Los golpes de Estado: la histórica sinrazón latinoamericana

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El Rincón de Clío

Criterios

 

Lejos de ser una perogrullada, cuando la afirmación de que quienes no conocen su historia están condenados a repetirla, se vuelve una pesada realidad de la que no queremos aprender en nuestra América Latina. Más de cien años de golpes de Estado y dictaduras “perfectas” e “imperfectas” no han sido suficientes para entender que el mejor camino que podemos andar es la democracia. Por mucho, la democracia es la mejor forma que hemos inventado para vivir en sociedad, y contrario a ello, la peor forma de coexistir es bajo una dictadura o gobiernos emanados de golpes de Estado. Es así, por la arista que se le quiera mirar.

El fin de semana se consumó el golpe de Estado al gobierno del presidente de Bolivia, Evo Morales. De nueva cuenta, la apuesta para gobernar Latinoamérica es el verde olivo con las bayonetas como su principal instrumento. Los poderes económicos, políticos y de los medios de comunicación, con el maridaje de las fuerzas armadas y policiacas orquestaron el golpe de Estado, aprovechando el error político de Evo Morales, quien buscada evitar una segunda vuelta electoral.

Sobre la mesa tenemos tres sucesos que conforman el proceso del fin de semana. Por un lado, se encuentran los resultados electorales de la jornada del 20 de octubre, donde Evo Morales obtuvo el triunfo, pero no con la suficiente ventaja para evitar ir a la segunda vuelta. El segundo aspecto, es el error político del expresidente para acomodar los resultados de las urnas y querer vender la idea de que su victoria era tan amplia que no aplicaba la segunda vuelta. El tercer aspecto, es la exigencia de las fuerzas armadas, cuyo jefe es Williams Kaliman, y la policía, encabezada por Vladimir Yuri Calderón, para que Evo Morales abandonara el gobierno, justificando el golpe de Estado por un supuesto fraude electoral contra Carlos Mesa.

De las movilizaciones sociales se pasó al golpe de Estado. Desde el 2006 se buscó el derrocamiento de Morales. No es la primera vez que veíamos manifestaciones en contra de su gobierno por enfrentar a la oligarquía, aunque lograra avanzar en el combate a la pobreza, y consiguiera un crecimiento económico del 6% anual. Al final del día, una parte de la sociedad apoyada por los militares obligó a renunciar al presidente constitucional, así como a todos los funcionarios en la línea de sucesión: el vicepresidente Álvaro García Linera; la jefa del Senado, Adriana Salvatierra y el líder de la Cámara de Diputados, Víctor Borda.

Evidentemente, el plan era ese. No les importó que el mismo fin de semana Evo Morales hubiese aceptado realizar nuevamente elecciones, como lo sugería la Organización de Estados Americanos (OEA). La razón es clara: la única opción que la oposición aceptaría era la renuncia del mandatario.

Sin duda, ante la traición de las fuerzas armadas y la posibilidad de un derramamiento de sangre de sus simpatizantes, Evo Morales no tuvo otra opción que abandonar la presidencia. De haber actuado de otra manera y llamado a sus partidarios a defender el gobierno, hoy estaríamos hablando de otra cosa.

Evidentemente, que Bolivia enfrenta a un vacío de poder, y que el partido MAS que domina las dos cámaras del Congreso deberá encontrar los mejores caminos políticos para sobrevivir a la feroz persecución que recibirán por parte de los golpistas; al tiempo que escuchamos los cómplices y peligrosos silencios emanados desde la Europa “democrática” y Estados Unidos.

La histórica sinrazón latinoamericana de los golpes de Estado continúa campeando los derroteros políticos del subcontinente. Es necesario aprender de la historia.

 

@contodoytriques

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