¿En qué quedamos?

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Partidiario

Criterios

 

Como quiera que sea, es de la constancia del presidente Andrés Manuel López Obrador para mantener una conferencia tempranera, hasta de dos horas o más, todos los días hábiles, así sea para estar siempre en la palestra de todos los medios y de sociedad en general, algo que en ningún país se estila.

¿Será acaso que esa fuerza de voluntad se autoalimenta de su intrínseca necesidad ─tal vez adicción─ de estar en campaña luego de tantos años de mítines, manifestaciones y  movilización por todo el territorio para recibir ese “baño de pueblo”, del que ya ha hablado, y sentir de piel a piel las necesidades de la gente?

Bien por esto, y mejor porque lo hace sin la parafernalia, que venía de antaño, la del inseparable Estado Mayor Presidencial que impedía el acercamiento al mandatario en turno, no se diga de la gente común, sino de los mismos reporteros.

Bien por ese contacto directo con la ciudadanía y por sus mañaneras que, claro, tienen sus riesgos. Las frases bíblicas dicen que “de la abundancia del corazón habla la boca…” y que “no es lo que por ella entra, sino lo que por ella sale lo que daña…” Andrés Manuel corre a diario esos riesgos –o peligros– y los ha corrido, sorteándolos de alguna manera, así sea trayendo a la discusión otros temas con una habilidad política inédita de borrón y cuenta nueva sin par, habiendo logrado en no pocas ocasiones que queden al margen ciertos asuntos de importancia y que se olviden problemas de urgente resolución o polémicos. Y él tan campante, así sea con imprecisiones, mentirillas, medias verdades y contradicciones.

De lo que sí no ha podido sacudirse es del culiacanazo.

A ese jueves negro de octubre 17, que implicó la detención impecable de Ovidio Guzmán López por parte del cuerpo de élite, pero que luego, tras la balacera, hubieron de liberarlo con la anuencia presidencial, han querido echarle tierra. No lo han logrado.

Todo, como ya se ha dicho, por el mal diseño del operativo que debió tener por delante secrecía, apoyo logístico castrense suficiente e inteligencia; pudo deberse, incluso a una fuga de información o filtración.

No obstante todo el pertrecho político que tiene el presidente después de una vida entera dedicada a esa lid, las más recientes conferencias no han ido del todo bien, ni para él ni para los periodistas.

El miércoles 30 de octubre, el presidente obligó  al titular de la Defensa a dar el nombre del mando que ordenó el fracasado operativo, que era un secreto de Estado. El general Luis Crescencio Sandoval no tuvo más y lo reveló, pese al riesgo.

El día 31, López Obrador criticó a columnistas criticones que un día sí y otro también han arremetido en su contra por el fracasado operativo en Sinaloa, y aseveró que ahora dicen lo que antes no se atrevían y que hoy muerden la mano de quien (él) les quitó el bozal, lo que ocasionó arrebatos de ira en no pocos “por el ofensivo” comparativo.

En la mañanera del viernes 1 de noviembre se refirió al discurso del general Carlos Gaytán Ochoa, exsubsecretario de la Sedena con Felipe Calderón, quien habló ante medio millar de mandos del Ejército, incluido el propio el general Sandoval. Expresó inconformidad por ofensas a los soldados y señaló “polarización de la sociedad por una ideología presuntamente de izquierda”. Esto ocurrió el 22.

El 1 de noviembre dijo el presidente que el discurso de supuesta inconformidad hacia el interior del Ejército, se debía precisamente al origen, cuando en el gobierno de Calderón hubo una guerra contra el narco y una política de “exterminio”.

Pero las cosas no terminaron ahí. El sábado 2 de noviembre, AMLO sugirió un posible golpe de Estado por parte de “los conservadores”, pero aseguró que eso no ocurrirá porque tiene el apoyo de la mayoría mexicana. Al día siguiente aclaró en redes sociales que no había tal cosa.

Hubo quien interpretara tales mensajes como una forma de victimizarse para terminar luego como la fábula de las ranas de Esopo, a las que hizo referencia en el primero de sus tuits. Le pedían al dios Zeus que les enviara un rey; les envió una rama. Se subían en ella. Luego otra más grande. Hacían lo mismo. Hasta que les mandó una serpiente y se las tragó a todas.

El pasado lunes 4 surgió lo ríspido, cuando Andrés Manuel fue nuevamente cuestionado por los reporteros para que explicara la aprehensión y liberación del hijo de El Chapo. Le reclamaron que no hubo información oportuna y eso generó desconcierto, mentiras y confusiones.

Antes, el jefe de la Unidad de información y Vinculación Tecnológica de la Secretaría de Seguridad, Alejandro Mendoza, expuso que, de acuerdo con un estudios en redes sociales, hay un rechazo de la sociedad a los medios de comunicación: dos de cada tres personas no confían en el periodismo “porque manejan información falsa para ganar notas”. En cambio, al menos dos de cada tres personas (el 70%), apoyan a AMLO.

Ayer, martes 5, la mañanera concluyó con reproches a la Comisión Nacional de Derechos Humanos porque “es más lo que ha ocultado que lo que ha hecho”, y que en la guerra de Calderón, los índices de letalidad eran los más altos del mundo y la CNDH no se daba por enterada. Luego indujo un tanto la elección del ombudsman este jueves en el Senado: a Rosario Piedra Ibarra “le tengo mucha admiración”.

Y contrario a lo que ya había prometido, terminó señalando a sus sparrings de siempre, los que lo precedieron en la silla presidencial: “seguiré hablando de Calderón y de ellos (Fox, Calderón y Peña), porque ellos hablan de mí”.

¿Dónde quedan las buenas intenciones, la promesa que hizo de ya no mencionarlos?

Recordemos que, sin que se le pidiera, firmó ante notario público que no se reelegirá. ¿Cumplirá?

También ha dejado correr la experimental Ley Bonilla para que gobierne no dos años por los que fue electo, sino cinco.

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