Reflexión de una muerte no anunciada

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Alfredo Rico Chávez, académico UdeG

La noticia consterna, provoca incertidumbre, desconcierto. Llena el futuro de dudas.

“¿Será cierto?” fueron las primeras reacciones, incrédulos todos ante lo que parecía una broma de mal gusto. Una broma más de las tantas en torno al personaje. Y se entiende: No hay, en la historia reciente de Jalisco, un hombre más influyente y polémico de la vida pública que “El Licenciado”, paradójico sobrenombre en el mundo de los grados y las credenciales académicas.

Se quita la vida y dan inicio las especulaciones morbosas, las adulaciones fáciles y las infamias increíbles, abonando a la mitificación del personaje, que (seguro) disfrutó, desde las sombras, ser el más nombrado en todo tipo de conversaciones y debates de la política local.

Las opiniones, tristemente en el pobrísimo debate de Jalisco, se dividirán entre el negro y el blanco, sin matices. Los que digan que fue un personaje autoritario e impositivo, que utilizó a la universidad para proyectos propios (los liderazgos no pueden ser de otra manera), tendrán razón. Aquellos que lo reconozcan con un visionario y transformador de la vida cultural y de la educación superior, también la tendrán. Porque fue las dos cosas.

Pero más allá de los extremos en el que cada quien se ubique, todos aceptarán (explicita o tácitamente, si se atreven a pensar más allá de los lugares comunes) que fue un personaje que marcó una época, que dejó una huella que trascenderá en el tiempo porque, ciertamente, estuvo un paso adelante con la Reforma Universitaria de 1993, con la creación de la Feria Internacional del Libro y con el fortalecimiento de los Hospitales Civiles, sólo por nombrar los proyectos emblemáticos impulsados por “El Licenciado”; proyectos que transformaron la dinámica social, económica y política de todas las regiones de Jalisco y lograron poner en el plano internacional el nombre de la provinciana Universidad de Guadalajara.

Ampliar la cobertura para garantizar dos de los derechos más importantes de la agenda social para combatir la desigualdad, y convertir en el evento cultural más importante para la ciudad un espacio que promueve el libro, el arte (la práctica más liberadora de la actividad humana) y la convivencia masiva en torno a la cultura, en tiempos donde la lectura vive una crisis terminal, tiene un mérito superlativo. Quien no parta de esa premisa, es injusto,
parcial, ciego o alevoso en su juicio.

Como sea, y con todo el debate que se desatará en los próximos días, quienes crecimos en su época, debemos aceptar que en mayor o menor medida, para bien y para mal, nuestra historia y en nuestra formación están marcadas con su sello, tienen un destello de lo que Padilla construyó a su paso. Esperemos que con la serenidad que da el tiempo, podamos colocar en su justa dimensión al hombre que marcó la pauta en el debate y logró meter en su agenda a gobernadores, partidos y organizaciones, al menos durante tres décadas; al hombre inteligente, transformador y tenaz, que estuvo un paso delante de la clase política local y supo conducir con astucia y efectividad a una comunidad que hoy por hoy, es la más amplia, activa y organizada de Jalisco.

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