—; tampoco se que controlaron o se cerrar puertos aéreos y marítimos para detectar posibles contagiados.

Semanas antes de que el gobierno federal diera algunas orientaciones sobre aseo personal, sana distancia y aislamiento, los primeros en hablar de no saludos de mano, de uso de tapabocas o mascarillas y de quedarse en casa, fueron algunas organizaciones privadas, iglesias y medios de comunicación. Hasta entonces, el gobierno federal seguía inmóvil al respecto. Eso quedó anotado en este espacio en febrero. Por aquellos días, la prensa extranjera acusó a López-Gatell de haber vendido, y casi regalado a China, aditamentos preventivos que luego harían mucha falta en los hospitales nacionales. En tanto, el propio doctor aseguraba que AMLO era prácticamente inmune al contagio.

Eso sí, el propio Presidente de la República dijo muchas veces que estaban bien preparados y luego resultó que no. Y fue también el mismo Andrés Manuel López Obrador que hablaba mucho de seguir activos, de andar por todos lados, de no parar la economía, de salir a la calle, contrario a lo que era ya del dominio público, de guarecerse.

En seguida sacó de su bolsillo y su cartera todo un relicario de objetos: estampitas religiosas y hasta amuletos para detener la pandemia y conjurar así el mal.

Cuando los semáforos se pusieron en rojo por la creciente ola de contagios y muertes, aceptó, ante el consejo de sus científicos, de quedarse quieto, no hacer giras durante algunas semanas y se recluyó en Palacio Nacional

Después se anunció, a partir del primero de junio,  una “nueva normalidad” que no era otra cosa que empezar a abrir el comercio y la industria no esencial al arrancar junio, precisamente cuando los contagios y muertes acababan de acelerarse. A los días, de la noche a la mañana, el famoso semáforo en rojo pasó a naranja y el presidente emprendió de nuevo sus giras, cansado ya de permanecer quieto en la Ciudad de México.

En ese inter se le ocurre un decálogo para exorcisar la pandemia:  “Andar siempre optimistas, de buen ánimo; dar la espalda al egoísmo, no al consumismo; gozar el cielo, el aire y el sol; tener ideales elevados; buscar utopías y ser buenos para estar felices.

Hasta ahora, nada de eso parece haber funcionado porque el Covid-19 sigue avante, contagiando y matando gente y nadie sabe cuándo ni cómo va a terminar todo esto.

No es casualidad que esto esté pasando en México por la incredulidad del presidente hacia el virus, como sucede en Estados Unidos y Brasil, en donde ni Trump ni Bolsonaro están convencidos de lo que ocurre con el SARS-2- CoV-2.

¿Hay esperanzas de que recapaciten estos mandatarios para poder contener la expansión de los contagios o, como ya adelantó López-Gatell, de que esto va para uno o dos años más?

Pero no sólo los gobernantes tienen la culpa. También la tiene el pueblo, la tenemos todos si no nos cuidamos. Eso es lo que está pasando en todo el país con la famosa apertura.

En tanto, mucha gente –parece– seguirá aislada en casa por tiempo indefinido.

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