México: ¿Qué tanto hemos crecido? ¿Qué tanto hemos cambiado?

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méxico Cuando la paz porfiriana aún reinaba aunque le quedaba ya muy poco tiempo porque la inconformidad generalizada había crecido tanto que en cuestión de meses Francisco I. Madero llamaría a la insurrección, el periodista estadounidense John Kenneth Turner escribía en 1909:

“¿Qué es México? Los norteamericanos comúnmente llaman a México ‘nuestra república hermana’. La mayoría de nosotros la describimos vagamente como una república muy parecida a la nuestra, habitada por gente un poco diferente en temperamento, un poco más pobre y un poco menos adelantada, pero que disfruta de la protección de leyes republicanas: un pueblo libre  en el sentido en que nosotros somos libres.

“Algunos que hemos visto el país a través de la ventanilla del tren, o que lo hemos observado un poco en las minas o haciendas, describimos esta tierra al sur del río Bravo como regida por un paternalismo benevolente, en el que un hombre grande y bueno todo lo ordena bien para su tonto pero adorado pueblo.

“Yo encontré que México no era ninguna de esas cosas. Descubrí que el verdadero México es un país con una Constitución y leyes escritas tan justas en general y democráticas como las nuestras; pero donde ni la Constitución ni las leyes se cumplen…”.

Las explicaciones sobran. La situación de entonces parece ser la misma no de ahora, sino desde entonces: durante el México revolucionario y post; luego en el curso de los generalatos, con asonadas, muertes y golpes de frente y bajo la mesa y, finalmente, en el curso de las siete décadas del PRI (“la dictadura perfecta” (Mario Vargas Llosa, dixit), siguieron, en lo general, las mismas tendencias el autoritarismo y el paternalista igual que en el porfiriato. La revolución, que tuvo una causa más que justificada, terminó siendo para los protagonistas, la rebatinga en buena medida, el te arrebato el poder para ponerme yo, mis cuates y mis compadres para que todo siga igual… Con algunos avances, por supuesto, pero al final, gobiernos heredados del presidente en turno a su escogido y la toma y daca de poder por dinero y corrupción.

El influyente reportero Turner, autor de México Bárbaro y colaborador de distintos diarios norteamericanos de aquella época, escribió además en un memorable reportaje sobre el esclavismo en las haciendas henqueneras repartidas en medio centenar de ricos que eran los dueños de todo Yucatán y donde el exgobernador Olegario Molina ─porfirista, por supuesto─, disponía de 6 millones de hectáreas  y de centenares de miles de esclavos yaquis, coreanos e indígenas mayas mal alimentados y trabajando de madrugada a más allá del anochecer.

México es un país sin libertad política, sin libertad de palabra, sin prensa libre, sin elecciones libres, sin sistema judicial, sin partidos políticos, sin ninguna de nuestras queridas garantías individuales, sin libertad para conseguir la felicidad. Es una tierra donde durante más de una generación no ha habido lucha electoral para ocupar la Presidencia; donde el Poder Ejecutivo lo gobierna todo por medio de un ejército permanente; donde los puestos políticos se venden a precios fijos. Encontré que México es una tierra donde la gente es pobre porque no tiene derechos; donde el peonaje  es común para las grandes masas y donde existe esclavitud efectiva para cientos de miles de hombres. Finalmente encontré que el pueblo no adora a su Presidente; que la marea de la oposición hasta ahora contenida y mantenida a raya por el ejército y la policía secreta, llegará pronto a rebasar este muro de contención. Los mexicanos de todas las clases y filiaciones se hallan acordes en que su país está a punto de iniciar una revolución en tiempo de Díaz, puesto que éste ya es anciano y se espera que muera pronto, sí una revolución después de Díaz”.

En referencia al párrafo anterior, vale recordar cuánto tiempo el Revolucionario Institucional gobernó a su antojo y autoritariamente un país sin mayor asomo de libertad de prensa o controlada mediante dos vías: el soborno a medios y periodistas y el control del papel periódico a través del monopolio estatal Productora e Importadora de Papel, SA (PIPSA). Y en el mundo de las telecomunicaciones, radio y televisión, la sujeción de los dueños mediante concesiones graciosas –práctica que persiste: te doy permisos pero no son de tu propiedad y tienes que sujetarse a esto, esto y esto, al te pago o te doy concesiones para que no me pegues–. ¿Cuánto tiempo el tricolor no gobernó sin oposición, sin elecciones libres y sin un sistema judicial imparcial, incorruptible e independiente del Ejecutivo. Finalmente, ¿cuánto tiempo no hubo plena libertad individual y cuántas décadas no estaban los puestos sujetos al mejor postor?

El paso de los panistas por el poder no dejó mucha huella haciendo lo contrario, aunque sí se consolidó un tanto la libre expresión y, poco antes, en el ejercicio de Ernesto Zedillo, el último de los herederos del revolucionario, nació un instituto electoral que, si no perfecto sí más cerca de lo deseado y que ahora, se nueva cuenta se pretende someter al control central, pese a ser el que dio paso a un gobierno que se identifica con la izquierda y lleva ahora a cabo la Cuarta Transformación. Pero falta todavía mucho, o quizás no tanto, por saber  adónde realmente llegará y si habrá cambios irreversibles como lo promete el Presidente.

Ahora que estamos a un mes de conmemorar los 101 años de haber llegado al fin de la Revolución Mexicana convocada por Francisco I. Madero el 20 de noviembre de 1910 para derrocar a Porfirio Díaz y que oficialmente terminó la revuelta diez años después, cabe preguntarnos: ¿Qué tanto ha cambiado el país en estos largos cien años? ¿Ya estamos consolidados en lo democrático, en lo económico y en lo social?

Si echamos un vistazo, veremos que se ha avanzado, aunque no lo suficiente ni al ritmo de otros países en el mundo. El atraso y la dependencia tecnológica depende del exterior. Seguimos a la zaga en esta materia. ¡Vaya!, ni siquiera motores con marcas propias se pueden fabrica en México por un acuerdo aceptado hace años por el gobierno mexicano.

En otro orden, la pobreza alcanza, desdichadamente, los 60 millones de mexicanos. Muchísimos sin lo mínimo para sobrevivir y la expulsión de braceros continúa.

Muchas leyes, y la Constitución misma, no se cumplen y hay, por otro lado, intentos de regresar al paternalismo que todo lo provee y espera respuesta favorable en las urnas. Así no puede haber desarrollo ni riqueza distributiva. “¡Pobre México…!”, todavía.

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