¿Quién marcha y qué viene después?

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Eduardo Jorge González Yáñez*

 

Han pasado casi dos semanas desde las manifestaciones que reunieron a decenas de miles de mujeres en las calles de las principales ciudades de la república, en ocasión del Día Internacional de la Mujer; dos semanas también del paro nacional del 09 de marzo. La prensa habló de hasta 80 mil asistentes a la marcha en la Ciudad de México y 35 mil en Guadalajara, para luego desaparecer completamente del espacio público. Con una admirable capacidad de organización y poder de agencia, arrebatada a la mala desde tiempos inmemoriales, abrumadores contingentes mostraron, al estilo de imponentes e inmensas jacarandas, la incontenible rabia que a las mujeres mexicanas les han refrenado siglos de opresión heterosexista, y que ahora no solo aparece justificada —síntoma de los gravísimos niveles de violencia que como sociedad hemos alcanzado—, sino que se antepone a las amenazas de ataques violentos contra las manifestantes y se erige como elemento fundamental para la acción política feminista, pues en tanto se hace consciente y se canaliza, la rabia se convierte en un instrumento social inigualable para señalar las injusticias de las que son objeto.

Algo de eso es lo que le preocupa a la antropóloga feminista Marta Lamas, al preguntarse: ¿cómo encauzar el dolor, la indignación y el hartazgo a la construcción de una propuesta política? ¿Cómo aprovechar esa maravillosa energía? Al respecto, la exdirectora del Grupo de Información sobre Reproducción Elegida (GIRE), Regina Tamés, ha planteado que es preciso no perder el impulso y seguir empujando, pacientemente, desde los espacios conquistados por los movimientos sociales de las mujeres, para generar cambios estructurales a largo plazo en la sociedad y en la cultura. Es esto último lo que a mí me inquieta.

En los días previos a las manifestaciones del 08 de marzo —o cualquier marcha feminista, para el caso— pulularon las voces indignadas de indignados hombres en reclamo de su derecho a manifestarse junto a los colectivos de mujeres que han asumido carácter separatista y cierran filas para enviar un mensaje fuerte y claro que no admite ni necesita hombres. A mi parecer, ese derecho lo hemos perdido; y a pesar de que indudablemente existan hombres que razones tienen para manifestarse, la estructura separatista de las marchas es muy valiosa. En términos marxistas, los contingentes conformados exclusivamente por mujeres tienen una capacidad incomparable de consolidar una especie de conciencia de género y crear sororidad, forjando alianzas entre distintas clases de mujeres a través de aquello que las asemeja. Hablamos de un fenómeno indispensable para enfrentar la violencia de género al unísono de una sola unidad social femenina, a la que, sin lugar a dudas, le corresponde por fin el protagonismo político.

Para quien todavía no puede entenderlo, y para no herir la susceptibilidad de las masculinidades frágiles que no conciben un movimiento sin su presencia, se han abierto espacios para contingentes mixtos. Sobre eso, el debate es complejo: ¿debemos los hombres marchar con las mujeres? ¿Estamos legitimados para hacerlo? ¿Es suficiente entender intelectualmente el problema para comprenderlo genuinamente? ¿Se necesita vivir la violencia de género para luchar por detenerla? ¿Es adecuado robarnos el protagonismo político del que he hablado? Si no nos toca marchar, ¿qué nos toca? Eso nos regresa al planteamiento de Regina Tamés.

En la era neoliberal, que nos bombardea con información por todos los medios que encuentra, lo que sucedió la semana pasada es asunto pasado. Carpetazo y lo que sigue. Sin embargo, en un tema tan serio, eso es algo que no podemos permitir: es imperante la necesidad de aprovechar el impulso del que habla Tamés, tan fuerte y tan lleno de poder; y en mi opinión, en lugar de discutir acerca de si podemos o no marchar con ellas, urge escucharlas. Ceder el micrófono. Ayudar a encausar esta energía para mover la maquinaria social y agilizar los cambios. Si nos enfrentamos ante los gritos que demandan un alto inmediato a la violencia en razón de género —y a la violencia en general—, valdría la pena, entonces, nunca dejar de indagar en las maneras en las que de ella somos partícipes. Y para eso no se necesita ser feminista; ni siquiera ser aliado. Al respecto, la profesora feminista del ITAM, Lucía Melgar, ha hecho un análisis muy interesante en su colaboración al número 2262 de la revista Proceso, donde, entre otras cosas, sostiene que más que aliarse al feminismo, los hombres podríamos asumir como propia la lucha por la igualdad y actuar en consecuencia.

No perdamos de vista el foco central del debate y no dejemos que de nuestras manos se vaya esta oportunidad. La marcha es de las mujeres; la responsabilidad, de toda la ciudadanía.

 

Foto: SOPA Images

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