La colaboración de la semana pasada (Outsourcing, o la subcontratación) parece haber recibido buena difusión entre quienes siguen las reflexiones que vertimos en nuestra revista Partidero. Quisimos darle un contexto histórico al adefesio de relación laboral que padece la PEA (población económicamente activa) presente. Algunos amables lectores nos hicieron llegar observaciones sobre faltantes de dolencias colaterales en lo expuesto: por ejemplo, la corrupción sindical, el magro nivel del poder adquisitivo de los salarios.
Tienen razón. Pero se quedaron cortos. No son las únicas lacras por señalar para curar. Si vamos a revisar más a fondo el espectro de lo señalado, habrá que ponerle puntos a muchas íes. Son demasiadas las parcelas de injusticia que confrontamos y que hemos de sanear si es que queremos volver a poner sobre sus pies nuestra economía, tan golpeada y deformada, sino la misma convivencia, el discurrir cotidiano, que cada día se nos descompone más y más, al grado de volvernos irreconocibles. Vayamos por partes pues.
La tragedia presente inició cuando quienes dirigen nuestro accionar económico decidieron cambiar el funcionamiento de la llamada economía mixta por el modelo neoliberal. La economía mixta se atiene a los parámetros de la propuesta keynesiana, en donde, dicho en términos muy superficiales, la iniciativa privada actúa con toda la manga ancha del mundo, pero tiene a su lado como tutor a un estado también productor y empleador. Trabajan de consuno ambos sectores, de manera que cuando a los empresarios privados se les atora la carreta, entra el estado productor al quite y corrige los sectores que se enfermaron o anquilosaron o definitivamente se paralizaron.
Fue el formato de nuestra economía nacional desde el sexenio del Tata, Lázaro Cárdenas, hasta la década de los setenta. Sería muy prolijo ponerse a detallar en particular los renglones de dicho período y sus especificidades. Baste decir ahora, para los fines que pretendemos esclarecer, que la correlación de lo que se obtenía como ganancia acumulada se repartía entregando un 60% al capital y el otro 40% a los trabajadores.
El formato neoliberal empezó a ser impulsado en nuestra economía a partir del sexenio de Miguel de la Madrid, quien ascendió al poder ejecutivo en 1982. Los que saben nos dicen que se nos impuso dicho modelo por órdenes tanto del banco mundial (BM), como del fondo monetario internacional (FMI). Descontrolaron estos gestores nuestra deuda pública de tal manera que cada vez nos veíamos más en la dura situación de no estar en capacidad de cubrir las obligaciones generadas por sus intereses. Aparte de ello, visto desde el esquema de la geopolítica, en GB había ascendido al control de mandos doña Margaret Tatcher y en USA, Ronald Reagan, paladines de este modelo privatizador a ultranza que es el neoliberalismo. Llegaron dispuestos a imponerlo en todas sus áreas de influencia, que es el occidente. Nuestra islita económica no les sirvió ni para un taco y se la cenaron.
Tras cuarenta años de imposición descarnada y desenfrenada, pueden pintarse el resultado global que retrata de cuerpo entero la estructura de nuestra economía presente. El 80% de la renta producida se lo llevan los dueños del capital y los trabajadores tienen que conformarse con repartirse el 20% restante. Si a algo hay que llamarle desigualdad, no sé si pueda otro renglón disputarle a éste la estafeta. El índice de Gini mide la desigualdad que hemos alcanzado tras estos cuarenta años de belleza neoliberal a ultranza. Lo menos que podemos hacer es calificar a estos niveles como completamente alejados de toda vida digna, para los trabajadores por supuesto. Somos un caso vergonzoso a escala mundial.
Para llegar a la capitulación de la trinchera laboral, no hemos de ahorrarnos pintura de tropelía alguna. No hubo aquí una alianza entre los hombres que traían desbordada la voracidad de la acumulación y nuestros gobernantes. Los ladrones desbocados se impusieron a los gobernantes y les convirtieron en sus títeres, en sus tristes gatos. Esa metamorfosis nos llevó a todos los trabajadores entre las patas. La Real Politik, como llaman los alemanes al pragmatismo concreto, consistió en que todas las esferas del poder se pusieron a disposición de los dueños del capital. Ya puestos en conjunción, todos los renglones económicos del país terminaron en manos de la impoluta iniciativa privada que padecemos. Y así hay todavía ingenuos que suponen que estos corsarios (aunque ellos a sí mismos se califican de ‘empresarios’) son útiles e indispensables para que no se nos derrumbe el edificio productivo. Hay que señalar también el grado de cinismo de los que ascienden al poder pues suponen que nos hacen el favor de gobernarnos.
Cuanto truco se les ocurrió lo pusieron en el tapete de las decisiones. Desmantelaron todas las empresas llamadas paraestatales y se quedaron con ellas. Corrompieron a cuanto sindicato tuvieron enfrente. Abarataron el salario hasta dejarlo infumable. Operaron para que la informalidad, de la que no deriva ninguna prestación social, se apoderara del espectro del trabajo. Y a la formalidad le metieron la llave maestra del outsourcing, que viene a ser el tiro de gracia, como ya lo dibujamos. En fin, los neoliberales mexicanos les dijeron a sus colegas de los países desarrollados: “Háganse a un lado, que ahí les vamos. Ustedes, ante nosotros, no son más que tristes aprendices de brujos”. Todavía hay mucho por escarbarle al tema. Ya le seguiremos.